Los pasados 6, 7 y 8 de diciembre Izquierda Revolucionaria en el Estado Español celebró su Congreso en Madrid. A continuación, publicamos el documento que fue aprobado por unanimidad de los delegados e invitados. Escrito a principios de octubre de 2024 fue debatido y enmendado en las asambleas territoriales de IR a lo largo de ese mes y de noviembre. El texto ofrece una panorámica bastante completa de los desarrollos fundamentales de la lucha de clases mundial y en el Estado español, la amenaza del ascenso global de la ultraderecha y la batalla descarnada por la hegemonía mundial entre los bloques imperialistas, y las tareas de los comunistas revolucionarios. Por su extensión lo hemos dividido en tres partes.

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Documento del Congreso de Izquierda Revolucionaria

I. La lucha por la hegemonía mundial

El capitalismo atraviesa un periodo de convulsiones sin precedentes desde los años 30 y la Segunda Guerra Mundial. La guerra imperialista en Ucrania, el genocidio sionista en Gaza, la brutal invasión del Líbano y la perspectiva no descartable de una guerra en Oriente Próximo, ponen en evidencia la magnitud de la crisis.

Las contradicciones del sistema han llegado a un punto crítico: muchos de los equilibrios y consensos construidos desde 1945 y especialmente desde 1990, tras la caída de la URSS y el Muro de Berlín, han saltado por los aires. El orden mundial diseñado en aquel entonces por EEUU con sus comparsas europeos se resquebraja aceleradamente.

Una potencia regional como Israel, dominada por un Gobierno de supremacistas fanatizados y que es la expresión más depurada de la ultraderecha mundial es capaz, como Hitler en los años 30, de poner a la humanidad contra las cuerdas. Como ocurrió con la política de apaciguamiento respecto a los nazis, si Netanyahu puede hacerlo es gracias al pleno respaldo de Occidente.

Las comparaciones que realizamos entre sionistas y nazis no son ninguna exageración, y nos permiten situarnos ante la magnitud real de los acontecimientos. Hace tan solo un año, nadie habría podido imaginar que el Estado sionista podría actuar con tal impunidad en Gaza, implementando un genocidio en un lapso tan corto de tiempo. Una barbarie que se lleva adelante sin resistencias, públicamente y en directo, con la plena colaboración de EEUU y de la “democrática y humanitaria” UE, y sin que ningún Gobierno o la llamada comunidad internacional tome medidas efectivas para evitarlo.

Una masacre cuyo mayor patrocinador, hay que ser muy claros a este respecto, es el imperialismo norteamericano, que en su decadencia no deja de sembrar el mundo de crisis, guerras y destrucción. Así lo ha hecho en Ucrania, donde trabajó concienzudamente hasta provocar una guerra con Rusia, o igual que está ocurriendo en Oriente Próximo donde, a pesar de la contención de Hezbolá e Irán, siguiendo las directrices de China y Rusia, se ha atado de pies y manos a la camarilla nazi-sionista encabezada por Netanyahu. Pero esta política criminal no es nueva. Es la que EEUU desplegó en Serbia, Iraq, Libia, Siria o Yemen, y que ahora queda en evidencia como nunca antes.

Todos estos acontecimientos y muchos otros, como el ascenso de la extrema derecha en EEUU y Europa o lo ocurrido en Venezuela en los últimos meses, no pueden comprenderse sin un hecho central que está definiendo el devenir económico y político del siglo XXI: el ascenso de China como superpotencia económica y la consiguiente batalla a muerte que el imperialismo estadounidense está librando para no dejarse arrebatar la supremacía.

Como en otros momentos de la historia, las contradicciones interimperialistas están llegando a un punto de ebullición, y sus consecuencias en la lucha de clases son extraordinarias. Así fue a principios del siglo XX, cuando el auge de Alemania y el progresivo retroceso de Gran Bretaña llevó al estallido de la Primera Guerra Mundial; o en los años 30, cuando el espectacular auge de los EEUU, a pesar del crack del 29, y el desarrollo del militarismo y el imperialismo nazi, condenaron a Europa a una completa destrucción.

Lenin escribió en El imperialismo, fase superior del capitalismo, “el rasgo característico del periodo que nos ocupa es el reparto definitivo del planeta, definitivo no en el sentido de que sea imposible repartirlo de nuevo, al contrario nuevos repartos son posibles e inevitables...”[1] Un nuevo reparto que solo puede resolverse mediante la “fuerza económica, financiera, militar”, poniendo en evidencia la imposibilidad de un desarrollo armónico y pacífico del capitalismo en su etapa de decadencia imperialista.

El planeta también sufre los efectos de un sistema que devora recursos naturales sin ningún tipo de planificación ni racionalidad y envía señales cada vez más evidentes de la imperiosa necesidad de un cambio de modelo. En este panorama convulso los Estados capitalistas muestran su incapacidad de combatir el cambio climático.

En la reciente COP29 (299 Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) se ha podido ver la demagogia y la falta de voluntad para tomar medidas radicales que vayan a la raíz del problema, poniendo con evidencia las lógicas imperialistas. La conferencia cierra con un acuerdo de mínimos para la financiación climática que no cubre ni la cuarta parte de lo calculado por las propias instituciones capitalistas para un correcto programa de adaptación y mitigación al cambio climático para las comunidades más vulnerables[2]. Estos espacios de decisión están dirigidos por las grandes potencias y los lobbies empresariales[3], solo realizan propaganda vacía para lavar la cara a los monopolios capitalistas y asegurar que sus negocios continúen, a costa de seguir destruyendo el medio ambiente.

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El planeta también sufre los efectos de un sistema que devora recursos naturales sin ningún tipo de planificación ni racionalidad mientras los Estados capitalistas muestran su incapacidad de combatir el cambio climático. 

Una superpotencia económica en ascenso

Analistas y medios de comunicación occidentales han desplegado una amplia campaña propagandística contra China señalando que su economía está al borde de una crisis sin precedentes fruto de la caída del mercado inmobiliario, de su incapacidad para desarrollar un potente mercado interno o de la “nueva deriva autoritaria” de Xi Jinping. Pura propaganda.

China se ha convertido en el gran motor de la economía mundial, dejando cada vez más atrás a EEUU, la UE y Japón; dominando sectores punteros decisivos como la robótica, el hardware y las supercomputadoras, o todos aquellos relacionados con las nuevas energías verdes, ya sea el coche eléctrico o los paneles solares[4]; imponiéndose como una gran potencia científica frente a Occidente[5]; o construyendo una red de alianzas y acuerdos comerciales como la Nueva Ruta de la Seda, en Asia, África, América Latina y Oriente Medio, que está convirtiendo al gigante asiático en el organizador del comercio mundial.

Un reciente estudio de 2024 titulado China es la única superpotencia manufacturera del mundo: un esbozo de su ascenso[6], señala que la producción del gigante asiático “supera a la de los nueve siguientes mayores fabricantes juntos” y ofrece datos muy concretos:

“En cuanto a la producción bruta, la participación de China es tres veces mayor que la de Estados Unidos, seis veces mayor que la de Japón y nueve veces mayor que la de Alemania […] La industrialización de China no tiene precedentes. La última vez que el ‘rey de la industria manufacturera’ fue destronado fue cuando Estados Unidos superó al Reino Unido justo antes de la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos tardó casi un siglo en llegar a la cima; el cambio entre China y Estados Unidos se ha producido en unos 15 o 20 años. En resumen, la industrialización de China desafía toda comparación. […] China comenzó la carrera un poco por delante de Canadá, Gran Bretaña, Francia e Italia. Superó a Alemania en 1998, a Japón en 2005 y a Estados Unidos en 2008. Desde entonces, China ha más que duplicado su cuota mundial, mientras que la de Estados Unidos ha caído otros tres puntos porcentuales. Si se tratara de una carrera de caballos en directo, el aburrimiento habría alejado a la mayoría de los espectadores hace años”.

Mientras en los principales países occidentales los beneficios empresariales se canalizan desde hace décadas hacia las operaciones financieras especulativas, y la inversión productiva decae, en China la formación bruta de capital fijo ha aumentado ininterrumpidamente desde 1995. Incluso en 2009, en plena crisis financiera, la FBCF crecía en China un 20,7% mientras que en EEUU caía un 16,5% y en Alemania un 16,9%.[7] De hecho, en 2023, si excluimos el sector inmobiliario, en China[8] “la inversión privada aumentó casi un diez por ciento”.[9]

La superioridad industrial de China resulta cada vez más abrumadora: cuenta con la industria automovilística más potente, especialmente en el sector de los vehículos eléctricos. En 2022 instaló más robots industriales que el resto del mundo, 290.000 frente a 263.000.[10] Un reciente estudio del Joint Research Center de la UE sobre “fábricas avanzadas” (fábricas que combinan robótica, IA, impresión 3D y sistemas de datos dinámicos) subraya la enorme superioridad de China: 20.000 frente a 7.500 de EEUU y 4.500 de Europa. El crecimiento de estas fábricas en China desde 2009 ha sido del 571%, frente a un 130% en la UE y un 75% en EEUU.[11]

Este apabullante avance era reconocido recientemente por The Wall Street Journal: “El superávit chino, que durante mucho tiempo ha sido un punto delicado en Estados Unidos, también lo es cada vez más en otros lugares. Si bien la balanza comercial a 12 meses de China con Estados Unidos ha aumentado en 49.000 millones de dólares desde 2019, lo ha hecho en 72.000 millones con la Unión Europea, en 74.000 millones con Japón y las economías recientemente industrializadas de Asia, y en unos 240.000 millones con el resto del mundo, según datos compilados por Brad Setser, del Consejo de Relaciones Exteriores.”[12] Es decir, la dependencia de EEUU, la UE y el mundo, de China, no ha dejado de agrandarse.

La propaganda occidental insiste en calificar a China como una economía exportadora incapaz de generar un potente mercado interno. Pero esta afirmación carece de fundamento. El desarrollo de las fuerzas productivas en China ha supuesto, como ocurrió en su momento con Gran Bretaña o EEUU, la conformación de una creciente clase media, incluyendo amplios sectores de la clase obrera que se han beneficiado de subidas salariales desconocidas en el resto del mundo. En 2023, según datos de la Oficina Nacional de Estadística, los salarios reales en las empresas públicas crecieron un 5,5% y en el sector privado un 4,5%, con incrementos de más del 13% en el sector financiero o de más del 11% en el sector de la minería[13], aumentando la renta per cápita real una media de un 6,3%.[14]

Estas cifras se repiten año tras año fruto de la vasta acumulación capitalista producida en el país, y de su expansión como potencia imperialista. Algo que ha permitido a su clase dominante —la burguesía y la burocracia de este régimen de capitalismo de Estado—[15], poder hacer concesiones mejorando parcialmente las condiciones de vida de la población y garantizando una valiosa paz social impensable en Occidente. Dicha estabilidad interna es una de sus mayores ventajas competitivas respecto al imperialismo norteamericano o europeo, como lo fue para EEUU en los años 20 e incluso en los 30 del siglo pasado respecto a Gran Bretaña, Alemania o Francia.

