El primer año de pandemia arroja un balance demoledor. Hasta mayo de 2021 la crisis del coronavirus se ha cobrado más de tres millones de vidas y 160 millones de personas se han contagiado. Paralelamente a esta hecatombe sanitaria, el desplome del PIB en las principales economías del planeta y la explosión de desempleo y desigualdad es superior incluso a la que provocó la gran depresión de 1929.
Si alguien piensa que hacemos demagogia le recomendamos leer el último informe de la revista Forbes. 2021 ha comenzado con un récord para los más ricos del mundo, que en 12 meses han aumentado su patrimonio de 8 billones de dólares a 13,1. El número de multimillonarios con una fortuna de 1.000 millones de dólares o superior escaló a 2.755, 600 más que hace un año. La plutocracia mundial ha aprovechado la pandemia para hacer un negocio espectacular.[1]
Paralelamente, la cifra de nuevos pobres se ha incrementado en 500 millones según señala Oxfam en su completo trabajo sobre la desigualdad mundial, y el Banco Mundial afirma que las personas que sobreviven con solo 1,98 dólares al día han aumentado entre 703 y 729 millones.
En un impresionante texto, La bancarrota de la Segunda Internacional, Lenin describió las ganancias fabulosas que los capitalistas obtuvieron de la Primera Guerra Mundial. Un siglo después de aquella carnicería se constata el mismo hecho. El inmenso sufrimiento que la humanidad ha padecido en este último año, si tomamos en consideración los recursos existentes, la tecnología y el desarrollo científico, era realmente innecesario. Un equipo de 13 expertos independientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) también lo ha reconocido: “la pandemia sigue siendo un desastre global, y lo que es peor aún, era un desastre evitable (…) La preparación fue inconsistente y con fondos insuficientes”.[2]
En la guerra de clases actual los trabajadores seguimos poniendo los muertos y acarreamos con las consecuencias devastadoras de un conflicto que no hemos provocado. Sobre nuestra sangre se construye una montaña de beneficios escandalosos, y los grandes monopolios farmacéuticos son el ejemplo más descarnado: en este último año han repartido 21.610 millones de dólares a sus accionistas. La Aliance People’s Vaccine calcula que Pfizer, Janssen y AstraZeneca repartieron dividendos equivalentes al coste de vacunar a 1.300 millones de personas.[3]
La actuación de estas multinacionales confirma la falsedad de ese mito, que gusta tanto a los liberales, acerca de que los empresarios obtienen una justa retribución por los riesgos que corren al invertir su capital. “Una investigación sobre el origen de los fondos que han financiado las vacunas contra la Covid ha revelado que la desarrollada por la universidad de Oxford y AstraZeneca fue pagada, casi en su totalidad, con dinero público”. La industria privada soportó menos del 3% de los 120 millones de euros que se invirtieron en las primeras fases.[4]
Bajo el capitalismo no son las posibilidades de la ciencia y la tecnología quienes determinan el futuro de la humanidad. Todas estas conquistas producto del trabajo y el conocimiento están al servicio de la cuenta de resultados de la plutocracia. Y tanto la muerte como la enfermedad son extraordinariamente lucrativas.
Cuando nuestra clase sufre por la pérdida de sus seres queridos, el “cártel funerario” se ha hecho de oro cobrando servicios extra como “féretros especiales para muertos por coronavirus cuando no son ni necesarios según la ley”. El negocio de la muerte mueve unos mil millones de euros al año en el Estado español.[5]
El otro gran beneficiado ha sido, obviamente, el que se llena los bolsillos con el negocio de la salud. Carlos Rus, presidente de la Alianza de la Sanidad Privada Española, calcula que la factura que pagará el Estado por los pacientes derivados a las clínicas y hospitales privados rondará los 4.000 millones de euros. La saturación y el hundimiento de la asistencia ambulatoria y hospitalaria pública ha creado un nicho para la prosperidad de este sector: más de 10,7 millones de españoles han contratado seguros sanitarios que permiten recaudar a Rus y sus colegas la friolera de 36.000 millones de euros al año.[6]
Héroes y villanos
Como siempre que el capitalismo atraviesa un momento crítico se hace imprescindible crear un relato que desvíe la atención del punto central. Toda una legión de tertulianos y tertulianas bien retribuidos se encargan de hacerlo y, como en todo cuento popular que se precie, hay víctimas y verdugos.
