Los últimos años, marcados por la pandemia de covid-19, han implicado un aumento significativo de la deserción escolar en todos los niveles. La crisis económica que golpea a millones de familias se presenta como un factor decisivo ante la imposibilidad de costear los principales gastos estudiantiles: transporte y comida. De esa forma, cada ciclo escolar deja fuera a un gran sector de la población, y la educación se convierte en un privilegio para quien puede pagarla.

La demanda por comedores subsidiados en nuestras universidades no es nueva, representa una constante en los pliegos petitorios que a lo largo de los años se han hecho llegar a la dirección de nuestras escuelas. Es una necesidad real que debe ser atendida para garantizar nuestro derecho a una educación verdaderamente pública, y es una medida que debemos exigir para evitar que se siga excluyendo a una gran capa de la clase trabajadora de los estudios superiores.

La comida es fundamental para el estudio; el rendimiento académico inevitablemente se ve afectado si no se cuenta con una alimentación suficiente, y la falta de apoyos en este sentido constituye una de las principales causas por las cuales se abandonan los estudios. En la mayoría de los casos, el ingreso familiar se tiene que dividir entre la comida, el transporte, copias, libros, etc., sin mencionar a quienes provienen de los estados y deben cubrir una renta. En estas condiciones, hablar de educación gratuita es una simulación.

Desde el Sindicato de Estudiantes, retomamos la exigencia de comedores subsidiados porque nos parece inconcebible que, mientras el rector de la UNAM percibe un salario por encima de los 177 mil pesos, el estudiantado pase hambre durante su jornada. Con ese sueldo, junto al de otros altos directivos, podría cubrirse fácilmente al menos un par de comedores en CU; basta con ver los ejemplos de la Universidad Autónoma Metropolitana, que actualmente ofrece comidas desde siete pesos en sus diferentes planteles. Sabemos que también observan problemáticas como porciones limitadas, pero representa una muestra de que el subsidio es viable.

Cabe mencionar que las largas estancias en las universidades durante el día debido a los horarios mixtos, además de enfrentarnos con la posibilidad de no probar bocado hasta la noche, deja entrever otra problemática que se deriva del mismo origen: la falta de grupos, de salones y de profesoras y profesores, la cual podría resolverse con un aumento del presupuesto educativo y su gestión y control democrático por estudiantes, profesores y trabajadores.

Los directivos se han escudado bajo el argumento de que actualmente se entregan becas alimenticias para los sectores vulnerables. Ante esto, se debe decir de forma tajante que estos apoyos no son suficientes, ni en cantidad ni en calidad, pues consisten en una sola comida al día en algunas cafeterías concesionadas, donde los alimentos presentan una calidad e higiene cuestionable y las porciones son pequeñas. Por otro lado, la cantidad de becas resulta proporcionalmente escasa a la población universitaria, por lo que esta medida es poco más que una manera de evitar el tema. No queremos migajas, exigimos una alimentación digna.

Tampoco se puede pasar por alto el hecho de que la alimentación dentro de los planteles universitarios constituye un negocio para las cafeterías que ganan las concesiones. De esta forma, observamos precios elevados en diferentes facultades y escuelas, lo que nos orilla a opciones poco saludables para matar el hambre. En vez de atender de forma real una necesidad urgente de la comunidad, se prefiere capitalizarla y convertirla en ganancia para unos pocos propietarios, lo cual responde a un esquema de privatización paulatina de la universidad.

Los comedores escolares bajo el control de los trabajadores son una exigencia factible, que beneficia no sólo a las y los estudiantes sino a millones de familias que no pueden afrontar este gasto diario. Representa una forma de respaldar verdaderamente a la clase trabajadora y proveer así un acceso real a la educación. La demanda no se limita únicamente a nivel superior; luchamos por una alimentación sana y suficiente desde nivel básico.

Esta es una de las medidas que pueden lograrse mediante la organización. En el Sindicato de Estudiantes alzamos la voz para arrebatar un aumento del 10% del PIB a la educación pública; esto permitiría articular no solamente comedores en cada escuela, sino también dormitorios estudiantiles, construcción de más planteles y salones, laboratorios y bibliotecas debidamente equipados, contratación de profesores y profesoras con un salario digno, acceso a salud mental gratuita para cada estudiante, entre otras.

Nos negamos a ser mano de obra barata. Queremos continuar y finalizar nuestros estudios, y demandamos escuelas y universidades públicas que protejan nuestros intereses. Queremos ser profesionistas que puedan responder, a su vez, a las necesidades de la población, fuera de una dinámica de mercado en un sistema de muerte que nos arrebata nuestro futuro como lo es el capitalismo.

Porque no podemos estudiar con hambre, ¡comedores subsidiados, ya!

¡Únete al Sindicato de Estudiantes!


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