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Hoy 23 de octubre se cumplen 60 años del inicio de la revolución húngara de 1956, el proceso revolucionario húngaro comenzó con una manifestación de estudiantes al que rápidamente se unieron los trabajadores, el objetivo era terminar con la opresión nacional y social que padecía el pueblo húngaro bajo la bota del estalinismo. No querían la libertad para restaurar el capitalismo sino para mantener la nacionalización de los medios de producción conquistada tras la Segunda Guerra Mundial pero con un auténtico gobierno socialista. Los acontecimientos húngaros no fueron un hecho aislado sino que formaron parte de una rebelión contra el estalinismo que afectó a otros países como Polonia ese mismo año o más tarde a Checoslovaquia en 1968. A continuación reproducimos un artículo publicado en El Militante en septiembre de 2006 con motivo del 50 aniversario.

 

A 50 años de la revolución húngara de 1956

En febrero de 1956 en el XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) el nuevo líder de la burocracia soviética, Nikita Kruschev, pronunció su famoso discurso sobre la desestalinizacion. El discurso reveló la implacable represión del estalinismo, la torpeza de la URSS meses antes de la invasión nazi de 1941, las purgas en el ejército y en el propio Partido Comunista y la liquidación de la vieja guardia bolchevique. Pero el análisis de Kruschev era muy hipócrita, se lavaba las manos junto con la burocracia soviética y achacaban a Stalin la responsabilidad única y exclusiva de los juicios farsa, los asesinatos, las persecuciones, los campos de concentración, y los crímenes horribles contra la clase obrera soviética y las minorías nacionales. Es difícil de creer que un solo hombre fuese el único responsable de tales atrocidades.

En realidad Stalin no hizo las cosas solo, ni se representaba a sí mismo, sino que representaba a la casta burocrática, los funcionarios privilegiados que dominaban el partido y el gobierno, y que gestionaban la industria, la sociedad y el Estado en su propio beneficio e interés. El discurso de la desestalinizacion de Kruschev era un intento hipócrita de la burocracia para achacar los males de la Unión Soviética exclusivamente a Stalin, y aparecer como parte de la solución y no como lo que en realidad eran: parte del problema. Se pretendía así continuar con los privilegios, era un intento de reforma por arriba para evitar una revolución desde abajo. Pero, en realidad, el discurso de 1956 lejos de resolver las contradicciones de la URSS contribuyo a agudizarlas, en resumidas cuentas se abrió la caja de Pandora.

Kruschev inicialmente despertó esperanzas y expectativas, no solo en la propia URSS, sino en toda Europa del Este, prueba de ello es que poco después del discurso de Kruschev tuvieron lugar revueltas obreras en Polonia y una revolución en Hungría. Se ha escrito mucho sobre esta revolución, los historiadores burgueses la han presentado como un intento de la sociedad húngara por conducir el país hacia una economía de mercado y occidental. La burocracia estalinista lo contó a su manera, para la prensa soviética el levantamiento era fascista, minoritario y reaccionario; la burocracia se molestó tanto en distorsionar la revolución que, dos años después, se escribió una interpretación oficial de cinco volúmenes plagada de mentiras. Pero para los marxistas estas dos interpretaciones no son más que una distorsión y una falsedad de lo que realmente ocurrió.

La revolución húngara fue un intento de la clase obrera de convertir Hungría en un Estado obrero sano, algo que asustaba a los capitalistas, pero también a la burocracia soviética, que observaba como un proceso revolucionario independiente de la clase obrera húngara podría influir en los trabajadores de la Unión Soviética.

Hungría antes de la Segunda Guerra Mundial

La burguesía húngara se mostró incapaz de llevar a cabo las tareas de la revolución democrática burguesa (entregar la tierra a los campesinos, separar la Iglesia del Estado, liberar al país de la opresión extranjera, etc.,). Hungría, al igual que otros estados del Este europeo eran, antes de la Segunda Guerra Mundial, una especie de semicolonias de las grandes potencias imperialistas que tenían características semifeudales donde la servidumbre sólo estaba abolida teóricamente. La burguesía húngara no se enfrentó a ningún problema básico de la sociedad húngara, aunque ya se había entrado en el proceso de desarrollo capitalista, junto a las propiedades feudales coexistía la industria capitalista moderna, gracias a la inversión del capitalismo extranjero. Era un caso semejante al de otros países atrasados de la época, en los cuales la aristocracia cedular tenía vínculos con los capitalistas y banqueros. El carácter de la burguesía húngara le impedía jugar un papel revolucionario independiente que llevase a cabo una revolución como la francesa de 1789. Quedaba de manifiesto que solamente la clase trabajadora, por su carácter y papel en la producción, podía llevar a cabo las tareas de la revolución democrático burguesa

El atraso de la economía húngara fue patente durante décadas, en 1941 la mitad de la población activa húngara estaba empleada en la agricultura, la distribución de la propiedad de la tierra y el atraso en maquinaria agrícola continuaban frenaron el desarrollo industrial y el progreso.