La entrega del personal sanitario perdió interés para el guion demagógico de los grandes medios, especialmente cuando se multiplicaron las denuncias de falta de recursos para este colectivo y las consecuencias de los recortes y las privatizaciones se hicieron evidentes. Necesitaban otro sujeto social más acorde con los valores del sistema. Y lo encontraron en el empresario hostelero, el nuevo objeto de adoración de la propaganda capitalista.
Si no rendimos tributo a este sector somos unos antipatriotas. Lamentablemente no solo es el discurso de Ayuso y Abascal, desde la izquierda reformista que controla el Gobierno se machaca en el mismo clavo. Es cierto que entre 2008 y 2018, el número de trabajadores temporales en la hostelería se incrementó un 40% y que en el último año del que hay datos (2018) el 48% de las horas extraordinarias no fueron pagadas.[7] Pero qué más da. Se vende un modelo empresarial que explota mano de obra sin derechos, precaria, joven o inmigrante, como la única salvación a la que agarrarnos para superar esta tragedia.
Mientras estos pequeños y medianos propietarios, amantes del trabajo semiesclavo, son elevados a los altares, la juventud de los barrios obreros que sufre la epidemia de la depresión por el distanciamiento social y la degradación de sus condiciones de estudios, y soporta un desempleo del 40,7%, se convierte en el gran villano de este relato trucado. Esta juventud es una bomba de relojería para el sistema, y por eso hay que criminalizarla sin descanso.
La traición de la socialdemocracia
En 1914, Rosa Luxemburgo escribió sobre la capitulación de los dirigentes de la izquierda reformista ante la plutocracia militarista: “La aprobación de los créditos de guerra dio la consigna a todas las jerarquías dirigentes del movimiento obrero. Los jefes sindicales ordenaron la paralización inmediata de todas las luchas salariales (...) Se renunció a la lucha contra la explotación capitalista de modo voluntario mientras durase la guerra”.[8]
¿Acaso no estamos viviendo una situación similar? Mientras la burguesía pasa a la ofensiva en todos los frentes, ordena despidos masivos en sectores que acumulan beneficios estratosféricos, y se beneficia de la inyección constante de recursos públicos, Pedro Sánchez y el PSOE, secundados por la burocracia sindical de CCOO y UGT y las ministras de UP, se emplean a fondo en sabotear las luchas obreras y llaman a la paz social permanente.
Si en 1914 el enemigo era el trabajador en uniforme de la trinchera de enfrente, hoy nos intentan convencer nuevamente de que los capitalistas no son los responsables de esta hecatombe. Despejan así el camino a las ideas más reaccionarias. ¿Si nuestra furia no la dirigimos contra los monopolios y el capital financiero contra quién entonces? Contra el de abajo, responden aquí Vox y PP, Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia… Este es el servicio inestimable que hace la socialdemocracia en esta etapa de decadencia imperialista. Ocurrió en los años treinta del siglo pasado, y vuelve a suceder ahora.
Dialécticamente, las causas se convierten en efectos y los efectos en causa, y el avance de la reacción incrementa los beneficios de la burguesía. La clase obrera es portadora de progreso cuando lucha, pero cuando su vanguardia es aislada mediante la imposición de una paz social propatronal, muchos sectores solo pueden agarrarse a la supervivencia individual. Es el escenario ideal para que los capitalistas pasen al ataque y tomen nuevas posiciones.
Como en tantas ocasiones nos enfrentamos a tiempos duros. Precisamente por ello no podemos abandonar. No solo vamos a resistir, batallaremos aún con más ahínco para agrupar a los trabajadores y jóvenes que, aunque todavía no tienen un peso fundamental en la situación, están extrayendo conclusiones políticas avanzadas y son el futuro.
En tiempos de capitalismo salvaje nuestra respuesta tiene que estar a la altura.
[1] Lista Forbes 2021: la "explosión" de nuevos ricos en el mundo en el último año
[2] "La catástrofe de la covid pudo haberse evitado": las conclusiones del informe de expertos independientes sobre el papel de la OMS y los gobiernos durante la pandemia
[3] Las grandes farmacéuticas han pagado 21.610 millones a sus accionistas, dinero suficiente para vacunar a toda África
[4] El 97% de la vacuna de AstraZeneca fue financiada con dinero público
[5] ¿Dónde va el dinero de los funerales que no se celebran por el Covid-19?
[6] La sanidad privada le pasa la factura al Estado: 4.500 millones para paliar la crisis del Covid-19
[7] ¿Precariedad laboral en la industria turística española? Una mirada al empleo hostelero
[8] La crisis de la socialdemocracia, Fundación Federico Engels, Madrid, 2006, pág. 81.