escrito por CLEP-CEDEP
El Mayo francés representó una demostración de la poderosa fuerza revolucionaria que tiene la clase obrera, que una vez puesta en marcha, es capaz de cuestionar el control de la burguesía en un país capitalista desarrollado. Esta idea fundamental quedó de manifiesto el 31 de diciembre de 1968 cuando el general De Gaulle concluía su mensaje de fin de año con un deseo: “Enterremos finalmente a los diablos que nos han atormentado durante el año que se acaba”.
Revolución en Francia
De alguna forma se ha devaluado la palabra revolución. Bien por aquellos que ya la dan por imposible y se consideran realistas, bien por otros que ven auges revolucionarios allí donde miran. En Francia al iniciarse el año 1968, se cumplieron diez años de régimen gaullista y las organizaciones de la izquierda y los sindicatos no tenían entre sus perspectivas inmediatas movilizaciones generalizadas, ni mucho menos la posibilidad de una revolución. La burguesía, también deslumbrada por el auge económico de la posguerra, se hallaba enormemente confiada. Norman Macrae (EXPLICAR BREVEMENTE QUIÉN ERA), el mismo mes de mayo de 1968, declaró lo siguiente en The Economist: “...la gran ventaja de Francia sobre su vecino al otro lado del Canal: sus sindicatos son patéticamente débiles”.
Los momentos revolucionarios son excepcionales. En la mayor parte de su existencia la clase, si bien lucha por mejorar sus condiciones de vida, no se cuestiona el sistema en su conjunto. Sin embargo, a pesar de la apariencia de tranquilidad o conformismo con el orden de las cosas, los trabajadores y la juventud acumulan experiencia y elaboran sus propias conclusiones. Tanto entre los analistas de la burguesía, como entre sectores de activistas del movimiento obrero, hay cierta tendencia, aunque por razones diferentes, a identificar mecánicamente la actitud de los dirigentes obreros con el estado de ánimo y el ambiente entre la clase obrera. El que los trabajadores no respondan de inmediato a un ataque, o que permitan que sus representantes pacten con la burguesía acuerdos desfavorables a sus intereses sin una reacción inmediata, no significa satisfacción ni aprobación. El que no se afilien masivamente a sus organizaciones debido al desencanto que produce esta política por parte de sus dirigentes, tampoco significa que haya abandonado la idea de la lucha. Llegada la hora se pondrá en marcha, sin poder esperar a que sus organizaciones estén en condiciones de afrontar la toma del poder o pararse a considerar si sus dirigentes defienden el programa adecuado.
La juventud es la primera en salir a la calle
Como en otras experiencias revolucionarias, fue la juventud la que reflejó de forma más rápida las contradicciones de la sociedad francesa. El 22 de marzo se inician en la universidad de Nanterre las primeras protestas a raíz de la detención de varios estudiantes miembros de un comité de solidaridad con Vietnam, acusados de atentados con explosivos. En respuesta, los estudiantes ocupan la universidad. Pero el gobierno francés respondió con más represión: el 2 de mayo la policía interviene para impedir una manifestación de apoyo al movimiento contra la intervención imperialista en Vietnam, el 3 de mayo la policía vuelve a intervenir, esta vez para impedir una asamblea de apoyo a Nanterre en La Sorbona y el 4 de mayo las universidades de Nanterre y La Sorbona son cerradas.
La represión despierta la solidaridad, el movimiento se extiende a toda velocidad, los estudiantes de bachillerato se suman a la movilización. El Barrio Latino se llena de barricadas, los enfrentamientos con la policía en la noche del 3 al 4 de mayo se saldan con un gran número de heridos y detenidos. La clase obrera ve con enorme simpatía el movimiento estudiantil, conectando con el sentimiento de rebelión de la juventud y no permanece impasible ante la brutalidad policial. Esa misma noche los vecinos del Barrio Latino ofrecieron refugio en sus casas a los estudiantes y gritan indignados a la policía, arrojándoles toda clase de objetos por las ventanas. Todo el malestar acumulado bajo la superficie se empieza a expresar.