Hungría nació como estado nacional en 1918, en un contexto de insurrecciones, motines en el ejército y oleadas huelguísticas, que dejaron al aparato de estado del Imperio Austro-Húngaro desintegrado y hundido, lo que desembocó en la proclamación de la Republica de Hungría el 30 de octubre de 1918, sin que la clase dominante pudiese ofrecer alguna resistencia. Aquello fue una revolución, como la de febrero de 1917 en Rusia (incluso también habían elementos de doble poder), la diferencia es que en Hungría no había dirección revolucionaria ni un programa claro. A pesar del nefasto papel de los reformistas socialdemócratas (semejante al de los mencheviques rusos) la clase obrera dejaba de manifiesto que no quería más monarquías o guerras, ni oligarquías corruptas, ni opresión nacional y relaciones feudales en el campo. El gobierno de Karoly sólo tenía el apoyo de los sectores más reaccionarios del ejército, por eso no sorprende que tardara poco en dimitir. El 21 de marzo de 1919, un día después de la dimisión de Karoly, la clase obrera tomó el poder sin pegar un solo tiro y se proclamó la República Soviética Húngara.

El joven e inexperto Partido Comunista Húngaro (tenía cuatro meses de existencia), adherido a la III Internacional, creció explosivamente. La dirección de la socialdemocracia húngara, alarmada, ordenó el arresto de la dirección del Partido Comunista y Bela Kun, entre otros tantos, fue encarcelado. Este hecho desenmascaró a los reformistas y reforzó el prestigio del joven Partido Comunista. La dirección del SPD al comprender que era imposible ignorar la influencia de los comunistas, los convenció para unificar ambos partidos en un intento de hacerse con el control de la situación. Pese a las advertencias de Lenin sobre los peligros de realizar una unificación de una forma inadecuada y sin un programa claro, los comunistas quedaron absorbidos bajo la dirección de la socialdemocracia. Pero aun así, el nuevo gobierno obrero húngaro, pese a sus distorsiones, tenía la ventaja de haber tomado el poder de una forma totalmente pacífica y en un momento muy débil del imperialismo mundial. El nuevo gobierno llevó a cabo una reforma agraria de una forma burocrática e idealizando al campesinado (sin comprender que su papel en la producción no puede desarrollar un papel independiente y una conciencia colectiva).

El dirigente Bela Kun también cayó en este error y contribuyó a afrontar el problema de la tierra de una manera diferente a como lo afrontaron Lenin y Trotsky en Rusia, lo que provocó grandes problemas y dificultades a la joven República Soviética Húngara. El gobierno no se esforzó en ampliar su base social, ni depuró el viejo aparato estatal y no tomó suficientemente en serio las fuerzas de la reacción que se reagrupaban dentro y fuera de Hungría. Los errores cometidos por los dirigentes comunistas y socialdemócratas húngaros fueron utilizados por el imperialismo británico, francés y estadounidense para recurrir a los ejércitos checos y rumanos para atacar a la República Soviética Húngara en abril de 1919. El Ejército Rojo, que no fue organizado eficazmente como Trotsky hizo en Rusia finalmente se desmoronó. Serbios, checos y rumanos penetraron en Hungría.

Pese a que los trabajadores húngaros comenzaron a resistir e incluso contraatacar (proclamando la República Soviética Eslovaca), momentáneamente, ya era demasiado tarde, el propio Bela Kun lo reconoció después. El gobierno húngaro se rindió ante las potencias imperialistas con la excusa de evitar un baño de sangre, lo que posibilitó que la contrarrevolución tomara el poder sin un solo disparo. El nuevo gobierno socialdemócrata se apresuró en devolver las empresas nacionalizadas y se liquidaron las conquistas sociales, a la vez que se arrestaban a militantes comunistas. Pese a ello, el 6 de agosto de 1919 un golpe de estado militar derrocó al gobierno, lo que dio inicio a una sangrienta venganza por parte de los terratenientes y capitalistas. La derrota no fue inevitable, fue producto de una política errónea desde el principio. Bela Kun reconoció muchos errores, pese a ello, años más tarde fue acusado de trotskista y ejecutado en una de las purgas de Stalin.

Entre 1920 y 1944, Hungría estuvo gobernada por el dictador y almirante Mirlos Horthy, uno de los reaccionarios que organizaron al ejército contrarrevolucionario contra la Hungría soviética. Bajo su mandato la represión fue implacable, en cuanto se hizo con el poder ilegalizó al Partido Comunista; quería evitar por todos los medios otra revolución que despojase a la clase dominante de sus propiedades. Más tarde se convirtió en un firme colaborador de Hitler, uniéndose en 1939 junto con Italia, Alemania y Japón al Pacto Antikomintern, y en 1941 declaró la guerra a la Unión Soviética y se alineó con las potencias fascistas del Eje. En 1944 autorizó a los nazis invadir el país para intentar frenar el avance del Ejército Rojo, lo que supuso una intensificación de la represión aún mayor hacia los comunistas, socialistas y los judíos.

Los regímenes de Europa del Este, como el de Horthy en Hungría, eran dictaduras policiaco-militares débiles y sin ninguna raíz entre las masas.

Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial

El triunfo de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial fue un acontecimiento que cambió radicalmente la correlación de fuerzas a escala mundial. La extensión de la revolución a Europa del Este con métodos bonapartistas significó el establecimiento, no de Estados obreros sanos como el de octubre de 1917 de Lenin Y Trotsky, sino Estados obreros monstruosamente deformados a imagen y semejanza de la Rusia estalinista. Este fue el caso de Hungría.

La victoria de la URSS sobre el nazismo provocó un levantamiento entre las masas, en unos países más tarde que en otros. La revolución socialista estaba a la orden del día. Esto era peligroso no sólo para los capitalistas sino también para los estalinistas, que veían cualquier movimiento independiente de los obreros como una amenaza para sus privilegios. Para impedir que los obreros llevasen a cabo una genuina revolución socialista, la burocracia proclamaba que la situación no estaba madura para una revolución. Proclamaron el establecimiento de Democracias Populares. La burocracia consiguió sus objetivos maniobrando entre las clases y manipulándolas de una forma bonapartista. El truco era formar un frente popular entre las clases y organizar un gobierno de “concentración nacional”. Sin embargo, este frente popular tenía una base diferente y objetivos diferentes que los frentes populares del pasado. La burguesía en aquellos gobiernos no era ni mucho menos protagonista. Los estalinistas la utilizaban como cobertura bajo la cual se podía construir y consolidar una fuerte maquinaria estatal siguiendo el modelo de la URSS. Una vez construido y consolidado un Estado fuerte bajo su control, movilizaron a los obreros y se volvieron hacia la burguesía, y pasaron a expropiar a los capitalistas. La burguesía, sin el apoyo externo del imperialismo fue incapaz de ofrecer ninguna resistencia seria. Se introdujo un régimen totalitario que cada vez se acercaba más al modelo estalinista.

Hungría tras el fin de la ocupación nazi

El Ejército Rojo liberó de la opresión nazi a Hungría el 4 de abril de 1945. Las fuerzas soviéticas llenaron el vació de poder estatal. La débil burguesía húngara, como la del resto de Europa del Este, había sido exterminada o absorbida por los alemanes, o había quedado reducida a socios de segunda. En ese momento el país estaba obsoleto. Se puso fin a la atroz represión nazi en Hungría que costó la vida a 400.000 judíos. Tras la liberación, se decretó la expropiación del 34% de la tierra cultivable. Las tierras expropiadas fueron repartidas entre 642.000 familias campesinas. La iglesia católica y los odiados terratenientes que habían nadado en el lujo décadas anteriores fueron expropiados, atendiéndose así la extensa demanda de reforma agraria entre los campesinos. En enero de 1946 se nacionalizaron las minas de carbón, parte de la industria química y las fábricas de energía. En 1947 fueron nacionalizados los tres mayores bancos del país. El control del estalinismo en Hungría se consolidó ese año. Al igual que ocurrió en Alemania Oriental, el Partido Comunista y Partido Socialdemócrata se unificaron, Matyas Rakosi emprendió desde el poder una serie de purgas imitando a su homólogo soviético. Muchos militantes sospechosos de no confraternizar con las posturas estalinistas fueron expulsados del partido entre septiembre de 1948 y marzo de 1949. Las purgas continuaron en los años siguientes, fueron especialmente sospechosos los veteranos de la Guerra Civil española que se alistaron en las Brigadas Internacionales y que no estuvieron ligados a la GPU, que podrían tener ideas muy contrarias al régimen estalinista. En Hungría se consolidó un estado obrero deformado, al estilo de la vecina Unión Soviética, donde el poder real lo ejercían los funcionarios y burócratas que gestionaban en su propio beneficio el Estado y la economía. Pese a todo, Hungría se convertía en una economía planificada, por lo que fue posible poner fin al atraso industrial, en el primer plan quinquenal la producción industrial se multiplicó por cinco.

Revolución obrera e invasión soviética

A mediados de los años 50 existía un malestar entre la sociedad húngara, no sólo por parte de los trabajadores. Campesinos, escritores, artistas y estudiantes también denunciaban la estracita censura y la falta de libertades y derechos, tales como el derecho a huelga. Kruschev despertó ciertas expectativas, lo que animó aún más a los húngaros a denunciar públicamente sus problemas y reivindicaciones. Las Juventudes Comunistas Húngaras, en un ambiente crítico y reflexivo hacia el estalinismo, discutían y debatían en las universidades y por todas partes otras fórmulas de reconducir Hungría hacia un socialismo no estalinista.

La burocracia soviética en julio de 1956, preocupada por la situación en Hungría, obligó a dimitir al odiado presidente Rakosi, para intentar reconducir la situación y se nombró en su lugar a E. Gero, estalinista y miembro de la GPU en Barcelona durante la Guerra Civil española, además organizó y participó junto con Orlov en el secuestro y asesinato del dirigente catalán del POUM: Andreu Nin. La diferencia entre Orlov y Gero, fue que el primero meses después de asesinar a Nin desertó a Estados Unidos y el segundo continuó haciendo trabajos parecidos al servicio de Stalin. Gero era igualmente odiado e identificado con el estalinismo, aunque también accedieron al poder personalidades que aunque no se diferenciaban mucho de Rakosi, no estaban tan identificadas con el estalinismo. El nuevo gobierno apenas realizo una política diferente, se rehabilitó la figura de algunos miembros del partido purgados y permitió algunas manifestaciones.