El informe del Centro de Investigación de Política Económica (CEPR) lo explica con claridad: “En cuanto a los hechos, vemos que durante su ascenso a la condición de superpotencia manufacturera, el GGR (Índice de Competitividad Global )[16] de China se disparó […] De hecho, la mayor parte de ese crecimiento se produjo entre 1999 y 2004. Ese período supuso una hazaña extraordinaria de la globalización y probablemente por ello muchos piensan que China es una economía enormemente dependiente de las exportaciones. Pero la historia no termina en 2004. Desde 2004, el GGR de China ha estado cayendo de manera constante. Y no podemos obviar que, en 2020, no estaba ya muy por encima del nivel en el que comenzó en 1995. En resumen, la industria manufacturera china ya no depende tanto de las exportaciones como muchos podrían creer. Es cierto que la primera etapa del período de rápido crecimiento implicó que las exportaciones crecieran más rápido que la producción (por lo que el GGR aumenta), pero posteriormente la producción aumentó más rápido que las exportaciones, lo que ha puesto en evidencia que las ventas internas se estaban volviendo relativamente más importantes [...] Esto disipa el mito de que el éxito de China puede atribuirse completamente a las exportaciones. A partir de 2004 aproximadamente, China se convirtió cada vez más en su mejor cliente.”[17]

Incluso The Economist, que constantemente predice el colapso de la economía china, se ha visto obligado a aceptar esta realidad: “Los economistas han creído durante mucho tiempo que las cifras de China subestiman los ingresos y gastos de los hogares. [...] la renta disponible de los hogares chinos sólo representaba el 62% de la renta nacional en 2020 (y tan sólo el 56% en 2010). [...] Pero eso se debe en parte a todo lo que deja fuera. Si las transferencias sociales en especie se deducen también de la renta disponible de otros países, sus cifras se parecen más a las de China. La cifra correspondiente a la zona euro sería inferior al 64% en 2020. Según esta medida, una docena de países europeos tendrían una participación en la renta inferior a la de China”[18], incluyendo a Suecia o Dinamarca.

Hoy China no es solo la principal potencia exportadora, y acreedora, del planeta, sino que se está convirtiendo en un mercado decisivo.

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El desarrollo de las fuerzas productivas en China ha supuesto, como ocurrió en su momento con Gran Bretaña o EEUU, la conformación de una creciente clase media que es la base del fortalecimiento de un cada vez más potente mercado interno. 

Más globalización bajo liderazgo chino

Otra de las explicaciones con las que la propaganda occidental ha intentado ocultar su decadencia ha sido la tesis de la desglobalización. Pero la interconexión de las cadenas de producción, suministro y comercio ha alcanzado cotas históricas y desconectarse de este proceso resulta una auténtica entelequia.

Los datos que el Centro de Investigación de Política Económica publicaba en enero de 2024 son contundentes: “Estados Unidos depende mucho más de la producción manufacturera china que viceversa […] China estaba más expuesta a los insumos estadounidenses antes de 2002, pero Estados Unidos ha tenido una mayor exposición desde entonces. En 2020, Estados Unidos estuvo aproximadamente tres veces más expuesto a la producción manufacturera china que viceversa […] esto muestra una asimetría notable, histórica y mundial en la dependencia de la cadena de suministro entre China y otros grandes países manufactureros. Los políticos pueden querer desvincular sus economías de China. Sin embargo, estos datos sugieren que esa disociación sería difícil, lenta, costosa y perjudicial, especialmente para los fabricantes del G7”.[19]

Las bravuconadas de Trump planteando que retornaría las industrias norteamericanas deslocalizadas en China han quedado en nada. Y todas las medidas proteccionistas adoptadas por su Gobierno o posteriormente por la Administración Biden, aún más agresiva, no solo han fracasado, sino que han terminado por perjudicar principalmente a la propia economía norteamericana. Un estudio reciente calcula que los nuevos aranceles propuestos por Trump si vuelve a la Casa Blanca podrían costarle a EEUU un mínimo de 500.000 millones de dólares al año.[20]

Elon Musk, que apoya sin reservas a Trump, se opone con contundencia a los aranceles sobre los vehículos eléctricos ya aprobados por Biden y que el líder republicano ha prometido endurecer. La razón: la mitad de su producción se fabrica en China.[21] Cuando se trata de negocios, la única lealtad de estos plutócratas es con sus bolsillos.

Y lo mismo se aplica a Europa, que plantea imponer aranceles a los coches eléctricos chinos, pero que ya se ha encontrado con la enconada oposición de la patronal automovilística alemana[22]. Y no solo porque perjudique a sus exportaciones desde China, donde fabrican buena parte de su producción y componentes, sino por las posibles represalias chinas en un mercado que se ha vuelto cada vez más decisivo.[23]

Si las medidas proteccionistas de EEUU resultan impotentes, es aún peor en el caso de la UE, cuyo peso en la economía mundial ha caído un 28% desde el año 2000, pasando de representar el 20,12% al 14,46%. En el caso de Alemania, el retroceso ha sido desde el 4,72% al 3,15%, ¡el 33%![24]

La teoría de la desglobalización es una completa falacia que trata de ocultar el declive de EEUU y Europa. De hecho, el avance de China no ha hecho más que reforzar la globalización.

El Instituto Lowy, por ejemplo, señala que 128 países comercian ya más con China que con EEUU, y que China ha gastado más de un billón de dólares en infraestructuras en más de ¡140 países![25] La reciente cumbre celebrada en Beijing con 50 naciones africanas ha supuesto la exención de aranceles para los productos de 33 de ellos, e inversiones, en yuanes, por más de 45.000 millones de dólares.[26]

Incluso el Financial Times en un artículo titulado El mito de la desglobalización oculta los cambios reales, reconocía que “no parece haber evidencia de un cambio hacia la desglobalización”, y que la realidad es “que el resto de la economía mundial es cada vez menos importante para China, pero el país sigue siendo cada vez más importante para el resto de la economía mundial.”[27] O lo que es lo mismo: la globalización continúa, pero bajo el nuevo liderazgo de China.

China se ha convertido desde hace una década en un exportador neto de capital a todo el mundo, y sus inversiones en el extranjero alcanzaron en 2023 la cifra récord de 162.700 millones de dólares.[28] Unas inversiones que le permiten enfrentar las medidas proteccionistas y las sanciones de sus competidores, y continuar fortaleciendo sus poderosas cadenas de producción y suministro impulsando el comercio mundial. Una exportación de capitales que, tal y como explica el marxismo, es la característica fundamental del “capitalismo moderno, donde impera el monopolio”,[29] y que busca evitar la crisis de sobreproducción interna exportando la misma al resto del mundo y generando nuevas y más profundas crisis.

La política de sanciones occidentales contra Rusia ha puesto aún más en evidencia el avance de la globalización bajo dominio chino. No solo han sido incapaces de aislar a Putin, que ha contado en todo momento con el respaldo de China, sino que dicha política se ha convertido en un boomerang contra EEUU acelerando la crisis del dólar.

El comercio entre China y Rusia ha pasado a realizarse por completo en yuanes, y otras potencias como Arabia Saudí, aliado histórico de EEUU, no han dudado en firmar un acuerdo con China para que compre parte de su petróleo en yuanes a cambio de que estos sean utilizados para adquirir productos chinos.[30] Día tras día, la lista de países (Brasil, Irán, Pakistán, Nigeria, Argentina o Turquía…) que se suman a acuerdos similares crece.[31]

China se está convirtiendo en el principal acreedor mundial[32], con un volumen de préstamos que en la actualidad supera al FMI, el Banco Mundial y el Club de París juntos[33]. Una posición que es criticada desde Occidente con argumentos demagógicos, pues todavía en 2023 tan solo el 12% de la deuda externa total de los países africanos correspondía a prestamistas chinos, frente al 35% de prestamistas privados occidentales.[34] Como régimen capitalista que es, China no regala estos préstamos ni realiza inversiones por motivos altruistas. Su músculo financiero le está permitiendo hacerse con recursos naturales, rutas comerciales o infraestructuras decisivas en la lucha por la supremacía global.

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La política de sanciones occidentales contra Rusia ha puesto aún más en evidencia el avance de la globalización bajo dominio chino. No han aislado a Putin, respaldado por China, y esa política se ha acelerado la crisis del dólar. 

El material inflamable se acumula

A pesar de este impresionante desarrollo de las fuerzas productivas, lo que China no puede hacer es acabar con las contradicciones inherentes al capitalismo, con su tendencia a sufrir crisis de sobreproducción, su incapacidad para garantizar un desarrollo armónico de las fuerzas productivas y, en consecuencia, son inevitables guerras por la conquista de mercados, materias primas y áreas de influencia geoestratégicas.

Lenin lo explicó en El imperialismo...: “mientras el capitalismo siga siendo capitalismo, el excedente de capital no se utilizará para elevar el nivel de vida de las masas del país, ya que esto significaría la disminución de los beneficios de los capitalistas, sino para aumentar estos beneficios mediante la exportación de capital a los países atrasados del extranjero”.[35]

El meteórico ascenso de China introduce nuevas y severas contradicciones, convirtiendo la lucha por la supremacía mundial en una fuente constante de inestabilidad, crisis y guerras. Su poderío se asienta sobre la decadencia del resto del mundo, particularmente sobre la de EEUU y Europa. Pero ningún tipo de imperialismo podrá salvarnos de la catástrofe a que nos conduce la descomposición del capitalismo.

