Nos avecinamos a una elección de Rector importante, el próximo cambio se hace en el contexto de la pugna de Morena por el dominio de todos los espacios institucionales del país, y también en la adelantada sucesión presidencial de 2024.

La pugna está abierta, sin embargo, una vez más están ausentes las voces de quienes somos la mayoría en la universidad, estudiantes, trabajadores y docentes. Una vez más pretenden tomar las decisiones sin nosotrxs. Los grupos de poder de la Universidad están haciendo todo lo posible por generar un cambio suave, sin sobresaltos y en esto están contando con la complicidad de los sectores oficialistas tras la mascarada de la autonomía.

Al mismo tiempo, el cambio de Rector es nuevamente una oportunidad para poner a debate a la universidad. Empezando por cuestionar un sistema de nombramiento de Rector absolutamente antidemocrático y terminando por cuestionar a la universidad en su conjunto.

¿Universidad para qué?

¿En interés de quién se educa, se hace ciencia, se forman profesionales, se hace arte? Si no nos tragamos el discurso superficial podemos encontrar que toda esa palabrería está colocada cuidadosamente para ocultar que la “universidad de la nación” existe en interés de quién domina social y políticamente el país, es decir, la burguesía.

Es necesario romper con todo eso y empujar una transformación de fondo, desenmascarar los intereses escondidos bajo el discurso de la autonomía, la pluralidad, la defensa de la universidad, etc.

La gran mayoría de las y los estudiantes aún provenimos de sectores humildes, en la mayoría de los casos nuestras familias han hecho un gran esfuerzo para que lleguemos al nivel superior y no es raro ser la primera generación que accede a la universidad.

Nuestros intereses son los de nuestras comunidades, trabajadoras, humildes, populares o campesinas, en una palabra: proletarias. Y están enfrentadas, a veces veladamente, a veces abiertamente con los intereses que defienden los altos funcionarios de la UNAM, directores de escuelas, facultades, institutos, direcciones generales, etc., la llamada casta dorada.

Esta casta burocrática ha orientado a la UNAM a los intereses de empresarios: industriales y banqueros, es decir, de la burguesía y sus políticos derechistas, por ejemplo, el ex Rector José Narro, fue también dirigente nacional del PRI, o Manuel Gómez Morín, también Rector y fundador del PAN. Al mismo tiempo ha desarrollado sus propios intereses políticos y económicos ligándolos a los de esa burguesía a través de vincular a la UNAM institucional, política y económicamente mediante el Patronato universitario, y cientos de acuerdos de colaboración, investigación, etc.

Actualmente mucho del conocimiento, investigación y proyectos que la UNAM genera a través de su comunidad va a parar a manos de grandes monopolios capitalistas y no para mejorar las condiciones de la sociedad. La educación pública siempre ha sido clave para la clase dominante, no sólo como herramienta de dominación ideológica sino también de poder político y económico.

Por eso la UNAM, la mayor universidad del país, las más antigua y la más prestigiada se ha convertido en una joya. Para la burguesía, la educación siempre ha sido un importe hilo conductor de su ideología, es parte de la estructura que permite el statu quo y le es importante no soltar la dominación ideológica, económica y política de la educación, por eso la rectoría de la UNAM no es cualquier rectoría.

¿Qué es la democracia universitaria?

Es el control y la gestión directa de la universidad por parte de estudiantes, docentes y trabajadores de base, es decir, la mayoría de la comunidad escolar.

Una universidad dirigida por una casta burocrática con intereses asimilados con los de la clase dominante del país, necesita una universidad organizada vertical y autoritariamente, por eso en casi un siglo, pocas veces se ha cuestionado el método de “elección” del Rector y nunca se ha cambiado.

La UNAM concentra a casi medio millón de seres humanos, entre estudiantes, profesores y trabajadores, un mundo entero en sí misma, convirtiéndola, con ello, en la más grande de América latina. El modelo centralizado y antidemocrático tiene un porqué, la burocracia millonaria necesita ese control porque así perpetúa su dominio sobre este universo inmenso de personas.