El 6 de octubre de 1956, durante los funerales en honor del ex-ministro de exteriores húngaro y ex-combatiente de la Guerra Civil española, László Rajk, ejecutado en 1949 en una de las purgas que eliminó al 25 por ciento de la militancia comunista húngara, se produjo una protesta generalizada contra el sistema estalinista.

La burocracia estalinista, no sólo tenía un frente abierto en Hungría, sino también en Polonia pasaba algo similar, en junio de 1956 una manifestación de trabajadores fue duramente reprimida en Poznań dejando 53 muertos y varios centenares de heridos.

El 19 de octubre, 5.000 jóvenes de la Escuela Politécnica de Polonia votaron la siguiente resolución: “Todos los polacos expresan su apoyo a la parte del gobierno y del pueblo que ha decidido aplicar los principios de un verdadero gobierno del pueblo sin obedecer a ingerencias externas. Esperamos que las negociaciones con la delegación soviética terminen con la victoria del principio de igualdad entre los diferentes países y de un verdadero internacionalismo, que reconoce el derecho de cada nación a elegir su propio camino hacia el socialismo”.

El 23 de octubre de 1956 una manifestación espontánea de intelectuales y estudiantes recorrió las calles de Budapest. La Unión de Escritores leyó un manifiesto que pedía la incorporación de Imre Nagy al gobierno, personaje que despertaba inicialmente cierto tipo de expectativas por haber sido apartado del gobierno en el pasado por los sectores estalinistas más intransigentes. El comunicado de los estudiantes fue más allá, exigieron la depuración de los estalinistas en el aparato del estado, elecciones libres y el derecho de los trabajadores a la huelga. Nagy no participó en la manifestación, en realidad su programa no era revolucionario, ese día habló desde la sede del parlamento apelando a los manifestantes a la calma, preservar el orden constitucional y la disciplina de partido. La respuesta de E. Gero fue menos inteligente, seguramente irritado por el derribo de una estatua de Stalin, condenó la manifestación, lo que decepcionó a los manifestantes. Gero y el embajador soviético y futuro líder de la temida KGB (1967-1982) y de la propia URSS (1982-1984) solicitaron fuerzas militares a Moscú, ya que las que habían en ese momento no estaban dispuestas a intervenir y las pocas que sí, eran insuficientes. El por entonces jefe de la KGB, Ivan Serov, junto con otros peces gordos de Moscú se apresuraron en llegar a Hungría para planear la represión. El malestar crecía y el gobierno sabiendo que no podía contar con el ejército para reprimir al movimiento aún, nombró a Nagy primer ministro. Pero sabían que pronto que tarde o temprano tendrían que traer a tropas rusas de fuera, como hicieron después.

La situación se hizo aún más explosiva. El 24 de octubre fuerzas soviéticas se movilizaron en Hungría. La clase obrera respondió con una huelga general que se propagó extensamente por todo el país. Comités y consejos revolucionarios asumieron el poder, pero no fueron llamados soviet por que la palabra les sonaba a estalinismo. Los comités revolucionarios decretaron a la libertad de prensa, se legalizaba toda clase de periódicos, salvo el Aurora, que era un órgano de expresión de un grupo de nazis húngaros. Se eligieron Consejos Obreros en tan sólo dos días (26-28 de octubre) en todas las fábricas del país.

Mientras tanto en Polonia había más quebraderos de cabeza para los estalinistas, los obreros de la fábrica Zerán de Varsovia escribieron una carta al Comité Central del Partido Comunista en la que expresaban que: “Combatimos a todos los que tienen la impresión de que nuestra democratización es una primera etapa en el retorno hacia la democracia burguesa. En el curso de la campaña electoral nos hemos librado a una agitación en favor de los candidatos que sabemos que quieren construir el socialismo, pero un socialismo en cuyo seno se viva más libremente, más democráticamente que hoy día”. (Reproducido de La Verité, 27 de octubre de 1956).

El 28 de octubre los obreros por radio dicen que “En todas partes deben formarse Consejos Obreros. La tarea de los Consejos Obreros es decidir cada cuestión relacionada con la producción, dirección y cuidado de las fábricas... La principal tarea de los Consejos es guardar el orden y la disciplina en los lugares de trabajo y reanudar la producción. Deben defender con la ayuda de todos los obreros, su vida común y las fábricas”.

