Crisis del régimen
La crisis resulta preocupante para los capitalistas porque ha desnudado la debilidad de Peña Nieto, hombre a quien consideraban sería la garantía para un gobierno sólido que se encargaría de eliminar las divisiones entre los partidos de derecha, y que además se mantendría firme cuando fuera necesario sacar el garrote contra los trabajadores; los capitalistas confiaban en que Peña Nieto y el PRI estabilizarían al Régimen para poder avanzar sobre una serie de contrarreformas estrategias que no pudieron encontrar cause a lo largo de 12 años de panismo en el poder, pues cada intento fue atajado por los trabajadores en las calles. Y efectivamente, en poco tiempo, incluso siendo solamente presidente electo, Peña pudo avanzar significativamente, pues semanas antes de asumir la presidencia sería aprobada la contrarreforma laboral; después, en 2013, avanzaría sobre las contrarreformas educativa y energética. Para lograr avanzar Peña puso a su servicio al PRD a través del Pacto por México.
La burguesía basaba su confianza en el hecho de que además la respuesta de Morena y la UNT ante los ataques, había sido tan escasa a tal grado que en 2014 prácticamente paralizaron al movimiento de masas.
Pero ahora todo ese escenario ha sido hecho añicos por los trabajadores y los estudiantes movilizándose por cientos de miles en todo el país, demostrando que las masas tienen un límite para seguir tolerando los ataques. Sólo faltaban los estímulos adecuados para que brotara toda la tensión social acumulada y éstos llegaron primero a través de la reacción de los estudiantes del IPN frente al nuevo Reglamento Interno que pretendieron imponer las autoridades educativas, gracias a lo cual en pocos días forzarían a Peña Nieto a retroceder. Posteriormente, el impulso vendría de las manifestaciones de rabia tras los hechos sangrientos contra los normalistas de Ayotzinapa.
La segunda mitad de septiembre marcaría el inicio de un nuevo periodo en la lucha de clases en México, en el que se transformaba en su contrario cada paso que daba Peña para tratar de recuperar el frágil equilibro existente entre las clases durante los primeros 20 meses de su mandato: las acciones represivas contra el movimiento sólo enardecieron los ánimos de lucha de las masas; los estudiantes encarcelados y acusados de delitos que se castigan con años de prisión, salieron libres en cuestión de días, traduciéndose ello en más confianza para las fuerzas de la clase obrera; la descarada manipulación para salir al paso sobre la investigación judicial de los hechos de Ayotzinapa, sólo ha derivado en mayor desprestigio y falta de credibilidad para Peña, además de alimentar el odio contra el PRI.
En todo ese marco, la demanda por la caída de Peña en semanas avanzó con tanta rapidez como no lo hizo en casi dos años, derivando en una exacerbada crisis de legitimidad para el gobierno, tal como lo demuestran las propias encuestas de la prensa burguesa, las cuales ubican al actual presidente como el más impopular en los últimos 18 años.
Pero los estragos no se quedan ahí, pues otra secuela ha sido la de llevar a su punto más bajo el apoyo del PAN y del PRD, ejemplo de ello ha sido el freno parlamentario a las iniciativas de reformas constitucionales propuestas por Peña Nieto en diciembre pasado para, a través de una nuevo plan de seguridad, otorgar mayores facultades represivas al Estado. Ya antes, desde 2013, había hecho agua el Pacto por México, rompiendo con éste primero el PAN y después el PRD, poniendo en una situación delicada las contrarreformas. La problemática del gobierno ha terminado por intensificarse, máxime cuando están de por medio las elecciones intermedias del 7 de junio, tras la vigorosa irrupción del movimiento de masas en torno a Ayotzinapa.
El grado de agudeza de la crisis del Estado mexicano se puede medir a través de las palabras de Obama cuando en privado (6 de enero) le externó a Peña Nieto que la impunidad, la corrupción, las violaciones a los derechos humanos, el caso Ayotzinapa, han debilitado al gobierno mexicano.