Por el contrario, una universidad orientada hacia los intereses de las masas explotadas y oprimidas, dirigida por sus hijas e hijos necesita una forma de organización diferente: asamblearia, colectiva, en vínculo constante con las necesidades de sus trabajadores técnicos, administrativos y docentes, sus estudiantes y los intereses populares.

Eso es lo único que podemos nombrar con justeza democracia. Todo otro punto intermedio, puede ser un avance, dependiendo de las circunstancias en que se dé y cómo se aprovechen, pero no será democracia, una democracia real, como ya dijimos, directa, asamblearia y colectiva, de toda la comunidad escolar y del pueblo.

¿Cómo cambiar la Universidad?

Todo cambio radical en la universidad ha venido acompañado de un proceso de agitación social dentro de la sociedad. Es un hecho inocultable que la UNAM requiere cambios profundos en su estructura y funcionamiento, pero es un error pensar que sólo desde la izquierda o desde posiciones revolucionarias se puede visibilizarlo y proponer solucionarlo.

Hay muchas voces dentro y fuera de la Universidad que lo plantean y al mismo tiempo plantean que la Universidad no debe perder su pluralidad, encasillarse en dogmas, que debe mantener su tradición, etc. Palabrería ora más refinada, ora más vulgar para disimular que, en el fondo no quieren que nada cambie, y si ha de hacerlo, que sea poquito, desde arriba y bien controlado.

Hasta el momento los grupos de poder han mantenido el control del proceso, permitiendo un periodo controlado y seguro, que aparente debate pero que cierre la posibilidad de una participación masiva y directa, consintiendo actos dentro de límites bien seguros para la casta burocrática.

Defendemos que estos cambios no se van a dar a través de la misma institucionalidad, de los mismos juegos de poder, que han llevado hasta la situación actual. Sienten que cualquier cambio más allá de lo que permiten es arrojar al vacío a la Universidad, les causa vértigo pensar en otra forma de gobierno universitario.

Por el contrario, necesitamos que se involucre activamente la comunidad, estudiantes y maestros, miles, como lo hemos sido en los momentos trascendentales en que la base estudiantil, docentes y trabajadores hemos respondido al llamado del pueblo, al clarín de combate de nuestras hermanas y hermanos explotados, a sus dolores y sus preocupaciones, que son nuestras no por ninguna clase de alto sentido intelectual sino porque son la realidad de la que provenimos.

Un cambio radical real en la universidad, que realmente transforme la enseñanza y su organización, vendrá siempre del empuje de los de abajo, con su ímpetu, organización y lucha. Algunos dirán: es mentira, las reformas también pueden venir desde arriba. Sin embargo, a estas mujeres y hombres ricos se les olvida o quieren ocultar que las reformas más importantes son producto de procesos revolucionarios, que nunca nadie a los oprimidos nos han regalado nada. [1]  

No necesitamos un sistema vertical y despótico para que la universidad funcione, ni ningún cuerpo burocrático coronado por Rector alguno, ni su corte palatina de 15 notables. Podemos gestionar la universidad y sus recursos de manera democrática, mediante nuestros métodos que hemos practicado a lo largo de la historia y que siempre nos han intentado arrebatar precisamente porque son un peligro para los intereses de la clase dominante en la educación.

Los consejos de delegados de las partes integrantes de las comunidades escolares, elegidos por voto directo, revocables y rotativos, y las asambleas generales por escuela, facultad, colegio o instituto, orientando las decisiones más generales y fundamentales del funcionamiento, practicándolas a través de comisiones ejecutivas sometidas a esas mismas asambleas son apenas unos ejemplos.