A la cabeza del movimiento no se encontraba la tradicional UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia), que desde hace ya tiempo mantiene una actitud conservadora y un funcionamiento burocrático. Con el desarrollo de la lucha surgen nuevas organizaciones como el Movimiento 22 de Marzo. Uno de sus máximos dirigentes fue Daniel Cohn-Bendit, estudiante de sociología, que se define “visceralmente anticapitalista, antiautoritario y anticomunista”, anarquista. Su discurso estaba cargado de una severa crítica a las organizaciones obreras, por su conformismo con el sistema. Cohn-Bendit como otros líderes del movimiento mantuvieron su rechazo a la política del PCF y a los sindicatos mayoritarios. Sin embargo, se trataba de una crítica que olvidaba el papel decisivo de la clase obrera en la lucha por el derrocamiento del capitalismo y que no diferenciaba entre las aspiraciones revolucionarias de la base de las organizaciones de masas de la izquierda francesa y sus direcciones reformistas. La confusión ideológica de algunos dirigentes estudiantiles se puede resumir en las palabras pronunciadas por Daniel Cohn-Bendit: “no hay ninguna diferencia esencial entre el Este y el Oeste ... la revolución de octubre fue una revolución burguesa sin burguesía”. Lenin explicó hace mucho tiempo cómo el ultraizquierdismo y el sectarismo, son el precio que hay que pagar por las capitulaciones del reformismo.
El PCF se enfrenta al movimiento estudiantil
Aunque parezca sorprendente, la dirección del Partido Comunista Francés (PCF), denunció a los estudiantes. El día 3 de mayo el ejecutivo del PCF publicó una declaración de condena contra la actuación de izquierdistas que utilizaban como pretexto las carencias gubernamentales y especulando con el descontento de los estudiantes intentan bloquear el funcionamiento de las facultades e impedir a la mayoría de los alumnos trabajar y pasar sus exámenes. En L’Humanite, periódico diario del PCF, se podía leer que se trataba de “falsos revolucionarios que es necesario desenmascarar”.
Es cierto que la dirección del movimiento estudiantil reflejaba prejuicios pequeño burgueses, y que su máximo líder atacaba al PCF. Pero no era tan difícil ver que detrás de las críticas de Daniel Cohn-Bendit y otros dirigentes estudiantiles, se estaba expresando el sentimiento de rechazo de un sector importante de la juventud a la política reformista y al carácter autoritario de los regímenes estalinistas y no desde un punto de vista procapitalista. Hablamos de jóvenes que participan en manifestaciones contra las agresiones imperialistas en Vietnam, en Argelia; que se identifican con el Che, a quién ven como un revolucionario íntegro y honesto, como un ejemplo a seguir. Rechazaban el capitalismo, pero la nueva sociedad a la que aspiraban no tenía nada que ver con los regímenes burocráticos del Este. ¿Cómo debía acercarse el partido a esta situación?
En primer lugar, frente a la represión del Estado burgués, el PCF debía colocarse junto a los estudiantes. En segundo lugar se trataba de comprender qué estaba poniendo de manifiesto un movimiento que puso en pie de guerra a la juventud. Esta forma de aproximarse era el único método para elaborar las consignas y el programa necesario para llevar la lucha hacia adelante, para elevar su nivel de conciencia y superar sus prejuicios, ofreciendo una perspectiva socialista. Se trataba a fin de cuentas, de ganar una autoridad ante el movimiento, demostrando el carácter revolucionario del partido. Pero el PCF, como se demostró a lo largo de todo el proceso, no tenía ese carácter. Esto, sumado a la incapacidad de la dirección de dar una respuesta satisfactoria a quienes criticaban de una forma honrada el régimen burocrático de la URSS, dió como resultado una actitud sectaria y de desprecio hacia el movimiento de la juventud.
No olvidemos que, paralelamente, de enero a agosto de ese mismo año, se desarrolló la Primavera de Praga y Waldeck Rochet, secretario general del PCF, justificó la brutal intervención militar soviética para aplastar el movimiento de los trabajadores y jóvenes checoslovacos.
La revuelta estudiantil era la antesala de la revolución
El movimiento de los estudiantes no tardó en contagiar a los trabajadores. En la huelga de la fábrica Sud-Aviation de Nantes, huelga que se inició con reivindicaciones que se pueden considerar meramente económicas - como el mantenimiento del salario, reducción de jornada-, los trabajadores, sin ninguna directriz de los partidos o los sindicatos, ocuparon la fábrica y retuvieron al director y sus colaboradores. En la fábrica Renault-Billancourt de París confluye una manifestación estudiantil con los obreros, que unidos y puño en alto cantan la Internacional. No se trata de ejemplos aislados; con el paso de los días, de las horas, las huelgas se extenderán a todo el país. El 19 de mayo se contabilizaban dos millones de huelguistas, el 20 de mayo cinco millones, el 21 de mayo ocho, y por fin el 28 de mayo son ya 10 millones de trabajadores en huelga. Las grandes empresas están a la cabeza, Renault, Michelín, Peugeot, Citroën, las minas, los puertos, el sector del automóvil, los astilleros, el metro, el gas, la electricidad, ningún sector de la producción se salva del avance de la lucha. Millones de trabajadores ocupan las fábricas, instintivamente, hacen temblar uno de los pilares básicos del sistema capitalista: la sacrosanta propiedad privada, o lo que es lo mismo, el control por parte de la burguesía de los medios de producción. Los trabajadores se sienten dueños de las fábricas.
