Detrás de esa fachada mediática, sin embargo, están los escándalos por los fusilamientos de Tlatlaya, los desaparecidos de Iguala y los asesinatos de Apatzingán y Tanhuato, por citar sólo algunos de los casos que cobraron mayor relevancia el año pasado. Ante esta dura realidad es imposible atenuar el descontento y desprestigio que pesa sobre los cuerpos represivos. Pero, un factor a considerar, además del desprestigio social externo, es el propio descontento interno, la insubordinación e incluso las manifestaciones reivindicativas por cuestiones tan básicas como el pago de salarios que existen y corroen la fuerza de las “fuerzas” armadas.
Buena parte de los cuerpos policiacos enfrentan a condiciones de explotación muy similares –y en ocasiones peores- a las de cualquier otro trabajador. Los rangos más bajos cubren jornadas de hasta 27 horas continuas, las mujeres policías son despedidas en caso de embarazo, son obligados a trabajar enfermos, se les niegan permisos, incapacidades y prestaciones laborales. Se enfrentan a pagos atrasados, falta de armas y uniformes, así como a salarios de hambre: por ejemplo, el 69.5 por ciento de la policía preventiva de Chiapas cobra entre mil y 5 mil pesos mensuales. Las policías estatales de Chihuahua y Michoacán, la tercera y cuarta entidad con más homicidios del país, se encuentran en el grupo de las peor pagadas de México. En otro ejemplo, la Secretaría de Seguridad Pública de Tamaulipas adeuda aproximadamente 41,400 pesos en salarios y viáticos a cada uno de sus 2,800 policías, un total de aproximadamente 116 millones de pesos. Además de la precariedad económica, los rangos bajos son presa de todo tipo de abusos y autoritarismo de sus superiores.
Es por estas condiciones que en los últimos años hemos observado casos de insubordinación y organización por demandas laborales como la huelga de 300 elementos de la policía estatal de Morelia, Michoacán, que consiguieron el 100 por ciento de aumento salarial (marzo, 2014); la huelga de la policía municipal de Acapulco que duró 11 meses (marzo 2014); la huelga de más 14 días y el plantón de policías en Tabasco que mantuvieron el control de la Secretaria de Seguridad Pública (marzo, 2014); la huelga de la policía municipal de Santa Lucía del Camino, Oaxaca (marzo, 2015); la amenaza de huelga de la policía de Naucalpan, estado de México (abril, 2015); las constantes amenazas de huelga de tres mil elementos de la policía de Tamaulipas (julio, 2015), entre otras manifestaciones de descontento.
SI bien es cierto que el nivel de fusión entre el narcotráfico y todo tipo de intereses mafiosos (prostitución, secuestros, robos, etcétera.) con la policía y el ejército, incluida la tropa y los rangos más bajos está muy extendido y ha llevado a un proceso de lumpenización profundo de los miembros de estas instituciones, lo que destaca en estos casos es la incapacidad del estado para asegurarse un control férreo y estable de sus propios cuerpos represivos, elementos por demás básicos dentro de un cuerpo de choque. Esta situación ha llevado a situaciones tan absurdas como policías federales desalojando a policías estatales que se manifiestan públicamente con mítines y marchas por el pago de salarios, como ocurrió en febrero de este año en Oaxaca.
La corrupción del régimen es tan profunda que termina por ser una enfermedad esclerótica que deforma e incapacita a sus propias fuerzas, como ha ocurrido históricamente con todo Estado y régimen social en decadencia. Es un hecho que el régimen de la derecha se sostiene sobre pilares muy apolillados. En contraste, el proletariado, tiene una fuerza social inconmensurable, que puesta en acción con una política revolucionaria, desorganizaría y haría retroceder en desbandada a las desnutridas fuerzas del régimen. Una muestra de esta fuerza la hemos visto con los grupos campesinos de autodefensa, que incluso sin programa de lucha completo, lograron ridiculizar en el terreno militar a las fuerzas conjuntas del narco y el ejército “profesional”. Los gloriosos días de avance, de mayor lucidez política, de las autodefensas de Michoacán y las policías comunitarias de Guerrero –cuando tomaron totalmente por sorpresa al régimen y por lo tanto estaban en esencia libres de infiltración-, no son sino la muestra del potencial de la lucha revolucionaria.