Todo esto no es ninguna invención ni sueño guajiro, son el resultado de la experiencia, teórica y práctica de más de 100 años por la democracia universitaria y la lucha por la universidad popular que ha existido en toda Latinoamérica desde Argentina y su Cordobazo, hasta el 68 mexicano y la experiencia de los autogobiernos, pasando por la Reforma universitaria revolucionaria de Chile en los 60 y principios de los 70.

La casta dorada, los grupos políticos como el de Derecho, Medicina o Ingeniería, los intereses empresariales o de los partidos electorales son un poder real y para lograr transformar de raíz la Universidad hemos de oponer nuestro propio poder, el del movimiento estudiantil independiente, las maestras y maestros junto a las y los trabajadores de base organizado para disputar la universidad, para oponer a su universidad, nuestra universidad, el proyecto educativo estudiantes de las hijas e hijos de familias humildes y trabajadoras, con nuestra propia concepción académica, pedagógica, científica y cultural.

Y para esto contamos con docenas y cientos de experiencias de investigación y práctica educativa alternativa, crítica y popular, en todo el continente que siempre se han acompañado con las luchas de liberación y revolución social.

Nuestra democracia entonces existe y no puede más que existir como una democracia revolucionaria. Una pugna abierta contra los intereses de la casta burocrática capitalista, neoliberal, tecnocrática, neopositivista y violenta que parasita el cuerpo vivo de la Universidad, consumiéndola y secándola en beneficio de los gigantescos bolsillos de una ínfima minoría.

¿Qué lograremos si democratizamos nuestra universidad?

Sólo democratizando lograremos una escuela digna, donde existan casas de estudiantes dignas, comedores subsidiados por facultad, transporte, salud mental y sexual, bibliotecas completas y actualizadas, eliminar la precariedad laboral de nuestrxs maestrxs, etc. todas las demandas añejas del movimiento estudiantil, no sólo como mejoras pasajeras sino como condiciones permanentes.

Una universidad lejos de la idea de sufrimiento, desvelo, hambre, depresión, frustración y ansiedad para obtener un título. Lograremos una educación que nos enseñe a pensar y cuestionar en vez de obedecer y memorizar, y, muy importante, actuar en consecuencia. Que nos enseñe nuestra propia historia, como pueblo oprimido, como mujeres que han luchado por su existencia y su lugar en el mundo, como sexodivergencias, como trabajadores --asalariados, aunque sean “trabajos intelectuales” –, como indígenas, etc. y nos posibilite elaborar un futuro para los intereses de esa mayoría proletaria que habita nuestros territorios.

La juventud necesita, además de conocimientos, saber organizarse. Las agrupaciones independientes de la juventud obrera son el mejor medio de adquirir hábitos de organización. Por eso todos los círculos de auto capacitación, clubs, salas de lectura, etc., incluyendo la propia organización de las escuelas, deben basarse en la autogestión y estimular la iniciativa. La juventud debe ser consciente y tener hábitos de organización para poder cumplir con honor las grandes tareas que le plantean los acontecimientos mundiales.

Se trata de conquistar las formas de autoorganización en las escuelas y las condiciones materiales que transformen la educación en la UNAM y en toda la educación superior para, a su vez, nostrxs, transformar revolucionariamente toda la sociedad.

No más consejo universitario de los ricos, fuera la Junta de Gobierno, abajo la Ley orgánica de 1945

¡Queremos una universidad del pueblo y para el pueblo!

 

[1] Cada constitución legal es producto de una revolución. En la historia de las clases, la revolución es un acto de creación política, mientras que la legislación es la expresión política de la vida de una sociedad que ya existe. La reforma no posee una fuerza propia, independiente de la revolución. En cada periodo histórico la obra reformista se realiza únicamente en la dirección que le imprime el ímpetu de la última revolución, y prosigue mientras el impulso de la última revolución se hace sentir. Más concretamente, la obra reformista de cada periodo histórico se realiza únicamente en el marco de la forma social creada por la revolución. He aquí el meollo del problema. Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución, Conquista del poder político, Fundación Federico Engels, 2008.


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