La crisis financiera de 2008 hizo emerger de nuevo el cáncer de la sobreproducción, una enfermedad sin solución,[36] y todas las medidas adoptadas desde entonces han reforzado el carácter cada vez más parasitario del capital, especialmente en Occidente. El susto financiero que se vivió hace poco más de un año, con la quiebra de diversos bancos norteamericanos vinculados al sector tecnológico y del gigante suizo UBS, fue una seria advertencia al respecto.[37]

La economía mundial, como señalan las instituciones internacionales (FMI, Banco Mundial, OCDE), se enfrenta a más dificultades. Las cifras de crecimiento modestas para EEUU y raquíticas para Europa ni siquiera reflejan la magnitud de las contradicciones acumuladas. La deriva especulativa, que llevó al estallido de las subprime en 2008, no solo no ha remitido, sino que ha alcanzado dimensiones monstruosas. En 2023 la deuda mundial superó ¡los 313 billones de dólares!, 15 billones más en tan solo un año, y la deuda pública escaló hasta los 92 billones de dólares. Hace diez años la deuda mundial ascendía a 210 billones de dólares.[38]

Un endeudamiento a cuya cabeza está EEUU: el pago de intereses ya supera su presupuesto de defensa, representando el 3,4% del PIB, frente al 1,2% de hace una década, lo que supone 3.000 millones de dólares diarios.[39] Y de esta dinámica, a pesar de sus ventajas competitivas, tampoco escapa China, que ha asistido a un constante crecimiento de su deuda que ya se sitúa en el 83,60% de su PIB.[40]

Los astronómicos beneficios de las grandes entidades financieras y las grandes corporaciones occidentales no se explican por un crecimiento robusto y armonioso de la economía, sino por el empobrecimiento creciente de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. Estamos asistiendo a una gigantesca operación de transferencia de riqueza que, inevitablemente, desembocará en una crisis social, política y ecológica de dimensiones nunca vistas. Así lo pone en evidencia el último informe de Oxfam, que señala que las 3.000 familias más ricas del mundo concentran una riqueza equivalente al 13,5% del PIB mundial.[41]

Ucrania. Un nuevo punto de inflexión

EEUU se ha convertido en una bestia herida que se revuelve contra su propia decadencia, negándose a rendir su posición. En el plano militar sigue siendo con diferencia la primera potencia, superando su presupuesto en defensa al de los siguientes 10 países en el ranking[42]. Una maquinaria militar tan poderosa como desesperada que se ha convertido en una amenaza para la humanidad.

Lo estamos viendo en Ucrania, donde ha provocado el conflicto con una potencia nuclear como Rusia; en Taiwán, a la que está armando hasta los dientes; o en su férreo apoyo al régimen de Netanyahu, que trabaja sin descanso para provocar una guerra regional en Oriente Medio.

Si la humillante retirada de Afganistán fue un duro golpe para el imperialismo norteamericano y un salto de calidad en su declive, ahora se enfrenta a otra nueva pesadilla: una derrota en Ucrania tras dos años de guerra y 175.500 millones de dólares en ayudas[43].

La apuesta ha sido tan fuerte que Ucrania se ha convertido en el mayor receptor de ayuda norteamericana con diferencia: solo en armamento 70.000 millones de dólares, casi igualando el presupuesto militar de Rusia en 2023 (100.000 millones). Pero a pesar de esta inversión multimillonaria, que está pagando la clase trabajadora norteamericana, no han podido evitar la derrota de sus títeres ucranianos.[44]

Tras la última gira de Zelenski por EEUU, y los constantes avances del ejército ruso en el Donbás y el fracaso de la ofensiva ucraniana en Kursk, se abre paso la perspectiva de que es hora de sentarse a negociar el final de la guerra.[45] El apoyo social a la guerra en EEUU y Europa, que siempre fue limitado sin lograr movilizar a la opinión pública masivamente, se ha convertido en abierta oposición, con Trump, AfD y otros líderes y partidos de la extrema derecha europea encabezando las críticas contra la OTAN.

La situación interna de Ucrania es cada vez más desesperada. Han huido del país casi 10 millones de personas, cerca de 800.000 hombres en edad militar han “pasado a la clandestinidad” tras la aprobación de la nueva Ley de reclutamiento[46] y, según cifras oficiales, al menos 80.000 soldados han abandonado sus unidades en lo que va de guerra, más de la mitad en los primeros ocho meses de este año.[47] La media de edad de los soldados en el frente es de 45 años, y entre el 50 y el 70% de los nuevos reclutas sobreviven tan solo dos días en el frente.[48] Por muchas armas que se envíen, la realidad es que cada vez hay menos manos dispuestas a empuñarlas, en medio de una hostilidad popular creciente a formar parte del ejército. Por sí solas, estas cifras desmienten a quienes intentan presentar esta guerra como una lucha popular por la emancipación nacional. De la mano de EEUU, la UE y la OTAN ningún pueblo o nación alcanzará la libertad.

La guerra ha vuelto a poner en evidencia la enorme debilidad de EEUU y Occidente frente a Rusia que, además de impulsar una industria de guerra formidable, alcanzará un crecimiento de un ¡3,2%! del PIB este año. Lo mismo puede afirmarse de China, que ha vuelto a demostrar su potente músculo industrial ayudando a sostener el esfuerzo bélico y a torcer el brazo a la OTAN. Como publicó la CNN, Rusia produce tres veces más proyectiles de artillería que EEUU y la UE juntos, 3 millones frente a 1,2 millones.[49] Un buen reflejo de la importancia decisiva de la potencia industrial de cara a ganar una guerra y, en consecuencia, de la actual correlación de fuerzas entre ambos bloques imperialistas.

Desde el estallido de la guerra imperialista en Ucrania hemos escritos numerosos materiales[50], y el tiempo no ha hecho más que confirmar nuestras perspectivas. Como señalamos, EEUU empujó a Ucrania a una guerra contra Rusia e indirectamente para frenar a China, en el único continente sobre el que conserva aún una amplia influencia, buscando desconectar a Alemania tanto del gas y del petróleo rusos, como de la creciente influencia del gigante asiático. La trascendencia de esta derrota será de tal magnitud que aún resulta difícil prever todas sus consecuencias. De hecho, existe una posibilidad evidente de que el presidente Zelenski no resista en su cargo y el Gobierno actual se derrumbe.

A pesar de la demagogia de Trump contra la guerra en Ucrania, señalando que supone un despilfarro sin fin del dinero de los contribuyentes norteamericanos, la realidad es que esta apuesta era una decisión estratégica de la clase dominante norteamericana. De ahí que los republicanos, a pesar de sus críticas y maniobras parlamentarias, hayan aprobado los cinco megapaquetes de ayudas a Ucrania impulsados por la Administración Biden, el último el pasado 24 de abril.

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EEUU se ha convertido en una bestia herida que se revuelve contra su propia decadencia, negándose a rendir su posición. Y cuenta con una maquinaria militar poderosa y desesperada que se ha convertido en una amenaza para la humanidad. 

El genocidio en Gaza y la invasión del Líbano[51]

Como dijimos en su momento, y se ha confirmado posteriormente, los ataques de Hamás del 7 de octubre eran ampliamente conocidos tanto por el Mossad y el Gobierno de Israel como por la CIA y la Casa Blanca.[52] Sin embargo, ante la perspectiva de la derrota en Ucrania y el acelerado crecimiento de la influencia china en Oriente Próximo, plasmado en el restablecimiento de relaciones entre Irán y Arabia Saudí, aliado histórico de Washington, muchos elementos convergieron para dejar hacer y tener un casus belli que les permitiera actuar sin contemplaciones.

Pero la dinámica del Gobierno ultraderechista y supremacista de Netanyahu está llegando demasiado lejos. Han arrasado Gaza, cometiendo un genocidio que ha asesinado a cerca de 42.000 palestinos (180.000, según la revista The Lancet, incluyendo víctimas indirectas del hambre, las enfermedades, etc.), entre los que se encuentran 15.000 niñas y niños, herido a más de 100.000 y arrasado el territorio dejando un paisaje similar al de Hiroshima tras el lanzamiento de la bomba atómica.

Están extendiendo ese mismo terror a Cisjordania, donde las falanges fascistas de colonos y el ejército ya han asesinado a más de 700 palestinos, 150 de ellos niños.[53] Y ahora dan un paso más con la brutal invasión del Líbano, con bombardeos que siguen los mismos patrones que en Gaza, sin diferenciar entre objetivos militares y civiles, y que ya han dejado más de 2.000 muertos y un millón de desplazados. Todo tras una campaña de atentados terroristas multitudinarios[54], más de 5.000, que, por supuesto, no fueron condenados por Occidente.

Esta barbarie, alimentada durante 76 años de colonización y ocupación, no es obra exclusiva de los sectores fascistas más fanatizados. El Likud de Netanyahu sigue compartiendo Internacional con el PP, la CDU y esa llamada derecha “moderada” con la que la socialdemocracia no tiene reparos en pactar y gobernar. Pero además, la oposición israelí, que se manifestó en las calles contra la deriva autoritaria de Netanyahu, ha justificado y jaleado tanto la matanza en Gaza como ahora la invasión del Líbano.

Esta deriva totalitaria de la sociedad israelí, muy similar a la que se vivió en la Alemania nazi, y que supone que una mayoría de israelíes apoye hoy la masacre en Gaza o la tortura de presos palestinos, no solo amenaza a la población palestina, sino también a los árabes-israelíes, al movimiento sindical y las organizaciones de izquierda, a las mujeres, al movimiento LGTBI y a los sectores laicos. Un recordatorio de cómo la extrema derecha más brutal, con claros rasgos fascistas, puede abrirse paso en el conjunto de la sociedad cuando no se plantea una alternativa consecuente y combativa desde la izquierda.

Esta barbarie solo es posible gracias a Biden, Kamala Harris y los demócratas sin cuyo apoyo militar, diplomático y económico Israel no podría aguantar un solo día más de conflicto. El Banco Central de Israel calculó que el coste de la guerra hasta 2025, sin contar la invasión del Líbano, ascendería a 67.000 millones de dólares. La Administración Biden ha desembolsado hasta el momento 30.000 millones en ayudas directas.

Sin esta financiación la economía israelí colapsaría. Sectores como el turismo, la construcción o la agricultura están en franco retroceso, e importantes inversiones en el decisivo sector tecnológico, como una fábrica de Intel por valor de 23.000 millones de dólares, han quedado paralizadas.[55] Se calcula que a finales de año, cerca de 60.000 empresas israelíes habrán quebrado, fruto también de la falta de mano de obra por el reclutamiento militar masivo. Si en las guerras imperialistas la fortaleza económica es un aspecto decisivo para la victoria, Israel enfrentaría una difícil perspectiva sin el respaldo occidental.