En varias ciudades surgen comités de barrio para organizar la lucha. En Nantes la organización de los huelguistas llegó más lejos que en ninguna otra parte. Los comités de barrio se constituyen en Comité Central de Huelga de toda la ciudad apoyado por los sindicatos obreros, de campesinos y de estudiantes. Rápidamente este Comité toma en sus manos la dirección de la ciudad. Consciente del papel que asume, se instala el 27 de mayo como nueva autoridad municipal en el Ayuntamiento. Sus tareas serán el control de la actividad económica, emitiendo bonos equivalentes a una cantidad de alimentos para utilizar en las tiendas, en las gasolineras sólo se distribuirá combustible a quienes presenten una autorización del Comité Central de Huelga, organiza el transporte y la actividad docente, creando guarderías donde los trabajadores en huelga pueden dejar a sus hijos mientras participan en la lucha. La experiencia de Nantes es especialmente importante, ya que demostró hasta dónde podía llegar el movimiento, hasta dónde podía llegar la clase obrera; capaz de asumir el control, poniendo al servicio de la mayoría el transporte, los alimentos, la enseñanza, etc.. Junto con la toma de fábricas, este es uno de los aspectos centrales del proceso revolucionario, cuando los trabajadores demuestran que la burguesía, sus instituciones y su Estado ya no son necesarios para hacer funcionar la sociedad. Podemos ver en este Comité Central de Huelga un embrión de los soviets de la Rusia revolucionaria de 1917.
Las capas medias son atraídas a la lucha
La fortaleza y la decisión del movimiento irradia tal fuerza que otros sectores sociales, como las capas medias y la pequeña burguesía, que en otras etapas han sido base de la reacción, se sienten atraídos y dispuestos a luchar junto con la clase obrera. Los campesinos organizan manifestaciones de protesta contra la política agrícola gubernamental. Los intelectuales y artistas participan activamente en el movimiento: a mediados de mayo, los actores habían ocupado el teatro del Odeón, el festival de cine de Cannes se interrumpió y cinco premios Nóbel franceses, expresaron su apoyo a los estudiantes.
Buena prueba del ambiente social explosivo que vive Francia será el fracaso estrepitoso del intento de reagrupamiento de fuerzas por parte de la reacción. Con la llegada de De Gualle el 18 de mayo a Francia, los llamados comités por la defensa de la República convocan una manifestación. Sólo acudieron 2.000 personas. Es inútil, las capas medias, la pequeña burguesía, participan en la movilización, pero al otro lado de las barricadas.
Los medios de comunicación también fallan. Los trabajadores de artes gráficas, también en huelga, hacen una aportación enormemente valiosa: a través de sus comités censuran las mentiras de las editoriales de la prensa burguesa. Uno de los dirigentes estudiantiles recuerda su paso por un debate televisivo: “Llegamos a la televisión... percibimos enseguida la simpatía de los técnicos, de todo el mundo”. En Mundo Obrero, órgano del PCE, se podía leer en junio de 1968: “Es significativa la novedad de la hermosa huelga que estos últimos sostienen, no sólo por mejoras económicas, sino, sobretodo, por un estatuto que permita lograr que esos medios masivos de información dejen de ser un omnímodo monopolio del Gobierno, una mayor independencia y objetividad de la información y también que, al menos una parte de las emisiones y espectáculos de Radio y Televisión, hoy concebidos para adormecer a las masas, reflejen problemas del pueblo y respondan a sus necesidades culturales”.