El Partido Comunista húngaro respondía las calumnias de Pravda (diario oficial de la Unión Soviética) el 29 de octubre de 1956 en Szabad Nep, diario oficial del Partido Comunista húngaro: “En su último número, Pravda publicó un artículo de su corresponsal sobre los acontecimientos de Hungría. El artículo se titulaba 'Fracasa la aventura antipopular en Hungría'. Esto es un error. Lo que sucedió en Budapest no fue una aventura, ni fracasó. Durante cinco días, explotaron bombas y las ametralladoras sembraron la muerte. Durante cinco días esta infortunada ciudad sufrió y derramó su sangre con un millar de muertos. Fueron las ideas del verdadero patriotismo y la verdadera democracia las que animaban los corazones y los cerebros, por una democracia socialista, y no los de la reacción y la contrarrevolución. El pueblo quiere libertad. El pueblo revolucionario de Budapest quiere libertad. Libertad para el pueblo, y una vida sin despotismo y sin terror, más pan y más independencia nacional. ¿Puede llamarse a esto una aventura antipopular?. Lo que ha fracasado y lo que verdaderamente puede llamarse antipopular, ha sido el dominio de la pandilla de Rakosi-Gero. Un poco más adelante, el artículo de Pravda pretende que la acción del pueblo de Budapest, la insurrección, ha sido desatada mediante la labor subterránea de los imperialistas anglo norteamericanos. Con toda calma podemos afirmar que esa declaración de Pravda es un insulto para el millón y medio de habitantes de Budapest. Gran parte de la población de Hungría asistió, física y moralmente, a la manifestación del último viernes, y aprobaba o simpatizaba con los principios fundamentales, patrióticos y democráticos, de la gran acción popular. La larga, sangrienta y sin embargo magnífica lucha de cinco días, ha sido desatada por nuestros propios errores y crímenes, entre los cuales debemos señalar como el primero el hecho de que no fuimos capaces de mantener viva la llama sagrada de la independencia nacional herencia de nuestros grandes antepasados ¿Qué quiere la juventud húngara? Así fue como la juventud revolucionaria planteó su primera demanda, en 1848. La juventud quiere la independencia de la nación fue la respuesta, el primero de los doce puntos de Petofi. Permítasenos hablar francamente. Aún hoy, la primera pregunta y la primera respuesta se formulan así: que Hungría sea un país libre e independiente, que viva en paz y amistad sobre esta base con la Unión Soviética. Por esto luchamos, y esto es lo que querían y quieren el escritor, periodista, ingeniero, obrero, minero, campesino y estudiante, todos los insurgentes, así como el Primer Ministro del país. Hemos sido liberados de una pesada carga el momento en que esta demanda fue adoptada por el gobierno y la nueva dirección del partido. Y agregaremos algo más sobre este lamentable artículo de Pravda. En realidad, hubo una guerra fratricida que duró varios días y esperamos que por fin termine. Entonces será tiempo de castigar, de castigar a quienes temiendo por su poder y sus vidas comenzaron la lucha y dieron órdenes de tirar sobre una multitud indefensa. Tendremos también que castigar a los delincuentes que han escapado de la prisión, que se han infiltrado en las filas de la revolución. Pero este castigo diferirá mucho de la liquidación mencionada por Pravda. Nadie fue capaz y nadie desea liquidar la lucha revolucionaria del pueblo húngara”.

El 31 de octubre se reunió en Budapest un Parlamento de los Consejos Obreros, en el que estuvieron presentes delegados de las fábricas más importantes. Los obreros aprobaron que la “fabrica pertenece a los trabajadores, y que su control estaba en manos de un Consejo Obrero elegido democráticamente”. Las reivindicaciones del Consejo de Budapest era clara: “Retiro de las tropas soviéticas, elecciones mediante escrutinio secreto en base al sistema multipartidario, formación de un gobierno democrático, propiedad realmente socialista de las fábricas y de ninguna manera capitalista, mantenimiento de los consejos obreros, restablecimiento de los sindicatos independientes (...) respeto al derecho de huelga, libertad de prensa, de reunión, de religión, en suma todos los grandes objetivos de la revolución”. La aceptación del gobierno de Nagy se realizaría siempre y cuando aceptase esas condiciones. Nagy se encontraba alarmado ante tales reivindicaciones, su programa no llegaba tan lejos y se mostraba incapaz de frenar al movimiento, pero sabía que aun así era presa de los sectores estalinistas más intransigentes, a quienes intento tranquilizar sin éxito.

Los consejos obreros exigían la abolición de la policía de seguridad del Estado (AVO), reorganización de las fuerzas armadas (milicia y ejército regular) y amnistía.

Por todas partes surgían comités revolucionarios, en los barrios, pueblos, fabricas, e incluso en el ejército se formó el Comité Revolucionario por la Defensa Nacional. Todos exigían una Hungría “libre, independiente, democrática y socialista”. Nagy esforzándose por reconducir la situación pidió a los trabajadores la vuelta al trabajo y poner fin a las huelgas. Pero no tuvo éxito. Los trabajadores respondieron a los tanques soviéticos con una huelga general. Las tropas soviéticas estacionadas en Hungría no estaban dispuestas a disparar a los obreros húngaros, el diario de los sindicatos húngaros, Nepszava, declaró que se concedía el derecho de asilo político a los rusos que no disparasen contra los obreros húngaros, el propio Comité Revolucionario de Intelectuales húngaros agradeció a los soldados rusos “que se han negado a tirar sobre nuestros combatientes revolucionarios”.