No dejaremos de insistir en que la “democrática” Europa sigue vendiendo armas a Israel, lo que también incluye al Gobierno PSOE-Sumar, y manteniendo relaciones económicas y diplomáticas de forma fluida con el Estado sionista, incluido un acuerdo comercial preferente. Obviamente, si rompieran dichas relaciones, el golpe para el Estado sionista sería demoledor.

La nueva espiral desatada por el sionismo y EEUU en Líbano está llegando a un punto crítico. Durante estos meses, y a pesar de la brutalidad desatada en Gaza y de las constantes provocaciones israelíes, tanto Hezbolá como Irán han mantenido una postura de extremada contención siguiendo directrices chinas y rusas.

Finalmente, forzaron a Irán, y en última instancia a China, a reaccionar para tratar de marcar una línea roja. El lanzamiento en octubre de 200 misiles de alta precisión, ha golpeado duramente a Israel, alcanzando dos bases militares, la sede del Mossad e infraestructuras gasísticas. Una acción que ha evidenciado la potencia militar de Teherán y su capacidad para superar las defensas israelíes

Tanto el Gobierno ultraderechista de Netanyahu como algunos sectores del imperialismo norteamericano están dispuestos a empujar hacia una guerra con Irán. Sin embargo, una guerra regional tendría consecuencias devastadoras, en primer lugar para la economía global, pudiendo paralizar al sector petrolero y desatar una durísima recesión. De ahí los constantes movimientos para evitarla de otros sectores de la clase dominante, especialmente en Europa.

Desde que Israel activó sus medios para perpetrar este cruel holocausto, lo único que se ha interpuesto contra el sionismo y sus cómplices ha sido la lucha de masas en las calles. Ya sea en EEUU, con protestas continuas y multitudinarias en sus principales ciudades, o con el movimiento de las acampadas universitarias reprimido con saña por Biden, Harris y los demócratas; en Europa con combativas movilizaciones de masas en Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Alemania o el Estado español, o en Marruecos, Argelia, Egipto, Jordania y decenas de países, la acción directa desde abajo, impulsada por miles de activistas y organizaciones de la izquierda militante, ha sido el único aliado seguro del pueblo palestino.

Depositar cualquier ilusión en los regímenes árabes, la comunidad internacional, o en potencias imperialistas como Rusia o China es completamente ajeno al marxismo. Recientemente la Liga Árabe reclamaba a Borrell que la UE actuara con determinación para frenar el genocidio en Gaza, pero ¿y la Liga Árabe? ¿Por qué no impone un boicot en el comercio de petróleo y de gas como en 1973? ¿Dónde está la llamada solidaridad árabe? Únicamente en las calles, porque sus Gobiernos solo tienen un interés: mantener sus lucrativos negocios con el régimen sionista y sus patrocinadores americanos y europeos.

Tanto la ONU como del Tribunal Internacional de Justicia emiten resoluciones, discursos y acciones que son puro papel mojado, igualando en ocasiones a opresores y oprimidos, las acciones de Hamás con el genocidio sionista. Que numerosas organizaciones de izquierda, incluso que se reclaman marxistas, hayan depositado sus esperanzas en estas instituciones moribundas, diseñadas y controladas por las potencias occidentales, o en un Tribunal que aún duda sobre si hay o no un genocidio en Gaza, demuestra una completa bancarrota política.

Y lo mismo podemos decir respecto a Rusia y China, y aquellos en la izquierda que confían en su acción para lograr la liberación del pueblo palestino o el cese de la agresión contra el pueblo libanés. Es cierto que ambas potencias aparecen a los ojos del Sur Global como una posible alternativa, explotando los sentimientos anticoloniales y antimperialistas, pero los hechos de este último año han puesto en evidencia que ambos regímenes capitalistas actúan solo en defensa de sus intereses imperialistas. De ahí su negativa a romper relaciones con el Estado sionista, del que China es su segundo socio comercial.[56]

Tal y como ya hemos señalado en nuestras declaraciones, apoyamos el derecho del pueblo palestino y del pueblo libanés a resistir con las armas en la mano la embestida del sionismo y del imperialismo norteamericano. Pero la clave de esta resistencia, como ocurrió en Argelia o en Vietnam, pasa por levantar un programa político de transformación revolucionaria de la sociedad, que choca inevitablemente con la política fundamentalista de Hamás, Hezbolá o la República islámica de Irán.

No nos ponemos de perfil. Señalamos que tanto Hezbolá como Irán tienen derecho a defenderse frente a la agresión sionista y combatimos toda la campaña occidental que quiere convertir a las víctimas en agresores. Pero entendemos que la lucha armada del pueblo palestino y libanés contra el sionismo y el imperialismo norteamericano debe realizarse con un programa revolucionario, socialista e internacionalista, que priorice los métodos de masas y la huelga general, la formación de comités de acción bajo el control democrático de los trabajadores y la juventud y el llamamiento a la movilización del pueblo árabe contra sus propios gobernantes, cómplices del imperialismo.

La lucha armada debe guiarse por un programa clasista y debe abogar claramente por la expropiación de la riqueza que acumula la burguesía palestina, tanto en Gaza y Cisjordania como en el exterior, con el fin de financiar el esfuerzo de la lucha militar, garantizando condiciones de vida digna a la población, comenzando por los cientos de miles de refugiados y desplazados que han sido obligados a huir de sus hogares.

La lucha de liberación nacional del pueblo palestino ha sido traicionada en múltiples ocasiones y ha llegado a un callejón sin salida fruto de la política de sus dirigentes. Así ocurrió tras la Primera Intifada a finales de 1987, cuya determinación y heroicidad despertó una ola de simpatía entre la clase obrera mundial que puso en serias dificultades al Gobierno israelí y a sus sostenedores occidentales, y que la dirección de la OLP condujo a un completo fracaso, primero con la Conferencia de Paz de Madrid de 1991 y más tarde con la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993.

 Estas soluciones “realistas”, defendidas por gran parte de la izquierda y el estalinismo como un inevitable paso intermedio hacia la liberación de Palestina, terminaron legitimando internacionalmente a un régimen de apartheid de la mano de la OLP y la Autoridad Nacional Palestina (ANP). El abandono de cualquier perspectiva socialista, subordinándose a la burguesía árabe y a la propia burguesía palestina, ha sido la causa de este desastre.

Una subordinación que también practican Hamás y Hezbolá en el Líbano, dependientes de los fondos suministrados por una dictadura capitalista corrupta como la de Qatar o del Estado islámico burgués de Irán, enemigo jurado del movimiento obrero y los oprimidos. Hezbolá ha sido parte de gobiernos capitalistas que han aplicado planes de ajustes del FMI y realizado duros recortes sociales, hundiendo a la clase trabajadora y los oprimidos en una creciente miseria. Cuando en 2019 estalló en Líbano una crisis revolucionaria fruto del colapso de la economía, Hezbolá, junto al ejército y la policía libanesas, reprimieron sin contemplaciones a un movimiento de masas que amenazaba los intereses de la clase dominante y sus mentores exteriores.[57]

Desde 2017 Hamás ha incluido en sus propios estatutos los Acuerdos de Oslo y la solución de los dos Estados bajo las fronteras de 1967. Unas posiciones que se han consolidado aún más desde el estallido del actual genocidio, y que ha cristalizado en la firma de un acuerdo de unidad nacional en Beijing por parte de 14 facciones palestinas, entre las que se encuentran Al Fatah, Hamás, Yihad Islámica o el FPLP, cuyo “resultado principal —en palabras del ministro de Exteriores chino— es que la OLP es el único representante legítimo de todo el pueblo palestino”,[58] y abriendo las puertas a una nueva administración civil en Gaza fuera del control de Hamás.

Que la izquierda militante, palestina e internacional, se incline acríticamente ante un programa fundamentalista o abiertamente burgués no ayudará en nada a la lucha del pueblo palestino.

La lucha por la liberación nacional de Palestina y por la liberación del Líbano frente a la agresión sionista es una cuestión de clase y su éxito depende del triunfo de la revolución socialista en Oriente Medio. Una revolución que requiere de la unidad de los trabajadores palestinos, de Israel y del resto del mundo árabe para destruir el Estado sionista y expropiar a su burguesía, y también para derrocar a la burguesía árabe y palestina, ligada por infinitud de intereses y negocios a Israel, EEUU y Occidente.

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La nueva espiral desatada por el sionismo y EEUU en Líbano está llegando a un punto crítico. A pesar de esro Hezbolá e Irán han mantenido una postura de extremada contención siguiendo directrices chinas y rusas. 

Huracán político en EEUU

La victoria electoral de Donald Trump en las elecciones presidenciales representa una dura advertencia a la clase obrera y la juventud de todo el mundo. No podemos trivializarla ni despacharla con análisis superficiales que no van al fondo de sus enormes consecuencias. De manera inmediata, el avance electoral de la extrema derecha global se verá beneficiado del éxito trumpista en la primera potencia capitalista del planeta.

Muchos pronosticaron el fin de Trump, su aislamiento, su supuesta falta de apoyos entre la clase dominante norteamericana e incluso dentro de su partido. Pero no solo han fallado estrepitosamente las perspectivas de la prensa liberal y de la legión de comentaristas a sueldo de la socialdemocracia que confiaban en la remontada de Kamala Harris. Otro tipo de charlatanes, que por alguna extraña razón siguen calificándose como “teóricos marxistas”, han sido completamente incapaces de interpretar seriamente las poderosas fuerzas sociales y políticas que empujan al trumpismo, y su sorpresa ante estos resultados también ha sido morrocotuda.

Este triunfo demuestra, en primer lugar, la profundidad de la crisis del capitalismo estadounidense, su decadencia en la escena mundial y los fracasos que está cosechando como potencia imperialista, hechos que han desencadenado la brutal polarización política y social que recorre el país. En segundo lugar, el estrepitoso fiasco de las políticas neoliberales y belicistas de los demócratas, una élite degenerada que actúa como cómplice estratégico en el genocidio sionista contra el pueblo palestino.

Trump ha ganado y lo ha hecho holgadamente con unos resultados históricos. Según el recuento oficial del 20 de noviembre, logra 76.674.573 votos (50%) frente a los 74.100.834 votos (48,3%) de Kamala Harris. Consigue la mayoría en el Senado y casi seguro en la Cámara de Representantes, y el control de los órganos más relevantes del Estado. Y todo esto en unas elecciones que han registrado la segunda mayor participación de la historia de EEUU, solo por detrás de la cita de 2020.