La policía tampoco vive en una burbuja al margen de la sociedad. Sectores importantes son permeables a la lucha. Ellos también son asalariados y con las calles llenas de manifestantes empiezan a surgir las simpatías por el movimiento entre sus filas. The Times, en su editorial del 31 de mayo de ese año, advierte que la policía francesa está “hirviendo de descontento”. No era para menos, el sindicato de la policía advierte al Gobierno que “los oficiales de policía apreciamos las razones que inspiran a los huelguistas en demanda de aumentos salariales, y deploramos el hecho de que nosotros no podamos participar, debido a la ley, de una manera similar en semejante movimiento obrero… Las autoridades públicas no deberían utilizar sistemáticamente a la policía contra las actuales luchas obreras”. Es una verdadera pesadilla para la burguesía, la clase obrera está por todas partes. Todos los instrumentos en los que se apoya la clase dominante, indispensables para su dominio ideológico y físico, como las fuerzas represivas, se le escapan de las manos. La enorme maquinaria del Estado burgués, que en tiempos “normales” aparece como omnipotente e invulnerable, sufre grandes fisuras enfrentada al movimiento de los trabajadores.
Los dirigentes obreros renuncian a la toma del poder
En pocas semanas se produjo un cambio decisivo de la situación. No se trataba de una mera revuelta estudiantil, ni de jóvenes “buscando la playa bajo los adoquines”. Es la clase obrera en pie de guerra, el sector productivo de la sociedad, sin cuyo consentimiento ni una fábrica funciona, ni los trenes, ni el metro, ni los autobuses, ni la gasolina se distribuye, ni hay pan, ni se publican periódicos. Sin el consentimiento de la clase obrera el sistema no funciona, y ahora, la clase obrera francesa comprobaba su propia fuerza en la práctica.
La burguesía sentía que la situación se le había escapado de las manos. La represión no conseguía atemorizar a los huelguistas y las concesiones los animaban aún más, las bases tradicionales de la reacción no respondían y los medios de comunicación, un arma tan útil en tiempos “normales”, estaban fuera de control. La clase dirigente se encontraba sumida en una profunda desmoralización. Años después, el embajador estadounidense en París recordará cómo De Gaulle le confesó pocos días después de volver de Rumania: “Se acabó el juego. En pocos días, los comunistas estarán en el poder”. ¿En aquellas circunstancias, qué podía hacer la clase dominante? Sólo tenían una posibilidad: recurrir a los dirigentes reformistas y estalinistas, para intentar salvar al capitalismo.
El 25 de mayo se iniciaron las negociaciones entre gobierno, patronal y sindicatos y el 27 se llegó a un pacto que recibirá el nombre de Acuerdos de Grenelle. ¿Cómo es posible que mientras la clase obrera hace la revolución, los dirigentes se reúnan con la burguesía para ver cómo pueden salvar el capitalismo? El propio PCF reconoció que “el movimiento se orientaba hacia transformaciones del mundo en que vivimos más profundas y más decisivas”. Pero como Lenin explica en su gran obra El Estado y la revolución: “Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y la política burguesa... marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”. La lucha de clases es una realidad que nadie podía negar en 1968 en Francia, pero reconocer la realidad no es suficiente, un auténtico partido revolucionario tiene que estar preparado para intervenir en la lucha y hacer posible la victoria de la clase obrera. Los dirigentes del PCF carecían de un programa revolucionario porque hacía tiempo que habían renunciado a basarse en la capacidad de la clase obrera para acabar con el capitalismo y construir una nueva sociedad.
La falta de una dirección revolucionaria permitió a la burguesía recuperar el control
Con los acuerdos de Grenelle la burguesía concedió reivindicaciones que habían sido rechazadas durante años, con la esperanza de enfriar los ánimos: subidas salariales (en el sector ferroviario del 13,5 al 16% de aumento, transporte urbano 12%, gas y electricidad del 12 al 20%, mineros del 12,2 al 14,5%, metalurgia del 10 al 12%, funcionarios del 13 al 20%, etc..), rebaja de la jornada laboral semanal en una hora, aumento de los días de vacaciones pagadas de 25 a 26, etc.. A pesar de la aceptación de estas concesiones por parte de sus dirigentes, la clase obrera no abandonaría fácilmente las posiciones que había conquistado, porque el movimiento se sentía con fuerzas para conseguir algo mejor.
