La recta final hacia las elecciones del próximo 1 de julio, mismas en las que se elegirá al nuevo presidente de México, representa una serie de importantes retos para el movimiento obrero, sus organizaciones y sus dirigentes. Para importantes sectores de la clase trabajadora ha sido larga la espera pues las elecciones del 2012 se presentan como una oportunidad para acometer de nuevo contra la derecha representada por el PRI y el PAN y saldar cuentas pendientes en relación al monstruoso fraude electoral que en 2006 le arrebató la presidencia a Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Es por ello, y dado el anhelo de justicia de millones de trabajadores de la ciudad y el campo, que los dirigentes, empezando AMLO, tienen que ponerse a la altura de las circunstancias impulsando una alternativa revolucionaria que le dé mayor certeza a un eventual triunfo electoral de la izquierda. Entre 2006 y entre 2009 la izquierda en su conjunto (PRD, PT y Convergencia, hoy Movimiento Ciudadano este último) pasó de los 14 millones 756 mil 350 votos reconocidos oficialmente a los 6 millones 355 mil 233. En esos tres años los partidos de izquierda perdieron aproximadamente el 60% de sus preferencias electorales. En ese mismo lapso el PRI escaló de los 9 millones 441 a los 12 millones 821 mil 504 sufragios. Desafortunadamente esta tendencia se mantuvo en 2010, año en el que el PRI ganó 9 de las 12 gubernaturas en disputa, entre ellas Zacatecas que para ese entonces estaba bajo el control del PRD, y en 2011, mismo en el cual el PRI ratificaría su control sobre el Estado de México en julio para después, en noviembre, arrebatarle al PRD el gobierno de Michoacán.

En mayor medida la recuperación electoral del PRI mas que ser merito propio, es obra de una cascada de errores a lo largo de todos esos años de los partidos que abanderan para el 2012 a AMLO, los cuales en lugar de capitalizar en su beneficio el profundo odio desarrollado entre las masas proletarias a raíz de años de ataques a sus condiciones de vida y de trabajo por parte de los gobiernos del PAN y del PRI, han asumido una postura de una oposición moderada, e incluso blanda, contra el régimen, depositando todas sus expectativas en la lucha parlamentaria y dejando de lado toda clase de llamado seria a la movilización en las calles para frenar la política antiobrera de Calderón.

En ese marco de escepticismo sobre la izquierda oficial resulta una tarea de primer orden  impulsar un profundo giro hacia la izquierda que distinga a esta sin ningún tipo de cortapisa de los partidos de derecha.

Para cerrarle el paso al PRI, y en general a la derecha, con miras a las elecciones del próximo 1 de julio AMLO tiene que jugar un papel de primera línea asumiendo abiertamente un programa que recoja las demandas del movimiento obrero y del campesinado pobre. No es tratando de llegar a acuerdos con los empresarios como podrá AMLO movilizar a los millones de votantes que necesita para derrotar al PRI y al PAN, sino siendo consecuente con las reivindicaciones de los más pobres, razón para lo cual se necesita la nacionalización de la banca y la industria, por ejemplo. ¿Cómo lograr créditos blandos para el campesinado pobre si la banca está bajo el control del rapaz capital financiero? ¿Cómo abatir el desempleo si la lógica de los despidos y explotación obedecen a la dinámica de concentración de capital en manos de los empresarios? Sin la expropiación de esa clase de palancas económicas para ser puestas bajo el control democrático de los trabajadores simplemente es imposible cumplir alguna de esas dos tareas. 

A pesar de la cercanía de las elecciones, aún es posible asegurar el triunfo de la izquierda y de AMLO. Pero para ello es necesario un urgente y profundo giro a la izquierda. En nuestro número 206 de Militante explicamos esa realidad y nos unimos a todos aquellos jóvenes y trabajadores que demandan una política a la altura de las circunstancias para derrotar a la derecha el próximo 1 de julio. ¡Nos es momento de conciliar sino de luchar!

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