Los estalinistas trataron de decir que la iglesia estaba detrás de las protestas, pero la realidad es que el arzobispo de Kalozca, Josef Gorez, representante de la jerarquía eclesiástica húngara se limitó a llamar a la calma e hizo un llamamiento a sus fieles a que no participasen en actos de los Consejos Obreros. El propio New York Times publicó cómo el Arzobispo hacia llamamientos a los católicos para que abandonasen las huelgas y volviesen al trabajo

El gobierno de Nagy quedó suspendido en el aire, todo el poder residía en los consejos obreros, sobre todo en el consejo obrero de Budapest, formado por delegados de las fábricas. El programa de los consejos era muy parecido a las reivindicaciones de Lenin y Trotsky en 1917, pero los obreros húngaros añadieron el fin del régimen de estado totalitario y burocrático de partido único.

El 1 de noviembre los consejos obreros en Radio Rajk dijeron: “Camaradas, si el Partido Comunista quiere continuar en su papel dirigente debe proclamar inmediatamente y con fuerza todo lo que el pueblo húngaro reclama. Nos corresponde a nosotros y al Partido Comunista pedir pública y oficialmente a Rusia y los partidos comunistas amigos nuestra inmediata desvinculación del Pacto de Varsovia y el retiro de las tropas rusas de nuestro país... Los dirigentes soviéticos deben comprender que no pueden cambiar con bayonetas los sentimientos del pueblo húngaro, ni pueden ganarse a los jóvenes húngaros para el marxismo-leninismo intentando transformarlos en rusos”.

Los obreros en plena situación revolucionaria aprendieron muy rápido. Su primer comunicado por radio fue un llamamiento a las naciones unidas, pero acabaron realizando un llamamiento de solidaridad revolucionaria a todos los proletarios del mundo y apelando a que: “La fuerza policial debe ser organizada con los trabajadores honestos de las fábricas y con las unidades de ejército leales al pueblo”

El día 4 de noviembre de 1956 tanques soviéticos cercaron Budapest para aplastar a la clase obrera húngara. El día 5 los obreros por radio dicen: “Camaradas: la sangre se está derramando nuevamente en nuestro infortunado país. Los dirigentes de la Unión Soviética han vuelto a la política colonial terrorista de Stalin y Rakosi. Nos han traicionado mientras realizábamos lo que parecían ser negociaciones amistosas con ellos, y sus tanques y armas han comenzado a asesinar en masa. Mediante este bárbaro atentado hacen imposible para el Partido Comunista existir abierta y honestamente en nuestro país. Janos Kadar y su Partido reorganizado trataron de engañarnos, pero el hecho es que las armas rusas están destruyendo la democracia y el comunismo en Hungría (...) Los que en cualquier forma y en nombre de cualquier partido cooperan con la potencia colonial ocupante son traidores no sólo a Hungría, sino al comunismo, y debemos cambiarlos. Camaradas, el sitio de todo comunista húngaro honesto está en las barricadas”.

La resistencia fue dura, sobre todo por parte de los obreros de los barrios situados a la orilla izquierda del Danubio, donde había muchas fábricas industriales. Otros focos de resistencia en zonas industriales fueron fuertes. La Unión Soviética había desplegado cientos de tanques y 75.000 nuevos soldados (provenientes de remotas regiones siberianas), que fueron engañados, la burocracia estalinista los mintió, alertándoles de que en Hungría estaba teniendo lugar una rebelión fascista. El 11 de noviembre la revolución terminaba de ser aplastada por la fuerza, pero sólo oficialmente. Tres días después mientras la prensa estalinista alertaba de que en Hungría había teniendo lugar una “revuelta fascista y reaccionaria”, el Consejo Central Obrero de Budapest declaró: “Queremos subrayar que la clase obrera revolucionaria considera que las fábricas y la tierra pertenecen al pueblo trabajador (…) Declaramos nuestra lealtad inquebrantable a los principios del socialismo. Consideramos los medios de producción como propiedad colectiva que estamos depuestos a defender en cualquier momento”. Pedimos la retirada inmediata de las tropas soviéticas a fin de que la amistad entre nuestro país y la URSS sea reforzada y la probabilidad de una reconstrucción pacifica de nuestro país nos sea garantizada. Reivindicamos que la radio y la prensa no difundan más que las informaciones que corresponden a los hechos. Mientras nuestras exigencias no sean satisfechas, no permitiremos más que el funcionamiento de las empresas indispensables para asegurar la vida normal de la población. Los trabajos de conservación y reconstrucción no serán continuados más que en la medida que respondan a las necesidades inmediatas de la economía nacional. Exigimos la abolición del sistema de partido único y el solo reconocimiento de los partidos basados en el socialismo (…)

Pese a que las tropas soviéticas impidieron por la fuerza que se reuniesen los consejos obreros para federarse y que muchos obreros del consejo de Budapest fueran detenidos, la huelga general continúo hasta finales de enero de 1957 y sólo en noviembre de ese año empieza la liquidación de los comités revolucionarios en las fábricas.