El acuerdo fue ampliamente rechazado por la base de los sindicatos. Las palabras "poder obrero" y "gobierno popular", empezaron a pronunciarse en las asambleas y las manifestaciones, la situación estaba madura para extender la experiencia de Nantes por todo el país. Un partido con un programa auténticamente revolucionario hubiera conectado con el sentimiento de transformación al que aspiraban las masas, proponiendo la creación y extensión de comités de huelga locales y regionales, centralizados en uno estatal e integrados por representantes democráticamente elegidos en cada centro de trabajo, en cada barrio, universidad, instituto y pueblo. Estos comités se encargarían de orientar políticamente la lucha, de organizarla, de extenderla, de editar propaganda, de las reivindicaciones, de discutir cada uno de los pasos a dar en cada momento, y de definir una estrategia decidida hacia la transformación socialista de la sociedad, garantizando que las decisiones se tomaran de forma democrática después de un debate donde todos pudieran participar.
Con la capacidad revolucionaria de la clase obrera no es suficiente para transformar la sociedad. El factor subjetivo - la existencia de un partido revolucionario de masas - es indispensable para la victoria. Cuando la revolución empieza, la contrarrevolución levanta la cabeza. La burguesía no renunciará voluntariamente a la sociedad que le garantiza sus privilegios. La actitud "razonable" de los dirigentes obreros supuso un respiro para la clase dominante, pero el rechazo masivo al acuerdo siguió manteniendo la situación en la cuerda floja.
De Gaulle, mucho más consecuente con la defensa de los intereses de su clase, viajó a Alemania el 29 de mayo, para entrevistarse con el comandante en jefe de las fuerzas francesas estacionadas en Alemania: el general Charle Massu, responsable de la represión sangrienta del imperialismo francés en Argelia, para sondear la posibilidad de una intervención armada. La burguesía no estaba segura de que una intervención militar no se resolvería en su contra, puesto que no olvidaban los efectos que la lucha había tenido en la policía. No en vano Mitterrand afirmó que "desde el 3 de marzo no hay estado". Pero a pesar de que todas las condiciones eran enormemente favorables, la clase obrera se encontraba huérfana. Después de semanas de luchas y ocupaciones de fábricas la única orientación que recibía de sus direcciones eran llamamientos a la calma, al pacto, a conformarse con mejoras salariales. Y los días siguieron pasando y el cansancio empezó a pesar porque no había nuevos pasos adelante.
Los trabajadores estaban definitivamente solos, mientras sus dirigentes apelaban a la ley y el orden, que bajo el capitalismo significa el respeto a la propiedad burguesa, a sus instituciones y la renuncia a cualquier cambio en profundidad. Para las capas medias, si la conclusión era que todas las movilizaciones de las últimas semanas sólo habían supuesto y sólo podían traer desorden y anarquía, si la elección es entre De Gaulle y el PCF para gestionar el capitalismo, no hay dudas de quién ofrecía más garantías. La contrarrevolución se sentía fuerte.
La situación había sufrido un cambio fundamental y las capas medias fueron atraídas por la política más decidida de la reacción. El 30 de mayo la derecha organizó una manifestación en la que participaron casi un millón de personas. Ahora sí, producto de la política derrotista de los dirigentes obreros, la situación era desfavorable para la clase obrera, los análisis acerca de la debilidad del movimiento que hacía pocos días no coincidían con la realidad empiezan a cuadrar. El 31 de mayo el PCF y la CGT firman un acuerdo, acompañado de la invitación de volver al trabajo, eso sí, con la garantía de que no habrá ninguna represalia. El 30 de junio las elecciones legislativas darán una mayoría aplastante al partido gaullista y sus aliados. Los dirigentes del PCF también encontrarán una explicación ajena a su responsabilidad: "No cabe duda de que, explotando el miedo y recurriendo al chantaje de la guerra civil, el poder gaullista obtuvo un éxito electoral el 23 y 30 de junio pasados".
Para la clase obrera la lucha no ha acabado
La burguesía tiene un especial interés, como parte de su campaña permanente de desprestigio de las ideas socialistas, en subrayar que Mayo del 68 fue un gran error, y como prueba de ello señalan como han acabado algunos de los dirigentes del movimiento y sus organizaciones.
No cabe duda que las organizaciones tradicionales de la izquierda se transformarán de abajo a arriba por la acción de los trabajadores, y surgirán oportunidades extraordinarias para desarrollar una auténtica dirección marxista de masas. Más tarde o más temprano las contradicciones del capitalismo volverán a empujar a la mayoría de la población a protagonizar más Mayos del 68. No sólo en Francia, en muchos otros países asistiremos a nuevos procesos revolucionarios que ofrecerán la oportunidad de construir una nueva sociedad auténticamente socialista.