Los llamados “swing states” —estados clave para decidir la victoria presidencial— se han pronunciado mayoritariamente por el MAGA (Make America Great Again/Hacer América grande otra vez) y esto incluye el avance del voto trumpista entre sectores en los que no había logrado arrancar gran cosa hasta ahora, en la comunidad latina, la juventud, las mujeres y capas de la clase trabajadora menos devastadas por el empobrecimiento.

Las fuerzas motrices del trumpismo

Hay que señalar las cosas tal como son, no proyectar una imagen idílica. Trump representa al antiestablishment de la misma manera que lo hacen Javier Milei, Marine Le Pen, Giorgia Meloni, Santiago Abascal o los dirigentes de la ultraderecha alemana o austriaca. Son demagogos de extrema derecha que utilizan su crítica hacia las instituciones de la democracia burguesa y los políticos tradicionales para poder esparcir su programa patronal, racista, machista y declaradamente anticomunista.

En ningún caso se trata de elementos marginales, de outsiders. Son una parte esencial del actual ecosistema político y reciben un apoyo evidente de secciones importantes de la clase dominante en sus respectivos países. Confundir las cosas y no denunciar a estos elementos como enemigos declarados de la clase obrera, o peor, considerar que reflejan una “radicalización antisistema” que puede ser aprovechada es, simplemente, arrojar por la borda las lecciones de la historia.

Los nazis alemanes y los fascistas italianos en los años treinta también contaban con un acabado programa antiestablishment, hacían demagogia social y recogían el apoyo de sectores desencantados con el parlamentarismo. Empezaron como grupúsculos, pero a medida que se desarrollaba la crisis del capitalismo y la izquierda cometía errores de calado fueron ampliando su base social logrando el respaldo de las burguesías de sus países.

Los grandes marxistas que analizaron el fenómeno de la extrema derecha y del fascismo en aquella época no se conformaron con una lectura superficial, ofrecieron una caracterización de clase y levantaron un programa de acción para combatir esta amenaza letal. Explicaron la trampa de su demagogia, y los señalaron como el partido de la desesperanza contrarrevolucionaria dispuestos a realizar un trabajo completo para aplastar al movimiento obrero y sus organizaciones cuando la clase dominante no tuviera otra salida.

Obviamente no estamos planteando que la perspectiva de una dictadura fascista pueda imponerse a corto plazo en EEUU. Eso está descartado, porque provocaría un movimiento revolucionario entre las decenas y decenas de millones de trabajadores y jóvenes que sí se han manifestado inequívocamente contra el trumpismo, no solo en las urnas, especialmente en las calles. Pero nuestra obligación es ver el desarrollo dialéctico de estos acontecimientos, y huir de cualquier visión mecánica y reduccionista. El peligro está ahí, y no vale edulcorar a Trump. Hay un giro a la derecha entre capas amplias de la pequeña burguesía y de sectores desmoralizados de los trabajadores. Y se trata de responder con la acción y con un programa contundente a esta peligrosa evolución de los acontecimientos.

Donald Trump recupera la presidencia de EEUU después de pasar por la Casa Blanca y aplicar medidas contra la clase obrera y las libertades democráticas, de racismo y ataques a los derechos de las mujeres, políticas que además llenaron los bolsillos de las grandes corporaciones. Y ha logrado unos resultados históricos tras haber promovido el asalto al Capitolio de miles de fascistas armados, y de ser juzgado y condenado por los tribunales.

Trump es ahora más fuerte que hace ocho años, ha convertido al Partido Republicano en una organización dócil destrozando a los escasos rivales que intentaron desafiarle. Detrás de su figura se levanta un movimiento de masas que ha pasado de las urnas a las calles y a la acción directa, y viceversa, y que ha aprovechado con habilidad el desastre de la Administración demócrata para avanzar entre nuevos sectores.

Su progreso se alimenta de la misma dinámica que favorece a la extrema derecha de todo el mundo: el retroceso del capitalismo occidental y la emergencia de nuevas potencias que disputan la supremacía mundial, la necesidad de la pequeña burguesía de ampliar la explotación de la fuerza de trabajo inmigrante para acumular más riqueza y sostener su nivel de vida, y la desesperación de sectores de trabajadores empobrecidos y completamente desamparados por las estructuras sociales del Estado. Y ante esto, una izquierda reformista impotente que aparece como la abogada defensora de una democracia capitalista en declive y putrefacción.

Considerar que Trump no tiene sólidos apoyos entre la clase dominante y que la burguesía en bloque está contra él porque es incontrolable y tiene una agenda aislacionista es absurdo. Trump forma parte de la clase capitalista, tiene vínculos y apoyos de mucha envergadura entre sus filas, y responde a los intereses de aquellos sectores que llaman a la batalla frontal contra la clase obrera, el enemigo interior, y a preparar a EEUU para una guerra económica prolongada contra China y sus aliados. Obviamente, las posibilidades de éxito de esta estratégica son muy cuestionables.

Trump no es un marginado de la política estadounidense, y la burguesía no le ve con horror. Afirmar esto es ofrecer una visión simplista y, evidentemente, falsa. Recientes informes han señalado a los principales donantes de la campaña trumpista, en torno a 50 multimillonarios que han estado muy activos ofreciendo sus recursos a Trump y su programa.[59] El recibimiento que Wall Street otorgó al triunfo de Donald Trump no deja lugar a dudas: los índices se dispararon a máximos históricos y el dólar registró su mayor alza desde 2020.[60]

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Trump, como los demás dirigentes de la ultraderecha, es un demagogo de extrema derecha que crítica las instituciones de la democracia burguesa y los políticos tradicionales para poder esparcir su programa patronal, racista, machista y anticomunista. 

El desastre de la Administración demócrata

Todas las promesas y la propaganda que los demócratas manosearon para dar un vuelco electoral hace cuatro años han resultado ser un fraude completo. La defensa de la sanidad y la educación públicas, la lucha contra el racismo y la brutalidad policial, la cancelación de la deuda estudiantil, proteger los derechos sindicales, de las mujeres y la comunidad LGTBI, demandas como los 15$ la hora… ¿Qué ha pasado con todo eso?

Bajo la Administración Biden se ha retrocedido significativamente en todas y cada una de las cuestiones planteadas. Deportaciones récord de inmigrantes, pérdida de derechos democráticos, huelgas prohibidas por el Gobierno, una inflación desbocada que se ha comido los salarios y recortes sociales que han nutrido las partidas económicas interminables para intervenciones imperialistas como la guerra de Ucrania o el apoyo al genocidio sionista en Gaza.

Los beneficiados de estas políticas han sido numerosos, sí, pero no viven en barrios obreros ni en los suburbios, sino en Wall Street y en Silicon Valley. Las grandes empresas tecnológicas, las farmacéuticas, las energéticas, las grandes armamentísticas y la gran banca han hecho su agosto con Biden y Harris al frente del despacho oval.

El programa belicista de la Administración demócrata ha resultado clave en la ruptura de la juventud y una parte importante de la clase trabajadora norteamericana con el Partido Demócrata. El apoyo incondicional a Zelenski, al genocida Netanyahu y la dura represión policial hacia el movimiento propalestina ha sobrepasado una línea roja que muchos potenciales votantes azules no han perdonado. ¿Cómo se va a combatir a la extrema derecha apoyando a su mayor y más belicoso representante, Benjamin Netanyahu?

Estos son puntos principales que explican el batacazo de Kamala Harris. Ni la más potente de las campañas propagandísticas ha podido tapar su compromiso con esta agenda de derechas e imperialista. Sus constantes guiños en la recta final de la campaña a los votantes republicanos, prometiendo incluirles en su Gabinete y presumiendo de apoyos públicos provenientes del mismo, han terminado de mostrar las enormes limitaciones de la candidatura demócrata para movilizar el voto masivo de la izquierda.

Pero sería incompleto el análisis del desastre electoral si no incluyéramos en él a los representantes de la nueva izquierda demócrata como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Actuando como el dique de contención de la movilización y la llave de seguridad de Biden para mantener la paz social y darse un barniz más progresista, ambos personajes y una buena parte de la dirección del DSA se han cubierto de gloria. Una vez demostrada su completa incapacidad para enfrentar al aparato demócrata y romper con una política de subordinación, tienen el oportunismo, horas después del triunfo de Trump, de acusar a la Administración Biden de haber abandonado a la clase trabajadora, como ha hecho públicamente Bernie Sanders. Verdaderamente lamentable lo del senador de Vermont.

Lucha de clases, inestabilidad y nuevas crisis

Es imposible leer correctamente los resultados de estas elecciones sin tener en cuenta el contexto general en el que se celebraban. La pugna entre el imperialismo estadounidense y China por la supremacía mundial.

Donald Trump ha prometido terminar con la guerra en Ucrania en cuestión de días y también se ha mostrado partidario de cerrar el conflicto en Oriente Medio. Pero una cosa son las palabras y otra la política real. La intervención en Ucrania es un asunto fundamentalmente norteamericano, una guerra provocada desde Washington para no perder una influencia decisiva en el Viejo Continente.

Si Trump fuerza a Zelenski a aceptar una paz con Rusia a costa de renunciar a parte del territorio, sería un nuevo reconocimiento de la debilidad del imperialismo occidental en el mundo; pero no cerrar este conflicto provocará problemas cada vez mayores y mantendrá un agujero negro por el que se dilapidan ingentes recursos y que ya ha provocado una crisis de envergadura en países clave como Alemania.

Tampoco está claro qué ocurrirá en Oriente Próximo. Netanyahu se ha mostrado muy feliz por la victoria del magnate. El apoyo de Trump a este genocida está fuera de duda, así como su interés en mantener un punto estratégico de apoyo en la zona, pero el riesgo de continuar una escalada que desemboque en una guerra regional no es precisamente un argumento para volver América más fuerte.

El punto central es que Trump no es un “hombre de paz”, sino el presidente de una potencia atravesada por una decadencia orgánica e implicada en una lucha a muerte con un coloso como China.

Trump no puede escapar de esta realidad. Eso fue lo que llevó a declarar la guerra comercial a Pekín en su anterior presidencia, con unos frutos muy negativos para los intereses estadounidenses. Si intenta movimientos proteccionistas importantes, como los prometidos aranceles a los coches chinos y a las importaciones europeas, acarreará nuevos realineamientos en torno a los dos grandes contrincantes. Y esto implicará efectos profundos en la lucha de clases dentro de EEUU.