El saldo de la represión fue de unos 3.000 muertos y 13.000 heridos, cientos de húngaros fueron encarcelados y 200.000 huyeron del país, entre los cuales se hallaban muchos técnicos y profesionales, lo que repercutió negativamente en la economía húngara en los años siguientes. 350 personas fueron ejecutadas posteriormente, entre ellas Nagy, pese a que en el juicio, negó y con razón su liderazgo en las protestas. 35.000 personas fueron investigadas, 26.000 procesadas y 22.000 condenadas; 13.000 fueron enviadas a campos de concentración. Kruschev dejaba claro que se cambiaban las formas pero no el fondo, ya que la burocracia seguía estando dispuesta a utilizar todo tipo de métodos represivos para conservar su poder y privilegios.

Un comunicado posterior a la represión de la Unión de Escritores reveló una verdad como un templo al afirmar que: “Advertimos contra el erróneo concepto de que si la armas soviéticas no hubieran intervenido, la revolución hubiera liquidado las conquistas socialistas. Sabemos que esto no es verdad”.

Actitud de Partidos Comunistas ante la revolución húngara de 1956

La actitud totalitaria de la URSS manchó la imagen de las ideas del genuino marxismo revolucionario, situación que favorecieron las propias direcciones de los Partidos Comunistas de países capitalistas desarrollados que apoyaron a Kruschev frente a la clase obrera húngara, prueba de ello es que tras el aplastamiento de la revolución, el Partido Comunista de Gran Bretaña perdió un tercio de su afiliación y el Partido Comunista Italiano una décima parte, cuyo líder Palmiro Togliatti, pese a haberse enfrentado a Stalin en 1950 y defender una “vía italiana al socialismo”, el mismo que propugnó según sus palabras el “Comunismo civilizado”, aprobó la invasión soviética en 1956.

En España tuvo lugar una situación peculiar, el PCE apoyó la invasión soviética. Carrillo y la Pasionaria anunciaron en junio de 1956, tras una reunión del Comité Central del Partido Comunista de España, la famosa idea de: “Reconciliación Nacional” con el franquismo, que planteaba “derrocar pacíficamente al régimen franquista y asegurar la transición hacia formulas democráticas”. En agosto de 1956 la Pasionaria dijo que en el pleno del Comité Central se había aprobado lo siguiente: “Los cambios en la táctica del partido para lograr la reconciliación nacional de los españoles y acelerar la caída de la dictadura del general Franco por la vía democrática (…) Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español”. Pero mientras hablaban de una situación pacífica contra el régimen de Franco en España, en Hungría aprobaban una represión violenta para acabar con el movimiento obrero revolucionario húngaro, prueba de ello es que el CC del PCE en plena represión soviética en Hungría envía un telegrama al PCUS aprobando: “El apoyo que la Unión Soviética, en cumplimiento de un penoso ineludible deber, ha dado a los trabajadores revolucionarios de Hungría y al gobierno obrero y campesino húngaro”. Días después la misma Pasionaria que defendía la democracia y el hipócrita y falso pacifismo, afirmaba que en Hungría había tenido lugar el “desenfreno de la contrarrevolución y el terror fascista que ha vivido el pueblo húngaro”.

Días después Santiago Carrillo hizo lo mismo y mostró su aprobación al aplastamiento de la revolución húngara, condenando lo que él llamaba cualquier formula de “comunismo nacional”, justificaba estas ideas diciendo que era necesario “reforzar la unidad del campo socialista, la unidad del movimiento comunista y obrero mundial”. Es decir, que a la vez que planteaban pacificar el franquismo, en un año en que el Caudillo declaró varios estados de excepción en todo el país y reprimió violentamente las movilizaciones estudiantiles de principios de 1956 con heridos de bala, apoyaron la represión de los tanques soviéticos mantenido las tesis de que aquello fue una revuelta fascista. Esto es sólo un ejemplo de la desorientación política y la bancarrota ideológica que padecían muchos partidos comunistas, y que aún padecen. La actitud pro-soviética de la dirección del PCE no gustó a buena parte de la militancia y tampoco entre los intelectuales ligados al partido, de hecho el brillante pintor Pablo Picasso se mostró contrario a la invasión soviética y a la liquidación de la revolución húngara.

En China, el máximo dirigente del Partido Comunista Chino, Mao Zedong, pese a que en los años 60 y 70 adopta un hipócrita discurso antisoviético, no mostró discrepancia ninguna con Kruschev y apoyó la represión soviética contra los obreros húngaros. Mao en febrero de 1957, mientras los obreros húngaros resistían o eran represaliados, afirmó que “La rebelión contrarrevolucionaria de Hungría en 1956, es un caso en que los reaccionarios dentro de un país socialista, en confabulación con los imperialistas y explotando las contradicciones en el seno del pueblo, fomentaron disensiones y provocaron desórdenes, en el intento de alcanzar sus designios conspirativos. Merece la atención de todos esta lección de los acontecimientos de Hungría”.

