Los grandes medios de comunicación quieren reducir el aniversario del mayo del 68 francés a una revuelta estudiantil en busca de la “utopía”. Mienten como siempre. En realidad, hace cincuenta años la clase obrera y la juventud francesa pusieron en jaque al capitalismo. ¿Cómo lo hicieron? En primer lugar resistiendo la salvaje represión del Estado —desatada inicialmente contra los estudiantes en lucha—, e inmediatamente organizando una huelga general indefinida que implicó a más de 10 millones de trabajadores, y que rápidamente se transformó en una ocupación masiva de fábricas y centros de trabajo.
En este proceso, el movimiento desarrolló un alto grado de organización a través de comités de huelga de instituto, facultad y empresa, mientras el poder de la burguesía quedó suspendido en el aire. La transformación socialista de Francia estaba en el orden del día, y su culminación hubiera provocado un cambio profundo en la historia.
Los estudiantes y la lucha antiimperialista
A principios de los años 60, la clase dominante de todo el mundo aún manifestaba una gran confianza en sí misma y su sistema. La ola revolucionaria que sacudió Europa tras la derrota del fascismo había quedado atrás y, sobre la destrucción provocada por la Segunda Guerra Mundial, lograron una prolongada etapa de crecimiento económico. Aunque todavía sobrevivían la dictadura franquista, y las de Grecia y Portugal, los dirigentes de la izquierda reformista estaban contagiados de ese mismo optimismo.
El supuesto capitalismo de “rostro humano” que la socialdemocracia creía haber ganado, se sustentaba sobre la explotación de los pueblos de África, Asia, y Latinoamérica. Y fue precisamente este elemento el que encendió la chispa. Los levantamientos contra el yugo imperialista se extendieron por todos los continentes, poniendo en evidencia el carácter criminal y explotador de las supuestas democracias “avanzadas”. La guerra de liberación nacional de Argelia, la revolución triunfante en Cuba, la irrupción de Nasser en Egipto… un sinfín de luchas ejemplares inspiraron a las masas en occidente. Pero de todas ellas, la guerra revolucionaria de los campesinos vietnamitas contra la potencia militar más poderosa del planeta ocupó un lugar de honor. El ejemplo de dignidad del pueblo de Vietnam puso en pie a millones de jóvenes y trabajadores en EEUU y Europa, atizando un movimiento contra la guerra que fue clave en la derrota del imperialismo.
Francia, potencia colonialista en Indochina y Argelia, fue uno de los epicentros de esta movilización antiimperialista. El 22 de marzo de 1968 se produjeron las primeras protestas en la universidad de Nanterre contra la detención de varios estudiantes de un comité de solidaridad con el pueblo vietnamita. La respuesta de Charles de Gaulle, que cumplía diez años en el gobierno, fue aplastar a la juventud con la represión más salvaje.
Pero la actuación brutal de la policía francesa, los famosos CRS (Compagnies Républicaines de Sécurité), lejos de amedrentar al movimiento despertó la solidaridad y alimentó su rápida extensión desde las universidades a los liceos de secundaria. El Barrio Latino estalló llenándose de barricadas. Los enfrentamientos en la noche del 3 al 4 de mayo se saldaron con un gran número de heridos y detenidos. Muchos trabajadores, indignados con la brutalidad policial, ayudaron a levantar adoquines y compartían barricadas con los estudiantes.
No es de extrañar que fueran los estudiantes quienes iniciaran la revuelta. Las derrotas del pasado no eran un lastre para ellos; ni tampoco mantenían una gran fidelidad a las organizaciones reformistas de la izquierda política y sindical, y mucho menos a sus directrices conservadoras. En aquellos primeros momentos, la dirección estalinista del Partido Comunista Francés (PCF) no se recató en denunciar públicamente a la juventud. En la portada de L’Humanité —periódico diario del partido— del 3 de mayo, Georges Marchais escribió: “Es preciso desenmascarar a estos falsos ‘revolucionarios’ ya que objetivamente sirven a los intereses del poder gaullista y de los grandes monopolios capitalistas”.1
Por supuesto que un sector de la dirección del movimiento estudiantil tenía prejuicios pequeñoburgueses, eran anarquistas y algunos de sus máximos líderes, como Daniel Cohn-Bendit, se declaraban anticomunistas. Pero entre miles de jóvenes activistas lo que existía era un sano sentimiento de rechazo a lo que no era más que una deformación burocrática y autoritaria del marxismo, representada por los regímenes estalinistas de la URSS y del Este de Europa.2 Lo verdaderamente importante, lo que un genuino dirigente comunista hubiera valorado, es que sectores mayoritarios de la juventud odiaban al sistema burgués. Prueba de ello fue la gran manifestación estudiantil del 6 de mayo, encabezada por una gran pancarta que rezaba “Viva La Comuna”, en homenaje a la primera insurrección proletaria de la historia (París, marzo de 1871).
