El gobierno y la gran mayoría de dirigentes sindicales, ya sean de los sindicatos independientes o de los oficialistas, se han esforzado por hacer de la manifestación del Día del Trabajo un desfile rutinario, desorganizado y en última instancia inútil para los intereses de los trabajadores. Contra su voluntad, las manifestaciones del pasado 1 de mayo no han dejado de reflejar la rabia contra el gobierno; su debilidad, así como las primeras muestras del nuevo tipo de sindicalismo combativo que la clase trabajadora necesita.
Balance de la movilización
La movilización de este año estuvo enmarcada en el contexto de la amenaza, por parte del gobierno, de desarme contra los Grupos de Autodefensa de Michoacán para el 10 de mayo. Ese hecho recrudeció la táctica del gobierno de controlar y hacer menguar la manifestación, sobre todo por medio de los dirigentes de las centrales sindicales afiliadas al PRI (CTM, CROC, CROM). Recordemos que desde el 2009 cuando fue cancelada en su totalidad la manifestación del 1 de mayo, so pretexto de la epidemia de la influenza, ha sido una constante la cancelación en diferentes estados -sobre todo del norte- de los inofensivos “desfiles” que encabezan los dirigentes charros. Aunque este año también hubo este tipo de artimañas, la nota estuvo en otro lado.
En las ciudades capitales de Veracruz, Colima, Michoacán y Quintana Roo, así como en el puerto de Acapulco en Guerrero diferentes sindicatos asistieron masivamente a las concentraciones oficiales de las centrales charras para boicotearlas. Las imágenes de los gobernadores, dirigentes priistas y demás gentuza; atropellándose, huyendo a empujones de sus propios actos, son de antología. El aparato no sólo de la policía, sino de coerción en cada uno de los sindicatos; con sus golpeadores y esquiroles, fue totalmente impotente para detener a los contingentes de trabajadores que se encuentran en lucha y decidieron romper con la táctica del gobierno de presentarnos un primero de mayo domesticado. Un desafío de estas magnitudes es toda una novedad.
Las manifestaciones de protesta fueron bastante desiguales a nivel nacional, sobre todo por la política de los dirigentes de la UNT, los cuáles han seguido un camino similar al de los dirigentes perredistas, asimilándose a la táctica del gobierno de llevar a su mínima expresión la lucha de los trabajadores; restringiéndola a su expresión más económica y alejada de la lucha política.
A diferencia de la CNTE que fue la principal organización promotora del boicot contra los desfiles oficialistas, el dirigente más influyente de la UNT asistió, por vez primera, al acto institucional encabezado por Peña Nieto en Los Pinos. Después de codearse con los ultra reaccionarios dirigentes de las cámaras patronales del país, Hernández Juárez dijo que el balance de la reunión había sido positivo. La prensa burguesa de inmediato hizo su labor de propaganda con titulares como: “Sindicatos y patrones vuelven juntos a Los Pinos”. Si esta campaña no fue más rabiosa se debió a que finalmente otros dirigentes de la UNT, como Agustín Rodríguez del STUNAM, cancelaron su asistencia en el último momento, pero sobre todo fueron las acciones de la CNTE las que les arruinaron el montaje.
La actitud conciliadora de la UNT tuvo como consecuencia el carácter disperso de las manifestaciones. Esta atomización se acentuó por la falta de una política de frente único de organizaciones como la CNTE y el SME que marcharon totalmente al margen de los contingentes de telefonistas, tranviarios, mineros, entre otros, como ocurrió concretamente en el D.F. Producto de todo ello las manifestaciones a nivel nacional fueron bastante desiguales y la fuerza de los trabajadores no se mostró en plenitud.
Balance de la lucha huelguística
Como ocurre desde el sexenio pasado el gobierno ha aprovechado el Día del Trabajo para hacer propaganda de la supuesta “paz laboral” que impera en el país. Para ello dan a conocer la estadística del número de huelgas estalladas en el ámbito federal, es decir en las empresas públicas y privadas que se consideran estratégicas para la economía nacional. Tomando como referencia la estadística a partir del año 2000, los datos indican una pendiente hacia el alza que comienza con 26 huelgas en el año citado, alcanzando su pico en el 2005 y 2006, con 50 y 55 huelgas respectivamente. A partir de ahí, la tendencia es francamente descendente, alcanzando en 2010 las 11 huelgas estalladas, lo que representa el punto más bajo en todo el registro histórico de la estadística que comenzó a realizarse desde 1983. A partir de 2011 donde estallaron 13 huelgas, podemos hablar de un cambio muy gradual de tendencia, con 19 estallidos en 2012 y 18 en 2013.
Lo que estas cifras reflejan es que si bien el estado general de la lucha de clases se refleja en la curva huelguística, de ahí que en 2005 y 2006 hayan sido los años de más estallidos, por el contrario; la curva huelguística no alcanza a reflejar la situación general de la lucha de clases. Durante los últimos 25 años ha sido el frente político; la lucha electoral y los estallidos como el del EZLN en 1994, el de la APPO en 2006 o más recientemente el de las Autodefensas los fenómenos que han expresado de una forma más acabada el máximo nivel de la lucha de clases. Ha sido la lucha política la que en general a influido el ambiente sindical y no al revés, así que derivar de la curva huelguística el estado general de la lucha de clases resulta un mero elemento de propaganda del régimen.
Aún cuando el ambiente entre las clases es de polarización y desequilibrio, mismo que se expresó en la masividad de los tres paros nacionales convocados por la CNTE el año pasado, así como en los consecutivos estallidos armados en el campo, resulta pertinente explicar los factores que hasta el momento han impedido que este ambiente haya encontrado un reflejo directo en el estallido de huelgas del ámbito federal (1). Sin embargo, antes de ello es necesario indagar en el verdadero ambiente entre los trabajadores sindicalizados.