La actitud de la Yugoslavia de Tito ha sido muy discutida. Tito por entonces, pese a aparecer públicamente como un antiestalinista declarado, el régimen titista, era semejante al de la URSS, el estado y la economía estaban dirigidos por una burocracia privilegiada con intereses propios y por lo tanto distintos a los de la clase obrera. Tito oficialmente se mostró contrario a la invasión soviética, postura que fue recalcada cuando Nagy fue autorizado a refugiarse de la represión en la embajada yugoslava de Budapest, pero Kruschev en sus memorias afirma que el 2 de noviembre de 1956 en una reunión con Tito en Yugoslavia, se discutió los planes de invasión y a quien se podría nombrar como nuevo presidente de Hungría. A partir de esta reunión se dan instrucciones al embajador yugoslavo en Budapest, Dalibor Soldatic, para atraerse a Nagy y sus colaboradores. Esto demuestra que no fue Nagy quien pidió asilo sino los yugoslavos lo que le ofrecieron refugio interesadamente engañándole.

Los yugoslavos fingieron que negociaban su entrega, convencieron a Nagy para salir y montar en un autobús que le llevó a Bucarest a vivir en una lujosa villa con todo tipo de lujos, donde es detenido en abril de 1957 por discrepancias con los estalinistas y posteriormente ejecutado en junio de 1958.

Y qué decir de Kruschev, el que hablaba de “coexistencia pacífica” con el imperialismo, mientras ordenaba la represión a los obreros húngaros.

En 1956 los burócratas de Moscú, Pekín y Belgrado estaban atemorizados por los sucesos de Hungría, debido a que todos estos regímenes que se autoproclamaban falsamente comunistas pendían de un hilo. Desde la revolución española en los años 30 no se había producido un terremoto social similar que agitara de tal forma al proletariado soviético y que irritara tanto a los estalinistas.

En 1981, en el 25 aniversario de la revolución húngara, mientras obreros de Budapest iban a conmemorar la revolución ante las tumbas de sus muertos, recordando reivindicaciones obreras de aquel trágico 1956, el gobierno y la prensa estalinista continuaban defendiendo la versión oficial de que aquello fue una contrarrevolución fascista en nuevos libros y en los medios de comunicación.

La revolución húngara dejó al descubierto la falsa mascara “anti Stalin” sobre la que trabajaron personajes tan diferentes y a la vez parecidos entre sí, como Kruschev, Carrillo, Tito, Mao y tantos dirigentes de la época. Todos dejaron de manifiesto que temían una acción revolucionaria independiente de la clase obrera en cualquier parte del planeta. La revolución húngara de 1956 es un ejemplo más del papel negativo y nefasto que jugó el estalinismo desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera durante un periodo histórico.

Conclusiones

El estalinismo y el capitalismo han intentado falsificar y distorsionar la revolución húngara. Los marxistas no tenemos que olvidar que la clase obrera húngara hace 50 años de manera instintiva intentó volver a las ideas de Marx, Engels, Lenin, y también León Trotsky, sus planteamientos recogidos en obras tan brillantes como El Programa de Transición y La Revolución Traicionada son los mismos que defendían los consejos obreros húngaros de 1956. Los obreros húngaros defendieron reivindicaciones que Trotsky planteó en la URSS en los años 30 y quisieron llevar a cabo lo que él creía necesario en los estados obreros deformados, es decir, una revolución política, que consistía en transformar el sistema político y el estado sin cuestionar las bases económicas del sistema.

Los sucesos de Hungría dan la razón a Trotsky, quién señaló que la burocracia ante un movimiento obrero en lucha se escindiría. Esto fue verdad, solo un puñado de elementos corruptos y degenerados junto con personalidades de la policía secreta estaban dispuestos a resistir y a provocar un baño de sangre.

El problema fue que no existía un partido genuinamente revolucionario con un programa marxista e internacionalista, que hubiera podido significar el inicio de la revolución política en los estados obreros deformados de Europa del Este y en la propia Unión Soviética. La burocracia estalinista sabía que para mantener sus privilegios y poder tenía que poner fin a la revolución húngara, para ello mandaron tropas soviéticas de regiones atrasadas de Siberia a las que se dijo que debían aplastar una revuelta fascista sangrienta. Sin una dirección revolucionaria fue imposible ganarse a las tropas rusas y extender la lucha a estados vecinos.

La revolución húngara de 1956 fue una lucha muy parecida a la Comuna de Paris, existía la participación inmediata y el levantamiento de la clase obrera como la fuerza dominante en la revolución, organizando inmediatamente sus órganos de expresión, de democracia y control, y si no triunfó fue debido a la ausencia de lo que los marxistas denominamos el factor subjetivo: un partido y dirección marxista y revolucionaria. Estudiando y analizando los errores del pasado podremos prepararnos mejor para el futuro, sacando las conclusiones necesarias de revoluciones como las de Hungría en 1919 y 1956, en las cuales se pudo haber cambiado el curso de la historia.


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