Crisis de la democracia burguesa
Otra preocupación de los capitalistas es la forma en que este nuevo repunte de la lucha de clases ha afectado severamente la autoridad política de los partidos reformistas, en particular la del PRD. El perfil electorero de dicho partido gradualmente lo divorció de la lucha social hasta distanciarlo prácticamente por completo de su base de trabajadores. En este marco se gestaría una casta de dirigentes con un claro perfil de derechas y con toda la disposición de poner al PRD al servicio de Régimen y de los capitalistas; desafortunadamente el ala de izquierdas, entonces encabezada por AMLO, jamás luchó seriamente contra la deriva de derechas, permitiendo en los hechos que esta última mantuviera prácticamente intocable su control sobre el PRD a lo largo de década y media.
Bajo esa dinámica el PRD sería abierto a toda clase de arribistas e incluso a agentes de la burguesía, para ocupar cargos y puestos de elección popular, tales serían los casos del exgobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, y el del exalcalde de Iguala, José Luis Abarca; el primero expriista fuertemente vinculado con el pasado represor de los exgobernadores Figueroa, y el segundo surgido de la filas del narcotráfico y brazo ejecutor del asesinato y desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa.
En esas circunstancias los hechos sangrientos del 26 y 27 de septiembre en Guerrero, presentarían al PRD como uno de los principales responsables de tan lamentables hechos y pasaría a ser visto como un enemigo más entre una importante capa de trabajadores. Tras ello se presentaría la ruptura de Cárdenas y otra serie de añejos dirigentes fundadores del perredismo; ahora en estos días Alejandro Encinas ha anunciado su salida del PRD.
Se antoja complicado el que el PRD pueda recuperarse de esta crisis a tal grado que pudiera recuperar la confianza con la que contó en el pasado entre amplios sectores de la clase trabajadora, representando ello un dolor de cabeza para el Régimen pues desafortunadamente para los barones del dinero, el PRD está desarmado para poder desempeñar con eficacia, cuando menos en el corto y mediano plazo, el viejo papel del pasado.
Por otro lado, Morena surge precisamente como expresión de la búsqueda de una cause de lucha de las masas trabajadoras para hacer lo que les fue negado a través del PRD: pasar al terreno de la lucha frontal contra el Estado. AMLO basado en su enorme autoridad política derivada de su gobierno al frente del GDF, la lucha contra el desafuero en 2005 y la desarrollada contra el fraude electoral de 2006, logró organizar uno de los movimientos de masas más importante del último medio siglo de historia de nuestro país, mismo que derivaría en la conformación de Morena como partido en octubre del 2012 tras la ruptura de su máximo dirigente con el PRD un mes antes. Desafortunadamente tras 2012, Morena fue conformándose con un claro perfil electoral, dejando gradualmente la convocatoria a la movilización y llevando en este terreno a prácticamente a un punto muerto a su masiva base de apoyo, derivando en un cada vez mayor descrédito a su dirección y al alejamiento de dicho partido de miles de activistas que durante años le dieron vida al movimiento dirigido por AMLO.
AMLO le apostó nuevamente a encauzar el descontento social a través del frente electoral tal como lo hizo con éxito en 2006 y 2012, y durante todo 2014 Morena se negó a llamar a la luchar a pesar de los ataques de Peña, logrando contener la rabia de las masas durante la mayor parte de esos años e impedir que salieran a las calles.
Sin embargo las tensiones entre los trabajadores y la juventud se continuaron acumulando y solamente necesitaron el estímulo adecuado para que brotaran sobre la superficie, no obstante ello, y a pesar de los cientos de miles movilizándose en casi todo el país reclamando justicia para Ayotzinapa, Morena no modificó su táctica de cero llamados a la lucha, limitando su participación a declaraciones en la prensa ante los hechos de sangre en Iguala, provocando más desencanto del ya existente entre las masas ante dicha política.
La renuncia de Morena a movilizarse en este período ha mermado la autoridad política de este partido a grado tal que lo pone una posición difícil para poder atraer al movimiento de masas hacia el frente electoral para sacarlo de las calles, y bridarle con ello una válvula de oxígeno al Régimen.
Esa posibilidad tiene aterrorizada a la burguesía porque además la actual polarización social ha derivado en un enorme desprestigio para todos los partidos y en un severo cuestionamiento para el sistema electoral y la democracia burguesa en general. De hecho la posibilidad de que en Guerrero o cuando menos en amplias regiones de esta entidad no haya elecciones el 7 de junio, dado el boicot para estas ya anunciado de parte de la CETEG y la Asamblea Nacional Popular (organizaciones que ya tienen bajo su control la mitad de los más de 80 ayuntamientos guerrerenses), ya está abriendo las puertas para una nueva crisis y profundización de las tensiones sociales.
