En el último año han ocurrido 26 motines en distintos penales en la república que han dejado hasta la fecha 62 muertos de los cuales 44 han muerto en los 4 motines ocurridos en el último mes y medio. Esto es un reflejo, más claro imposible, del nivel de degeneración y podredumbre que ha alcanzado la decadente sociedad capitalista.
Es bien sabido que la mayoría de los enfrentamientos y tumultos han comenzado por reorganizaciones de los grupos de poder de los internos y que estas pandillas organizadas responden a su vez a los intereses de los cárteles de narcotráfico dominantes en el país y sus diferentes regiones. La penetración de estos grupos en las cárceles estatales y federales no es cosa nueva, históricamente los penales han sido un mercado cautivo para estos señores, pero lo que sí es nuevo, es su actuar cínico a “plena luz del día”, los diversos motines han ocurrido entre bandas bien organizadas, con equipos de apoyo entre la autoridades penitenciarias y las corporaciones policiacas y con todo tipo de recursos supuestamente prohibidos como armas blancas y armas de fuego. Esto es consecuencia de un sistema judicial que ha sido rebasado por las contradicciones asfixiantes del capitalismo y esto se ha traducido en una serie de aberraciones como corrupción y tráfico de todo tipo de cosas (drogas, influencias y gente).
Lo que estamos viendo es la conversión del aparato penitenciario en el protector del mercado nacional de drogas. Las pandillas que venden y asesinan en las cárceles son sólo el brazo armado de los directores (coludidos con el hampa o al revés, es lo mismo) para mantener todo en orden al interior y su actuar se basa en los intereses económicos de la burguesía narcotraficante.
Sin embargo, no podemos levantar el dedo acusatorio hacia los cuatro rumbos de cada cárcel del país, pues es más que conocido que el deficiente sistema jurídico y penitenciario mexicano es más utilizado para reprimir la protesta social y la lucha obrera que para atrapar ladrones. Esto nos lleva a dos temas importantes de analizar, uno, qué está pasando con los presos políticos en las penitenciarías y el otro, cómo es que los llamados Centros de Readaptación Social se convierten en escuelas de vicio e infierno de los inocentes.
En palabras de un recluso oaxaqueño: “no hay voluntad de las autoridades de poner un hasta aquí. No hay iniciativa de readaptación. Muchas veces quienes no han cometido el delito van aprender a delinquir o a convertirse en adictos a una droga porque la misma desesperación o situación que viven en los penales, los orilla a una situación mucho más grave.” 20 de los reos que se cuentan de entre los 62 han sido acribillados por diferentes corporaciones policiacas y en muchas cárceles aún siguen existiendo “apandos” y celdas de castigo así como prácticas de tortura; en resumen, el problema es que hay la idea de que el preso es un animal infectado por el virus de la maldad y que ha caído en el pecado endemoniado, en vez de vérsele como el resultado de un proceso de formación social y psicológica resultado de sus condiciones materiales de existencia.
Esto significa que el problema no se resolverá con pena de muerte y más policías sino con la lucha de clases. Una muestra deformada de esto es el 7 de octubre en el penal de Topo Chico, en Monterrey, cuando 400 reos del fuero común intentaron linchar a unos 100 presos ligados al crimen organizado, a quienes acusaban de cobrar “cuotas de protección”. Sólo con el control democrático de la sociedad y la producción por parte de los explotados se reducirán lo niveles delictivos y se le dará al criminal el trato humanitario necesario para su verdadera readaptación.