Se extiende la huelga a pesar de los dirigentes
La irrupción de los estudiantes contagió a la clase obrera, y todas las maniobras para paralizarla fracasaron. La presión desde abajo se hizo tan irresistible que los dos grandes sindicatos franceses, CGT y CFDT3, llamaron a la huelga general para el 13 de mayo junto a los estudiantes. Fue una protesta masiva. Las manifestaciones fueron arrolladoras: un millón en París, 50.000 en Marsella, 40.000 en Toulouse, 50.000 en Bordeaux, 60.000 en Lyon…
Los dirigentes estalinistas del PCF y la CGT tenían la esperanza de que esta convocatoria aliviara la presión, y que al día siguiente las aguas volvieran a su cauce. Nada de eso ocurrió. En la mañana del 14 de mayo numerosas fábricas decidieron continuar la huelga. Con el paso de los días, de las horas, la huelga se extendió por toda Francia: el 19 de mayo había dos millones de huelguistas, el 20 eran cinco, el 21 ocho, y, por fin, el 28 de mayo son ya 10 millones los trabajadores en huelga.
Fue la propia clase trabajadora, empezando por sus sectores más avanzados, quien desató la mayor huelga general indefinida de la historia de Francia en contra de las directrices de sus dirigentes. Las grandes empresas están a la cabeza: Renault, Michelín, Peugeot, Citroën, las minas, los puertos, los astilleros, los ferrocarriles, el metro, el gas, la electricidad. Ningún sector de la producción escapa.
Cientos de miles ocupan las fábricas. Los trabajadores hacen temblar uno de los pilares básicos del sistema: la sacrosanta propiedad privada, el control burgués de los medios de producción. En la factoría de Sud-Aviation “no sólo el conjunto de la fábrica se para, sino que se decide tomar la empresa y secuestrar al director. En Renault-Cléon un grupo de jóvenes obreros de menos de 20 años con contratos precarios desbordan el llamado de la intersindical CGT-CFDT a parar una hora por turno y, cuando escuchan por la radio que los obreros ocuparon Sud-Aviation, terminan imponiendo el cese completo de la actividad y la ocupación de la fábrica”.4
La determinación de los huelguistas irradia tal fuerza que numerosos sectores de las capas medias, que anteriormente fueron base de la reacción, participan en la lucha activamente. En Nantes, una manifestación de campesinos transcurre tras la siguiente pancarta: “No al régimen capitalista, sí a la revolución completa de la sociedad”. Los intelectuales y artistas se suman: los actores ocupan el teatro del Odeón, el festival de Cannes se clausura, las artistas del Folies Bergère redactan sus reivindicaciones.
Los trabajadores tenían el poder en sus manos
No estamos sólo ante la paralización de la producción. Los obreros dan la vuelta a la jerarquía en sus empresas. Son ellos y no los jefes quienes mandan. En última instancia, una revolución consiste en que las masas, educadas para permanecer pasivas, pasan a la acción y toman en sus manos el gobierno de su destino. Una situación de doble poder se extiende por toda Francia.
En Nantes los huelguistas llegan más lejos que en ninguna otra parte. El 24 de mayo, en el comité del Barrio de Batinolles, las mujeres deciden organizar los suministros y su distribución, para lo cual convocan a toda la población a una reunión. Tras ella, una delegación decide ir a la fábrica más cercana para contactar con los comités de huelga. Los trabajadores, que ya estaban tratando este importante asunto, apoyan la iniciativa y se crea el comité de aprovisionamiento. Inmediatamente después, el 26 de mayo, se organiza el Comité Central de Huelga (CCH), para coordinar y unificar todas las energías. Al día siguiente CCH se instala en el Ayuntamiento de Nantes, la clase obrera es el nuevo poder político de la ciudad.
El 29 de mayo el CCH establece en las escuelas seis centros de abastecimiento para los que cuenta con la solidaridad de los sindicatos agrícolas. También emite bonos equivalentes a una cantidad de alimentos para utilizar en las tiendas; en las gasolineras sólo se distribuye combustible a quienes presentan una autorización del CCH. Se organiza el transporte y la actividad docente, y se abren guarderías donde los trabajadores y las trabajadoras pueden dejar a sus hijos mientras participan en la lucha.
La experiencia de esta ciudad, rebautizada como “la ciudad de los trabajadores”, es determinante. Demostró hasta dónde podía llegar la clase obrera; capaz de asumir el control total de la vida social y gestionar todos los asuntos de manera democrática y colectiva. Es un momento decisivo en cualquier proceso revolucionario: cuando los trabajadores comprenden que la burguesía, sus instituciones y su Estado ya no son necesarios para hacer funcionar la sociedad.
¿Cómo abortar una revolución?
Años después de aquellos acontecimientos, el embajador estadounidense en París recordaría que De Gaulle le confesó: “Se acabó el juego. En pocos días, los comunistas estarán en el poder”. Efectivamente, derribar el capitalismo en Francia era absolutamente posible. Sólo faltaba un partido revolucionario que coordinara y unificara la acción de los miles de comités de huelga de todo el país sobre la experiencia de Nantes, y tomar el control político y económico en todas las ciudades. Y a partir de ahí, establecer un Comité Central de Huelga de todo Francia, con delegados electos democráticamente, para imponer no sólo las reivindicaciones económicas más inmediatas, sino la formación de un gobierno revolucionario que transformara la república burguesa francesa en la república socialista de los trabajadores y la juventud.