Por sí mismo el caso de Guerrero desde estos momentos ya está significando un viacrucis para el sistema electoral, sin embargo la problemática se podría profundizar pues no es descartable la idea de que el boicot a las próximas elecciones se pueda extender a Oaxaca y a Chiapas, entidades en las que el magisterio democrático posee la suficiente incrustación como para impulsar con fuerza esa iniciativa.
Así, frente a todas esas variables, estamos frente a un escenario que plantea la posibilidad del desarrollo de un proceso electoral fuertemente cuestionado, descalabrado por la lucha social e incapaz de darle los suficientes bonos de legitimidad al Régimen como para auxiliarlo a recuperar la frágil estabilidad existente antes de septiembre.
Crisis económica
Si el frente político por el momento es pobre como para ofrecerle alternativas de estabilidad al Régimen, el otro recurso a echar mano sería el de tratar de comprar la paz social por medio de una serie de concesiones para el pueblo trabajador para mejorar los niveles de vida. Sin embargo en este terreno también Peña Nieto es débil.
En 2009, en el contexto de la crisis económica mundial, México vivó el colapso económico más profundo en siete décadas, empujando al Producto Interno Bruto (PIB) a una caída del -6.5%. Un año después se experimentaría una recuperación del 5.5%, para después entrar en una nueva etapa de franco estancamiento: en el gobierno de Caderón (2006-2012) la economía nacional experimentaría un crecimiento anual del 1.9%, siendo este el registro más mediocre desde el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), sin embargo ese ritmo se ha mantenido a lo largo de la admiración de Peña Nieto, periodo en el cual el PIB sólo creció al 2.2% anual en 2013 y 2014.
A pesar de ello la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estima que la economía mexicana crecerá 3.9% para 2015; sin embargo esta perspectiva, si revisamos más detenidamente las diferentes variables económicas, resulta que, lejos de lo que plantea dicha agencia del imperialismo, el pronóstico más probable es el de un tormentoso 2015 para la economía.
A lo largo de las tres últimas décadas el mercado externo fue transformado en el principal motor de la economía, derivando ello durante un largo periodo en una importante fuente de divisas para oxigenar a la economía nacional; sin embargo en los últimos años esta situación ha cambiado significativamente siendo 2014 un nuevo ejemplo de ello, pues en ese año la balanza comercial acumularía un déficit de 2 mil 695 millones de dólares, es decir 150% más que el resultado en 2013. Esa es una secuela entre otras, provocada por la caída de los precios internacionales del petróleo, que para el caso de México ello derivó en la reducción en un 10% de las exportaciones de hidrocarburos respecto al año anterior.
Otra fuente de descapitalización ha sido la escasa confianza de los capitalistas nacionales y extranjeros hacia la economía mexicana. En el caso de la Inversión Extrajera Directa (IED) en 2014 esta acumuló apenas un poco más de 15 mil millones de dólares, cantidad equivalente al 40% de los más de 35 mil millones de dólares alcanzados en 2013; y en ámbito nacional a lo largo de los primeros 18 meses de la admiración de Peña Nieto la burguesía mexicana trasladó al extranjero 45 mil millones de dólares, 200% más que la IED que ingresó a nuestro país el año pasado.
En realidad se trata de una tendencia que persiste desde hace algunos años y frente a la cual la burguesía optó por la atracción de capitales golondrinos a través de la colocación de bonos de deuda, como alternativa para compensar la pérdida de financiamiento de la económica mexicana. Y particularmente durante el sexenio de Calderón esa táctica fue muy enérgica, sin embargo existen serías razones que nos permiten pensar que esa forma artificial de fondear la economía nacional no sólo está llegando a sus límites, sino que además se está transformando en su contrario: sobre lo primero basta señalar que mientras los valores gubernamentales en manos de extranjeros ascendían a los 127 mil 694 millones de pesos en febrero de 2013, ya esa cantidad en octubre de 2014 apenas fue de 81 mil millones de pesos, siendo ello una caída de más del 50%; y en la segunda semana de diciembre del año pasado se presentaría un descalabro de más de 51 mil millones de pesos.