El primer elemento a destacar es que la conflictividad en los sindicatos no sólo está presente sino que ha tenido un crecimiento constante aún cuando no ha llegado al estallido de huelgas. La estadística de los emplazamientos a huelga, tomando como referencia el año 2000, tiene a partir de ese momento una dinámica francamente ascendente, pasando de los 8,282 casos a los 13,207 en 2010, donde alcanza su máximo nivel, es decir el mismo año en que toca fondo la estadística de huelgas estalladas (11 en total). En los siguientes años si bien ha retrocedido gradualmente este índice hasta los 9,192 casos en 2013, en realidad se mantiene en un nivel bastante elevado. Incluso con el retroceso, los emplazamientos ocurridos en 2013 representan el nivel más elevado en todo el periodo que va de 1990 hasta la cresta de 2010. Es decir que la mengua destaca al compararla con el máximo nivel alcanzado en 2010, pero valorada dentro de un periodo mucho más amplio, no deja de reflejar los máximos niveles de conflictividad en casi dos décadas y media. Este elemento originalmente se omitía en el discurso oficial, sin embargo ya ha tenido que ser reconocido. El actual Secretario del Trabajo durante su discurso del 1 de mayo planteo: “…en este sexenio donde se ha registrado el mayor número de emplazamientos a huelga de los últimos seis sexenios (¡!), y sin embargo todos estos conflictos concluyen en diálogo respetuoso y en acuerdos productivos”.
Otra estadística que niega el balance de “paz laboral” es la de conflictos laborales, los cuales se producen cuando la Secretaría del Trabajo interviene como “mediador” entre el patrón y los trabajadores para evitar que estos ni siquiera lleguen al emplazamiento a huelga. Tomando los datos del 2000 a la fecha existen dos picos, uno en 2007 con 412 casos y el más importante con 425 en 2013 (2).
En síntesis, no existe ninguna “paz laboral” sino una guerra inmisericorde contra los derechos laborales. Los resultados de esta guerra sin cuartel ni siquiera podrían resumirse en el ya catastrófico hecho de que los salarios de los obreros mexicanos son más baratos que los de los obreros chinos. La opresión a la que está sujeto el proletariado mexicano no termina con la precariedad laboral. Al salir de la fábrica el obrero se enfrena a un auténtico infierno producto de la decadencia social: asesinatos, violaciones, secuestros…
No a la “paz laboral” burguesa, sí a la lucha obrera
A pesar de la enorme conflictividad laboral dentro de los sindicatos esta ha sido reprimida por el frente común que conforma el desempleo masivo, la presión brutal de la patronal, la nueva legislación laboral que ha legalizado el sub empleo, la represión de los sindicatos charros, la postura reaccionaria de la dirección del PRD hacia contrarreformas laborales como la educativa, la deficiente actividad de los sindicatos independientes como la UNT; su alejamiento de la lucha política, la precaria orientación de Morena hacia el frente sindical; su táctica cada vez más acotada al frente electoral.
Aunque existe un contrapeso a las fuerzas que inhiben que la lucha sindical llegue a expresarse en huelgas, como la actividad de la CNTE o la ofensiva del campesinado, estas fuerzas aún son insuficientes para cambiar la tendencia general dentro de los sindicatos. Sobre todo porque no adoptan una política consciente para vincularse con los trabajadores sindicalizados, especialmente con los del medio industrial. Morena ha renunciado a construir puntos de apoyo dentro de las fábricas y los sindicatos. Los dirigentes más influyentes de la UNT que tienen vínculos orgánicos con el PRD, han seguido el mismo camino de los dirigentes partidistas; asimilándose al régimen, negándose a movilizar seriamente a su base.
Todos estos factores explican la enorme contradicción entre la polarización social del país y los conflictos laborales por un lado y por el otro las huelgas que efectivamente se realizan. Aunque existen suficientes razones para que la lucha sindical estallara, tarde o temprano, producto de sus contradicciones mismas, existe por otro lado la tendencia de que son las luchas políticas de gran envergadura las que mejor reflejan la conciencia, la organización y la fuerza del proletariado. Y es este desarrollo global y marcadamente político de la lucha de clases, el que espolea la lucha huelguística. En cualquier caso no hay recetas que determinen las formas que adopta la lucha de clases, el aspecto de fondo es que la opresión laboral de los trabajadores abona firmemente a la lucha, ya sea que sobre todo adopte una forma huelguística o de otra índole. Ya sea que esta se produzca en un plazo o en otro.
La tarea de los trabajadores sigue siendo conformar un nuevo modelo de sindicalismo que establezca un vínculo claro entre las demandas inmediatas y las de carácter político. La clase trabajadora necesita de un sindicalismo con un programa revolucionario, un sindicalismo que defienda las conquistas ganadas, que luche por extenderlas, pero no con la idea utópica de regresar a los años del “milagro mexicano” que se fue para no volver. Los trabajadores requerimos de un sindicalismo que por medio de la lucha salarial, es decir económica; unifique y movilice a vastos sectores del proletariado, les eduque políticamente en el programa socialista, les forje un carácter revolucionario que en última instancia permita que los sindicatos sean una palanca decisiva para la transformación revolucionaria de la sociedad.
1. Cabe mencionar que no se dan a conocer de manera unificada la información de las huelgas del ámbito local por lo que no las tomamos como referencia.
2. Un dato que no deja de resaltar es que en 2013 los conflictos laborales en la industria extractiva de hidrocarburos (petróleo, gas, etc.) registraron su máximo histórico (30 conflictos) desde que la estadística comenzó en 1996. Antes de ello se registraron 17 casos en 2003 y 15 en 2004 y 2012, respectivamente.