Trump ha prometido sellar la frontera y hacer la mayor deportación de inmigrantes de la historia, una nueva “época dorada” para EEUU con bajadas de impuestos y prosperidad para los emprendedores. Pero ¿puede lograr con este programa mejorar la vida de la clase trabajadora que se ha visto brutalmente empobrecida en los últimos años? La respuesta del trumpismo a la crisis del sistema no es ninguna alternativa para las masas norteamericanas y no está en su mano poder revertir una crisis de esta naturaleza. Solo la empeorará con un sufrimiento añadido.

La experiencia de la clase trabajadora norteamericana en estos años ha sido salvaje, dura, pero muy útil también. La radicalización y la polarización hacia la extrema derecha ha sido paralela al crecimiento de una polarización también hacia la extrema izquierda, la formación de nuevas estructuras, organizaciones y movimientos nacidos desde abajo y que han adquirido una potencia de fuego tremenda.

Un movimiento sindical joven, radicalizado, fresco y sin las cargas del pasado se ha abierto paso de forma extraordinaria. La Administración Trump tendrá que hacer frente a esto y a encarnizadas batallas en el terreno de la lucha de clases. El abandono de dirigentes como Sanders o AOC ha dejado sembrado de enseñanzas el camino. El movimiento contra el genocidio en Gaza se ha levantado sin ellos, y a pesar de ellos.

El potencial para construir una alternativa de clase y revolucionaria para la juventud y los trabajadores en EEUU es incuestionable. Sacar las lecciones del triunfo electoral de Trump es imprescindible para el rearme de la izquierda, para trazar una estrategia a la ofensiva.

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La experiencia de la clase trabajadora norteamericana en estos años ha sido salvaje, dura, pero muy útil también. El potencial para construir una alternativa de clase y revolucionaria para la juventud y los trabajadores en EEUU es incuestionable. 

Europa ante el abismo. El auge de la extrema derecha

Las tensiones imperialistas entre EEUU y China, y el estallido de la guerra de Ucrania, se han convertido en un punto de inflexión para el continente europeo, sumiendo a Alemania en una crisis sistémica. El descrédito del Gobierno socialdemócrata y el vertiginoso ascenso de la ultraderecha agrupada en AfD han puesto en evidencia la gravedad de la crisis del capitalismo alemán.[61]

Hay que recordar que Alemania ha sido el corazón de la construcción europea y el motor decisivo de su economía, representando el 30% del PIB de la UE. La unificación alemana y, tras ella, los duros planes de ajuste bajo los Gobiernos de Schröder y de Merkel permitieron al capitalismo germano dar un salto a principios del siglo XXI como potencia exportadora, pasando de exportar el 33% de su producción a conseguir cifras del 46%. Sin embargo, este proceso, fruto del ascenso de China, se ha ralentizado sustancialmente.

La guerra de Ucrania ha descargado un golpe demoledor a la industria alemana, cuya competitividad dependía en gran parte del gas y petróleo rusos baratos. Desde marzo de 2022, los precios mayoristas de la electricidad que afectan a su industria casi se han duplicado, pasando de 38,3€/MWh a 67,6€/MWh. Alemania paga por el gas licuado norteamericano hasta tres o 4 cuatro más. La consecuencia de este incremento de costes no se ha hecho esperar: la producción industrial ha retrocedido en junio de 2024 un 10% respecto a enero.

El PMI[62] manufacturero no ha crecido en dos años y se encuentra actualmente en el 42,4[63]. La situación, tal y como explica el economista jefe del Hamburg Commercial Bank, es insólita: “La recesión en el sector manufacturero alemán se está prolongando mucho más de lo que nadie esperaba […] Normalmente, en los últimos 30 años, la industria ha logrado recuperarse en un máximo de 20 meses desde el inicio de una recesión. Pero esta vez, las cosas son diferentes y China parece ser el principal culpable”.[64]

A todo esto se añade, además, que Biden está ofreciendo jugosos subsidios a industrias que se instalen en suelo norteamericano, provocando una fuerte salida de capitales alemanes. Mientras que en 2022 las empresas alemanas invirtieron en EEUU 5.900 millones de dólares, en 2023, dicha cifra se disparó hasta los 15.700 millones de dólares.[65]

La recesión está afectando a las joyas de la corona; BASF, Bosch, SAP, Miele, Bayer o Volkswagen, emblemas de la industria alemana, han anunciado la posibilidad de cerrar fábricas por primera vez en 87 años. Según la Agencia Federal de Empleo de Alemania, la poderosa industria automovilística ha destruido un 6,5% de su empleo.[66]

Esta decadencia industrial se extiende al conjunto de la UE, y especialmente a Francia e Italia, que ya han visto caer su PMI manufacturero[67] y que mantienen su producción industrial por debajo de 2021. Desde la pandemia, la UE ha destruido más de 800.000 empleos en el sector manufacturero y su producción de acero alcanzó su nivel más bajo desde 1960, cuando comenzó la serie histórica.[68]

La crisis tiene otra cara: impulsa la concentración de la riqueza y aumenta la desigualdad fruto del hundimiento de los salarios y la precarización de las condiciones laborales. En Alemania, por ejemplo, el 1% más rico acapara el 35,3% de la riqueza[69].

En determinados sectores como la agricultura y la ganadería, los grandes, medianos y pequeños empresarios se están haciendo de oro fruto de una explotación salvaje de la clase obrera inmigrante y de la espiral especulativa en el mercado de alimentos. Unos sectores que nutren la base social y electoral de la extrema derecha de AfD y de RN en Francia y que, como en el Estado español, han salido a la calle para exigir menos normativa ambiental y laboral de cara a poder incrementar aún más sus beneficios. En el caso de Alemania, con la industria en crisis, el peso de este sector no ha dejado de incrementarse, habiéndose duplicado el valor añadido bruto y neto de la agricultura entre 2021 y 2023.[70]

Todo esto ocurre bajo un Gobierno del SPD y Los Verdes, que ha impulsado políticas cada vez más indiferenciables de la derecha y la extrema derecha, cargando contra los inmigrantes y endureciendo las medidas para criminalizarles, incrementando como nunca desde 1945 el presupuesto militar, apoyando la guerra imperialista en Ucrania y sometiéndose servilmente al imperialismo norteamericano, armando a Netanyahu hasta los dientes para que continúe con la matanza en Gaza y Cisjordania, y que ataca los derechos democráticos como no se había visto en décadas. ¿Cómo no va a avanzar la ultraderecha en Alemania?[71]

Estos procesos también son animados por una deriva de la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia absolutamente catastrófica. Die Linke ha practicado una repugnante política de unidad nacional, apoyando las sanciones contra Rusia y la guerra imperialista en Ucrania o, ahora, el genocidio sionista en Gaza, llegando a votar junto al SPD, CDU, FDP, Verdes ¡y AfD! la ilegalización de la organización palestina Samidoun y otras medidas de cara a reprimir al movimiento de solidaridad con Palestina.

Al mismo tiempo, Sahra Wagenknecht y su nuevo partido (BSW) no solo no representan una alternativa a la izquierda, sino que han asumido la lógica de AfD, legitimando sus posiciones chovinistas, racistas y xenófobas. Son este tipo de políticas las que han creado un espacio del que se beneficia la ultraderecha, difundiendo la idea de que, en lugar de impulsar la lucha de clases contra los capitalistas, hay que “defender la nación” contra la inmigración. Un marco ideológico que, en realidad, sólo beneficia a la patronal de cara a aumentar la explotación de la clase obrera.[72]

La clase dominante europea no apuesta aún por una dictadura fascista. Pero eso no quiere decir que no deje de legitimar el discurso de una ultraderecha cada vez más necesaria para defender su agenda en la batalla de clases interna, utilizando la demagogia contra la “invasión migratoria” como un ariete para dividir a la clase obrera. Al mismo tiempo profundiza la legislación autoritaria, atacando los derechos democráticos, y facilita en los hechos el fortalecimiento del fascismo y sus organizaciones en el aparato estatal y policial, preparándose para las próximas crisis sociales.

Lo vemos por toda la UE, en Italia con el blanqueamiento del Gobierno de Meloni y en Francia donde, tras el triunfo electoral del Nuevo Frente Popular, Macron finalmente ha designado un Gobierno a la medida de Le Pen y Reagrupamiento Nacional (RN). El supuesto cordón sanitario contra la ultraderecha se ha convertido en un cordón sanitario para evitar un Gobierno de izquierdas con presencia de Mélenchon y la Francia Insumisa. Otra importante lección para todos aquellos que apostaron por un “frente republicano” con la “respetable y moderada” derecha macronista.[73]

La ultraderecha ha dado pasos adelante como revelaron las pasadas elecciones europeas,[74] sus vínculos son cada vez más sólidos en el aparato del Estado, ya sea entre la judicatura, la policía o el ejército, y su penetración en amplios sectores de las clases medias y, también, y este es el mayor peligro, entre capas desesperadas y lumpenizadas de la clase trabajadora, advierten de una amenaza muy real. La clase obrera es poderosa, pero sería un error no considerar que sectores pueden ser pasto de la demagogia fascista fruto de la ausencia de una alternativa consecuente y combativa de izquierdas, tal y como terminó ocurriendo en Alemania en los años 30. Asistimos a una batalla viva que no está decidida, cuyo desenlace dependerá de cuánto tardemos en construir una alternativa comunista revolucionaria con una clara influencia de masas.

Por supuesto, si no reconocer este ascenso y fortalecimiento de la ultraderecha es un grave error, también lo sería cerrar los ojos y minimizar procesos que se están dando en el sentido contrario, y que están suponiendo un salto en la conciencia para millones de trabajadores y jóvenes europeos. Algo que se ha plasmado en el carácter multitudinario de las movilizaciones contra el genocidio en Gaza; en Francia, con una movilización de masas en las calles que acabó frustrando la victoria electoral de Le Pen; o en Gran Bretaña este verano, con miles de trabajadores y jóvenes, nativos y extranjeros, luchando juntos contra las bandas fascistas[75], frente a la pasividad de la policía y del putrefacto Gobierno laborista de Starmer.

La nueva izquierda reformista, Podemos, Syriza, Corbyn o Sanders, confiaron todo al parlamentarismo y a una supuesta política realista que ha provocado su crisis y colapso. Reivindicar el programa del socialismo revolucionario no solo es la única alternativa realista, sino el único camino para frenar la barbarie a la que nos conduce la reacción y los capitalistas.   

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La clase dominante europea no apuesta aún por una dictadura fascista, pero legitima el discurso de la ultraderecha, profundiza la legislación autoritaria y facilita el fortalecimiento del fascismo en el aparato estatal, preparándose para las próximas crisis sociales. 