La fuga de capitales golondrinos reflejan el temor de los especuladores ante un Estado con severos problemas financieros (entre 2013 y 2014 el déficit público creció de 22 mil millones de pesos a los 207 mil millones) y las ambiciones de estos ante la posibilidad de que en el verano próximo se eleven las tasas de intereses en los EEUU. Esta posibilidad ya ha derivado en la fuga de ingentes cantidades de capitales golondrinos, mismos que toman posiciones para beneficiarse de un mejor ritmo de la economía yanqui registrado entre el segundo y cuarto trimestre del año paso y de la eventual subida de tasas de interés, derivando todo ello en una serie de ataques especulativos contra el peso mexicano, el cual se devaluó en un 11% a lo largo del año pasado, periodo en que superó la barrera de las 15 unidades por dólar.
Barril de pólvora
En realidad lo que se vive en México es un preocupante proceso de desfinanciamiento de la economía que de continuar podría precipitar un nuevo colapso. En ese marco no es solo que Peña y los capitalistas no puedan aplicar ni la más tibia política para mejorar los niveles de vida de la clase trabajadora y el campesinado pobre, sino que lo que necesitan es todo lo contrario: en el año 2000 la masa total salarial equivalía al 34.5% del PIB, sin embargo ese porcentaje para 2013 ya se había reducido hasta el 27%. Incrementar la tasa de ganancias a costa de empobrecer a los trabajadores ha sido la receta empleada por el capitalismo para sortear todos estos años de estancamiento y crisis económica. Bajo el panorama económico antes descrito, Peña Nieto no tiene otra opción más que mantenerse en el mismo camino.
Pero no es lo mismo tener frente a sí la necesidad de profundizar los ataques en momento de repliegue y desmoralización de la clase trabajadora, que en otro en el que los explotados están dispuestos a luchar con especial vehemencia. Y este último es el panorama que tiene frente a sí Peña Nieto.
Las extraordinarias luchas en defensa del IPN y por justicia para Ayotzinapa han sacudido a la sociedad y al Régimen capitalista con una intensidad y profundidad pocas veces vista en la historia. Además de ser un duro revés para la democracia burguesa demostrando la enorme debilidad del Estado y de Peña Nieto, el escenario de lucha desarrollado en el rojo cuarto trimestre de 2014, y que posee serios ingredientes que plantean la posibilidad de extenderse por más tiempo, también ha dejado mal colocada a las organizaciones reformistas y su táctica de, tal como lo han venido haciendo con relativo éxito desde hace años, de sacar al movimiento de masas de las calles para orientarlo hacia el frente electoral.
La actual coyuntura de la lucha de clases es alentadora por todo el material inflamable acumulado en los últimos meses, pero también lo es por la propia debilidad política y económica del capitalismo para intentar recuperar la frágil paz social existente antes de septiembre de 2014. También es prometedora por su aportación al desarrollo de la conciencia de la clase trabajadora pues los últimos meses han servido para cincelar en la cabeza de cientos de miles de proletarios que lejos de ser esa figura fuerte e imbatible, Peña Nieto es débil y puede ser derrotado, derivando ello en una enorme confianza de los explotados hacia sus propias fuerzas.
En realidad, por encima de cualquier otra cosas, este salto en la conciencia de los trabajadores es lo que mantiene aterrorizado a los capitalistas, pues es fuerte la posibilidad de que la luche escale a planos superiores dadas las condiciones actuales, y de ser eso así, otra posibilidad que se podría abrir es la de una mayor determinación de movilizarse para derrocar a Peña. Y esa lucha de poderes podría poner sobre la mesa de discusión el problema de quién manda: la burguesía o proletariado.
Siendo eso así, es necesario que los jóvenes y trabajadores nos pongamos a la altura de los acontecimientos y definamos un plan de lucha y programa que impulse al movimiento hacia el frente. Tenemos que impulsar un Frente Único contra Peña Nieto en el que participe la Asamblea Nacional Popular junto a los sindicatos, pero en el que incluso tengan cabida la masiva base de apoyo de trabajadores y campesinos pobres que militan en Morena, y en el que junto con la exigencia de justicia por Ayotzinapa, se retomen las demandas de los diferentes sectores en lucha definiendo además medidas concretas para derrocar a Peña y expropiar a los capitalistas.
Peña Nieto está sentado sobre un barril de pólvora, y los jóvenes junto a los trabajadores podemos hacer que éste estalle, derivando ello en el fin de la explotación y la opresión capitalista.