Dicha tarea correspondía, en teoría, al PCF, pero su dirección perseguía el objetivo contrario. Todas las actuaciones de los líderes estalinistas estaban orientadas a desactivar la revolución.
Aunque su primer intento de aislar la movilización estudiantil de la clase obrera fracasó, no desistieron en evitar que esa confluencia se reforzase. Por ejemplo, ante la convocatoria de una gran manifestación de estudiantes hasta la factoría de Renault en Billancourt, la dirección de la CGT en la empresa editó una octavilla para la plantilla donde se calumniaba a los jóvenes, advirtiendo contra aquellos “que cobran una fuerte recompensa por sus leales servicios a la patronal”.5 Con esta actitud pretendían levantar un cordón sanitario que aislara a los trabajadores dentro de las fábricas.
El 25 de mayo se iniciaron negociaciones entre el gobierno, la patronal y los sindicatos. Intentaban desviar al movimiento del camino que había emprendido: desalojar a De Gaulle del gobierno y arrebatar el poder político y económico a la burguesía. ¿Cómo? Realizando concesiones que calmaran a los huelguistas y abortar la crisis revolucionaria manteniendo intacto el edificio del capitalismo.
El 27 de mayo a primera hora de la mañana los negociadores pactaron los “Acuerdos de Grenelle”. La burguesía aceptó reivindicaciones rechazadas durante años, con la esperanza de enfriar los ánimos.6 Séguy, secretario general de la CGT, declaró en la radio: “la vuelta al trabajo es inminente”.7 Pero los bastiones de la huelga rechazaron masivamente el acuerdo.
Los dirigentes estalinistas perseveraron en la tarea de conseguir la vuelta a la normalidad… capitalista. Por un lado, propusieron que en cada sector se negociara la aplicación individualizada del acuerdo. Por otro, iniciaron la táctica de sacar a las masas de las calles y frenar su acción directa, desviándolas al terreno del parlamentarismo burgués con su propuesta de convocatoria de elecciones.
No fue fácil empujar a la clase obrera a casa. Así fue en la metalúrgica Hispano-Suiza. “El martes 18, durante el último mitin de la huelga, el dirigente de la CGT considera la vuelta al trabajo como algo ganado, y dobla solemnemente la bandera roja afirmando que volverá a servir de nuevo algún día. A continuación, llama a los trabajadores a volver a sus puestos. Nadie se mueve. (…) Algunos trabajadores lloran. La vuelta al trabajo tendrá lugar el miércoles 19”.8
El 30 de mayo, y tras reunirse con altos mandos militares, De Gaulle disuelve la Asamblea Nacional y convoca nuevas elecciones. Ese mismo día se organiza una gran manifestación en los Campos Elíseos “En defensa de la República”, a la que acuden más de 300.000 personas mostrando su apoyo al presidente. La reacción levanta cabeza mientras la huelga retrocede hasta prácticamente desaparecer a mediados de junio. Una vez perdido el impulso revolucionario por el sabotaje de los dirigentes estalinistas, las elecciones del 30 de junio dan una mayoría aplastante a De Gaulle y sus aliados.
A pesar de todo, la reacción no olvidará nunca que estuvo a punto de perderlo todo. El 31 de diciembre de 1968 el general De Gaulle concluyó su mensaje de fin de año con el siguiente deseo: “Enterremos finalmente a los diablos que nos han atormentado durante el año que se acaba”. Ese diablo se puede enterrar, pero sólo temporalmente. Antes o después vuelve a la actividad.
La lucha sigue
Hoy, Macron, un millonario, es presidente de Francia. Su presencia en el Elíseo es producto de la bancarrota de los partidos tradicionales que han gobernado Francia durante décadas. La popularidad que cosechó tan rápidamente, cae incluso a mayor velocidad. Y la clase obrera preserva sus tradiciones de lucha, volviendo a poner Francia patas arriba con su acción.
Nuevas oportunidades para transformar la sociedad, en Francia y en todo el mundo, se están desarrollando delante de nuestros ojos. La tarea hoy, como en Mayo de 1968, sigue siendo construir el partido que la clase obrera y la juventud necesita para tomar el poder.
1. Cuando obreros y estudiantes desafiaron el poder. Reflexiones y Documentos. Ediciones ips. Buenos Aires 2008, p. 52.
2. Waldeck Rochet, secretario general del PCF, justificaba en aquellos días la intervención militar soviética para aplastar el movimiento revolucionario del pueblo checoslovaco.
3. La Confederación General de Trabajadores dirigida por el PCF y la Confederación Francesa Democrática del Trabajo.
4. Cuando obreros y estudiantes..., p. 56.
5. Las huelgas en Francia durante mayo y junio de 1968, Bruno Astarian. Edit. Traficantes de Sueños. Mayo de 2008. pp. 82 y 83.
6. Subida salarial general y del SMI, rebaja de la jornada semanal en una hora, aumento de los días de vacaciones pagadas...
7. Cuando obreros y estudiantes… p. 59.8. Las huelgas en Francia durante mayo y junio de 1968, p. 118.