América Latina y la pugna interimperialista

Durante los últimos 150 años el imperialismo estadounidense ha considerado Latinoamérica su “patio trasero”, una reserva segura de materias primas, recursos naturales y mano de obra barata que le daba ventajas importantes en la lucha por conservar la hegemonía imperialista.

Washington ha mantenido un control prácticamente absoluto sobre sus economías, clases dominantes y aparatos estatales y militares, poniendo y quitando Gobiernos y, cuando veía ese control amenazado, organizando golpes y dictaduras que han causado centenares de miles de muertes entre la izquierda militante.

La irrupción fulgurante de China en América Latina evidencia la profundidad del cambio en la correlación de fuerzas entre los bloques imperialistas. Los intercambios del gigante asiático con los países latinoamericanos se han multiplicado por 40 desde el año 2000, de 12.000 millones de dólares a 489.000 millones en 2023.[76] Aunque Washington sigue siendo el primer socio comercial, inversor y prestamista del continente (gracias a su peso en México), en América del Sur Beijing ya le supera.

Incluso en México y Colombia, las únicas economías de las siete principales latinoamericanas donde prevalece la influencia estadounidense, China está avanzando. Recientemente, el Gobierno colombiano anunciaba su incorporación a la Ruta de la Seda. Con ello, 23 de los 33 países latinoamericanos formarían parte del proyecto estratégico chino[77].

Este avance va mucho más allá de lo económico, y se ha convertido en un factor político de primer orden, como muestran los acontecimientos en Venezuela. Como explicamos antes de las elecciones venezolanas del 28J,[78] la oposición de derecha y ultraderecha controlada por Washington podía conseguir la victoria. Recurriendo a la demagogia, escondiendo su verdadero programa de recortes, privatizaciones y represión salvaje contra el movimiento obrero, conectaron con el profundo malestar de amplios sectores de la población tras diez años de políticas capitalistas de la burocracia madurista, y que han liquidado todos los avances conquistados durante el proceso revolucionario liderado por Hugo Chávez.

Pero, como también explicamos, eso no bastaba. Para recuperar el control de Venezuela necesitaban abrir una brecha en la cúpula militar y la burocracia. Algo que no ha sucedido. Como en 2019, cuando EEUU fracasó estrepitosamente en el intento de imponer a su marioneta Guaidó con el apoyo de 60 países, incluida toda la UE, el factor clave es el apoyo de China y sus aliados rusos e iraníes al régimen de Maduro.

Con el imperialismo estadounidense aún más debilitado y recorrido por profundas divisiones internas, este respaldo ha sido aún más determinante. Las amenazas de Washington y Bruselas y el griterío mediático sobre el “aislamiento” y la “inminente caída” de Maduro han sido bravatas impotentes.

Revolución y contrarrevolución

La revolución bolivariana impulsó durante la primera década del siglo XXI procesos revolucionarios y Gobiernos de izquierda en diferentes países latinoamericanos, poniendo contra las cuerdas al imperialismo estadounidense y las clases dominantes del continente. La posibilidad de una revolución socialista triunfante estaba sobre la mesa, y su culminación habría cambiado el curso de la historia.

Chávez resistió los embates imperialistas, y sus políticas de nacionalizaciones parciales e intervención estatal en la economía redujeron ampliamente la pobreza, elevando los niveles de vida, los presupuestos educativos y sanitarios, y construyendo centenares de miles de viviendas. Pero no era un marxista y confió en la posibilidad de avanzar gradualmente al socialismo mediante acuerdos con una supuesta “burguesía patriótica”, apoyándose en el aparato militar y la colaboración con los imperialistas chinos y rusos.

El aislamiento de la revolución y la falta de medidas enérgicas contra los capitalistas y burócratas permitieron que una legión de arribistas y carreristas tomase el control del PSUV, el ejército y el Estado, elevándose por encima de los oprimidos y desarrollando privilegios materiales. Tras la muerte de Chávez, esta capa burocrática consolidó su poder, liquidando todos los avances del periodo revolucionario.

La debilidad estadounidense y la emergencia de China hicieron que la contrarrevolución no adquiriese la forma de una victoria de los títeres de Washington mediante un golpe de Estado (como en otros países latinoamericanos en los años 60 y 70 del siglo XX), sino la de una contrarrevolución burocrática liderada por los dirigentes del PSUV. Esto ha golpeado duramente la moral de las masas, provocando un retroceso y reflujo político profundos.

Aunque la oleada revolucionaria de comienzos de siglo acabó derrotada, la debilidad del capitalismo latinoamericano crea unas condiciones de dependencia de las potencias imperialistas, saqueo, pobreza y desigualdad tan brutales, que entre 2018 y 2023 estallaron nuevas insurrecciones revolucionarias en Nicaragua, Honduras, Chile, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú... Solo la ausencia de una dirección marxista impidió tomar el poder.

Convencidos de que el error de Chávez fue ir demasiado lejos desafiando a los capitalistas, los dirigentes reformistas de la izquierda latinoamericana renunciaron a aplicar sus propias promesas electorales, buscando pactos con la burguesía. Su consigna a favor de la Asamblea Constituyente, que también compartían la mayoría de grupos sectarios, culpaba directamente a las masas de falta de conciencia y fuerza para luchar por el poder, y se complementaba con el objetivo de elaborar una nueva constitución dentro del marco capitalista. Este planteamiento etapista descarriló la revolución en numerosos países, como en Chile, y permitió a la burguesía y al imperialismo recuperar la iniciativa y pasar a la ofensiva.

La contraofensiva de EEUU y la derecha latinoamericana

Cuando polemizamos contra quienes defendían que Milei era un loco al que la propia burguesía frenaría, su Gobierno ha desencadenado ataques brutales que los capitalistas argentinos llevaban años planificando y no se habían atrevido a poner en práctica. Una ofensiva que ha aumentado aún más la pobreza, colocando al país al borde de la bancarrota.

Aunque parezca una locura, refleja la profundidad de la crisis y la lógica de una oligarquía parásita cuya fuente fundamental de beneficios sigue siendo especular con el dólar y la deuda pública, y que bajo el Gobierno ultraderechista han batido todos los récords[79].

El apoyo del imperialismo estadounidense a Milei forma parte de una estrategia para todo el continente. Desesperados por la influencia de China, buscan recomponer su dominio por todos los medios políticos y económicos. El caso de México es bastante paradigmático: el capital norteamericano representó en 2023 el 82% de la inversión extranjera directa, y el interés de Washington por mantener su presencia en este país clave no ha disminuido. Lógicamente la amenaza es muy grande: China sigue aumentando sus inversiones en empresas mexicanas de manera espectacular, y está penetrando con fuerza en su sector automovilístico.

Después de 80 años de Gobiernos corruptos y asesinos del PRI-PAN, la elección de AMLO fue vista como una victoria histórica por millones de jóvenes, trabajadores y campesinos. Pese a las contradicciones entre su discurso obrerista y antiimperialista y sus concesiones a la clase dominante y a EEUU, las masas no han agotado su confianza en Morena como demuestra el triunfo de su sucesora, Claudia Sheinbaum, con el mayor apoyo electoral de la historia mexicana.

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Latinoamérica es el escenario de confrontación imperialista y de una lucha de clases descarnada. Es imposible que la situación se estabilice. La disyuntiva es sin duda la de socialismo o barbarie. 

Las inversiones estadounidenses y chinas han impulsado un crecimiento económico que ha concedido temporalmente cierto margen de maniobra a los Gobiernos de Morena. Pero la explotación, la precariedad y el carácter reaccionario que caracterizan históricamente a la oligarquía mexicana y su Estado se mantienen: la matanza de Ayotzinapa, la opresión brutal de las mujeres, de la comunidad LGTBI y los pueblos originarios, o el poder del narco siguen siendo lacras evidentes. El intento de AMLO y Sheinbaum de pactar con sectores de la burguesía y el imperialismo no evitará la agudización de todas estas contradicciones.

Más inestabilidad y choques entre las clases

Tras fracasar los golpes en Perú, Venezuela, Bolivia y Brasil, Washington está moviéndose con cierta cautela. En Chile siguen financiando al ultraderechista Kast, pero utilizan a Boric y la coalición entre los dirigentes socialdemócratas del PS y los sectores más derechistas del PCCH y el Frente Amplio para imponer una agenda de recortes y contrarreformas con medidas favorables para las empresas estadounidenses.

En Colombia, destacados representantes de la Administración norteamericana, incluidos altos mandos militares, han lanzado serias amenazas contra Petro por sus intentos de aproximarse a China, y no renuncian a liquidar al primer Gobierno de izquierdas del país.[80]

Lo mismo en Brasil. Tras maniobrar sin éxito para frenar los acuerdos entre Lula y Xi Jinping, Washington está moviendo de forma cada vez más amenazadora a sus peones. El pasado 8 de octubre, el ministro de Defensa —al que Lula mantuvo pese a las denuncias de connivencia con el golpe de enero de 2023— denunciaba públicamente la política del Gobierno respecto a Gaza y Ucrania como contraria a los intereses del ejército y del Estado, mostrando sus abiertas simpatías por el sionismo, EEUU y el Gobierno ultraderechista de Zelenski. EEUU no renuncia a basarse en el bolsonarismo, que conserva un amplio apoyo de masas: en las recientes elecciones municipales los partidos de derecha y ultraderecha consiguieron imponerse en la gran mayoría de municipios.

Las declaraciones del secretario de Estado y la jefa del Comando Sur considerando los recursos naturales latinoamericanos objetivo prioritario estadounidense, intensificando sus giras por diferentes países y reuniones con altos mandos militares no son ninguna anécdota[81]. Tampoco la firma de acuerdos con Perú, México, Ecuador, Argentina y otros países para que tropas estadounidenses puedan entrar en sus territorios con la excusa de “combatir al narcotráfico” y otras “amenazas internas y externas”, eufemismo nada sutil para referirse a levantamientos revolucionarios y a China y Rusia.

La pugna por el control de Latinoamérica no ha hecho más que intensificarse en estos años. Es cierto que Moscú y Beijing carecen del historial de golpes militares, invasiones y dictaduras de los imperialistas estadounidenses y europeos. Pero entender esto no tiene nada que ver con la posición de sectores de la izquierda que niegan su carácter imperialista, ni con las ilusiones reformistas de Lula, Petro o AMLO sobre la multipolaridad y la posibilidad de conseguir acuerdos e inversiones que permitan desarrollar la “soberanía continental” oscilando entre los bloques imperialistas.

El boom de inversiones chinas de las últimas décadas ha enriquecido a las burguesías, burocracias estatales y capas superiores de la clase media, pero las condiciones de dependencia y expoliación imperialista, y la corrupción y saqueo de las oligarquías la siguen haciendo la región más desigual del planeta: el 50% de la mano de obra es informal y un 30% de la población vive bajo el umbral de pobreza.

Latinoamérica es el escenario de confrontación imperialista y de una lucha de clases descarnada. Es imposible que la situación se estabilice, ni que las contradicciones puedan suavizarse teniendo en cuenta el actual contexto mundial. Al contrario, la disyuntiva de socialismo o barbarie sigue estando al orden del día en un territorio de grandes tradiciones clasistas, de levantamientos e insurrecciones revolucionarias.

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Notas:

[1]Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Fundación Federico Engels 2023, p.95.

[2]Se ha conseguido una financiación de 300.000 millones, lejos de los 1,3 billones estimados. Ver crónica de ElDiario.es La COP29 cierra en medio del caos un acuerdo mínimo sobre financiación climática para salvar la cumbre o Greenpeace La COP29 termina con un acuerdo vergonzoso

[3]Víctor Taibo, El cambio climático y la lucha por el socialismo. Fundación Federico Engels. 2020 p10.

[4]De paneles y turbinas al coche eléctrico: el mundo de productos renovables que controla China

[5]China has become a scientific superpower

[6]China is the world’s sole manufacturing superpower: A line sketch of the rise

[7]Formación bruta de capital (% del crecimiento anual) - China, Germany, United States

[8]La crisis global de la vivienda ahoga a las clases medias

Los precios de la vivienda han aumentado en EEUU un 54%, en China un 32% y en la UE un 15% entre 2015 y 2024. Es decir, EEUU está a la cabeza en esta espiral de especulación inmobiliaria, a pesar de que los medios occidentales tratan de ocultarlo.

[9]Andrew Leung International Consultants and Investments Company Ltd

[10]China, el país que más robots industriales instaló en 2022

[11]Advanced manufacturing industry is growing significantly in the EU

[12]There’s a China-Shaped Hole in the Global Economy

[13]Urban salaries increase, financial and mining top field

[14]Ingreso disponible per cápita de China crece 6,3% en 2023

[15]Un Bonaparte para conquistar el mundo. El capitalismo chino y la lucha por la hegemonía

[16]Índice de Competitividad 

[17]China is the world’s sole manufacturing superpower: A line sketch of the rise

[18]How economists have underestimated Chinese consumption

[19]China is the world’s sole manufacturing superpower: A line sketch of the rise

[20]https://www.piie.com/sites/default/files/2024-05/pb24-1.pdf">24-1 Why Trump’s Tariff Proposals Would Harm Working Americans

[21]Half Of All Tesla EVs Are Made In China

[22]La industria automotriz alemana pide a la UE eliminar los aranceles a los coches fabricados en China y alerta de los riesgos

[23]El automóvil alemán teme represalias de China al alza arancelaria de Bruselas

“En los tres primeros meses del año, Mercedes-Benz acumula el 36,4% de sus entregas de turismos en China, con un total de 168.899 unidades comercializadas. El Grupo BMW, por su parte, suma 187.692 vehículos entregados en el gigante asiático, lo que supone el 31,5% del total de las entregas del consorcio bávaro. Asimismo, el Grupo Volkswagen, que tiene presencia en China desde hace cuatro décadas, acumula entre enero y marzo un total de 693.600 ventas, lo que supone el 32,9% del total de las entregas del gigante alemán del automóvil”.

[24]La decadencia europea en una cifra: desde el 2000, su peso en la economía mundial se reduce un 28%

[25]China, EEUU y la lucha mundial por el poder y la influencia

[26]África en pleno llama a la puerta de Xi Jinping

[27]The myth of deglobalisation hides the real shifts

[28]El plan de China para salvar los aranceles de Occidente: sembrar el mundo de fábricasEl plan de China para salvar los aranceles de Occidente: sembrar el mundo de fábricas

[29]Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Fundación Federico Engels 2023, p.79.

[30]Una práctica característica del imperialismo, tal y como señala Lenin: “Es muy corriente que entre las cláusulas del emprésito se imponga la inversión de una parte del mismo en la compra de productos al país acreedor […] La exportación de capital pasa a ser un medio de estimular la exportación de mercancías” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Fundación Federico Engels 2023, p.83.)

[31]Desdolarización: cómo Occidente impulsa al yuan chino

[32][Part 1] Questions & answers on China as a major creditor power by Éric Toussaint

[33]El Club de París está conformado por EEUU, Australia, Japón, Corea del Sur, Israel y los principales países europeos, además de Rusia. Es decir, una organización al servicio del imperialismo occidental.

[34][Parte 3] Preguntas y respuestas sobre China: ¿Está haciendo China lo mismo que el Banco Mundial, el FMI y Estados Unidos?

[35]Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Fundación Federico Engels 2023, p.80.

[36]La economía capitalista sigue en crisis mientras China da nuevos pasos hacia la hegemonía mundial

[37]La crisis financiera se extiende por el mundo y nos conducirá a la ruina

[38]Record Global Debt: A Ticking Time Bomb for the World Economy

[39]America will keep spending money like a drunken sailor until the world stops funding it

[40]SAFE Releases China's External Debt Data at the end of March 2024

[41]Las 3.000 familias más ricas del mundo controlan el 13% del PIB global

[42]Estados Unidos y China, los países con el mayor gasto militar en 2022

[43]How Much U.S. Aid Is Going to Ukraine?

[44]Ucrania fracasa en Kursk

[45]Los aliados inician una nueva fase de presión sobre Ucrania para negociar el final de la guerra

[46]Factory or front line? Ukrainian businesses fight to retain workers

[47]Alarma en Ucrania por el aumento de las deserciones en el ejército

[48]Ucrania se está quedando sin soldados. Entre el 50% al 70% de sus reclutas sobreviven sólo días en el frente

[49]Exclusive: Russia producing three times more artillery shells than US and Europe for Ukraine

[50]Ucrania fracasa en Kursk   Guerra en Ucrania. EEUU y Europa se revuelven contra una derrota catastrófica  Guerra en Ucrania. Washington se enfrenta a una derrota sin precedentes

[51]Se puede completar este apartado con las últimas declaraciones que hemos ido publicando:

¡Fuera las manos sionistas del Líbano! Abajo la criminal invasión imperialista  Gaza, Cisjordania, Líbano. El régimen nazi de Israel amenaza al mundo   La masacre sionista en Gaza y Cisjordania se recrudece. ¡EEUU y la UE son culpables!

[52]The New York Times filtra que Israel conocía los planes de ataque de Hamás y permitió que siguieran adelante

[53]Los colonos israelíes han ocupado 3.570 m² de tierras palestinas cada hora desde el 7 de octubre

[54]Israel perpetra una masacre terrorista en el Líbano buscando la guerra total en Oriente Medio

[55]Intel suspends planned $15 billion expansion of southern Israel chip plant

[56]La intrincada postura de China respecto al conflicto palestino-israelí

[57]Revolución en Líbano. Las masas ponen en jaque al régimen

[58]Hamas y Al Fatah ponen fin a su división con un acuerdo de "unidad nacional" firmado en Pekín

[59]Los millonarios que ganan con la victoria de Trump 

[60]Reacción del mercado: las Bolsas de EE UU se disparan a máximos históricos y el dólar marca su mayor alza desde 2020 

[61]La extrema derecha se impone en Turingia y avanza decisivamente en Sajonia. ¿Qué está sucediendo en Alemania?

[62]Índice mensual que mide la salud del sector manufacturero.

[63]Por debajo de 50 se considera que hay una situación de contracción.

[64]Germany in crisis: Intel and Volkswagen mull a multibillion-dollar withdrawal from the country

[65]Germany in crisis: Intel and Volkswagen mull a multibillion-dollar withdrawal from the country

[66]La caída de los gigantes alemanes: el ocaso de la industria muestra las grietas del motor económico de Europa

[67]El PMI de la eurozona entra en contracción, lastrado por Alemania, Francia e Italia

[68]Europe’s new normal: High energy bills, fading industry and one chance to fix it

[69]https://www.diw.de/documents/publikationen/73/diw_01.c.794209.de/dwr-20-30-1.pdf">Millionaires under the Microscope: Data Gap on Top Wealth Holders Closed; Wealth Concentration Higher than Presumed

[70]Gross and net value added of agriculture in Germany from 2011 to 2023

[71]Para un análisis extenso se puede consultar www.izquierdarevolucionaria.net/index.php/internacional/europa/14207-la-extrema-derecha-se-impone-en-turingia-y-avanza-decisivamente-en-sajonia-que-esta-sucediendo-en-alemania

[72]Consultar el artículo de nuestros camaradas alemanes Alianza por Sahra Wagenknecht (BSW). Un partido populista burgués que no es una alternativa para las y los trabajadores

[73]Macron perpetra un auténtico golpe y nombra un primer ministro a la medida de Le Pen ¡Una democracia que no lo es!

La clase obrera y la juventud francesa descargan un golpe demoledor ¡Le Pen sufre una derrota humillante!

Elecciones en Francia. Una segunda vuelta en las urnas y en las calles para derrotar a Le Pen

Francia. La lucha de clases en una fase explosiva

[74]Elecciones Europeas. Las políticas capitalistas, racistas y militaristas de la UE dan alas a la extrema derecha

[75]Movilizaciones masivas para frenar a los fascistas en Reino Unido ¡Ninguna confianza en la policía y el Estado!

[76]Comercio entre China y América Latina alcanzó los USD 489 mil millones en 2023

[77]El papel de América Latina en el proyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda

Colombia anuncia que se sumará al gran plan estratégico de China, la Nueva Ruta de la Seda

[78]Elecciones Presidenciales en Venezuela: La derecha títere de EEUU y las políticas capitalistas de Maduro son un callejón sin salida

[79]La deuda pública creció 18% en los primeros cinco meses del año y superó los US$433.000 millones

[80]El cargado discurso de la general Richardson, del comando sur de Estados Unidos, en defensa de la democracia en Colombia

[81]Jefa del Comando Sur de EE.UU. afirma que China amenaza la ciberseguridad y el medio ambiente de Sudamérica  Laura Richardson reafirma el interés de EE.UU. en los recursos de su «patio trasero»


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