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El 19 de julio de 1979 los jóvenes, trabajadores y campesinos nicaragüenses derrocaban la odiada dictadura de la familia Somoza y llevaban al poder al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Nicaragua, un pequeño país de 3 millones de habitantes, se convertía en punto de referencia para millones de oprimidos en todo el mundo. Hoy, mientras celebramos el treinta aniversario de aquella victoria (y cuando, en pocos meses: febrero de 2010, deberemos recordar los 20 años de su derrota) resulta imprescindible analizar tanto los aciertos como los errores cometidos. Sólo así podremos sacar lecciones útiles para revoluciones actualmente en marcha como las de Venezuela, Ecuador, Bolivia u Honduras, así como para los propios  militantes sandinistas, ahora que el FSLN vuelve a gobernar.

La burguesía progresista que nunca existió

El capitalismo nicaragüense, desde su nacimiento, se caracterizó por una debilidad extrema y una insultante concentración de poder y riqueza en manos de la oligarquía. El parasitismo e incapacidad de la clase dominante para desarrollar las fuerzas productivas y estabilizar la sociedad se expresó en luchas, conflictos e incluso guerras intestinas constantes en su seno. Durante la revolución de 1979, algunos sectores reformistas y estalinistas identificarán estos enfrentamientos como prueba de que, junto a una burguesía reaccionaria y sometida al imperialismo, existía una burguesía progresista (o patriótica) con la que era necesario aliarse y a la que no había que ahuyentar con medidas radicales.

La realidad, si examinamos cada uno de estos conflictos interburgueses, es que los sectores supuestamente progresistas de la burguesía renunciaron en todas las ocasiones a llevar hasta el final una lucha seria por el desarrollo del país, el establecimiento de un régimen de democracia burguesa, la aplicación de una reforma agraria que acabase con el latifundio y la construcción de una economía y un Estado capaces de asegurar la independencia y soberanía nacional.

El primero en la interminable lista de crímenes cometidos por la oligarquía nicaragüense y el resto de oligarquías regionales será precisamente la división del cuerpo vivo de Centroamérica. Tras conquistar la independencia en 1821, una Asamblea Constituyente regional proclama en 1824 la unificación de Guatemala, Costa Rica, Honduras, El Salvador y Nicaragua en la República Federal Centroamericana. Uno de sus principales impulsores es el revolucionario hondureño Francisco Morazán. El intento de Morazán de unificar Centroamérica será contestado con las armas por los oligarcas y culminará con la ruptura de la unidad en 1838. Todos los intentos posteriores de unificar Centroamérica serán ahogados en sangre por la oligarquía y el imperialismo. Las potencias imperialistas, que intensifican su intervención en la zona a medida que surgen diferentes proyectos para la construcción de un canal interoceánico entre el Atlántico y el Pacífico, y los oligarcas locales quieren una Centroamérica dividida en pequeñas unidades  políticas fácilmente controlables.

Cien años de pusilanimidad

Durante los 100 años posteriores a la ruptura de la República Federal Centroamericana, tanto los burgueses del partido conservador como los liberales, que aparecen como más progresistas y consiguen mayor ascendencia sobre las masas, serán incapaces de llevar a cabo ninguna de las tareas de una genuina revolución democrático-burguesa.

Como explica León Trotsky en la teoría de la revolución permanente, el desarrollo mundial del capitalismo hace que estas burguesías surgidas tardíamente, sometidas a una división internacional del trabajo cuyos principales papeles ya están repartidos, se vean totalmente subordinadas a las burguesías imperialistas y unidas a los terratenientes latifundistas por el pegamento de los negocios en común, la explotación a que ambos someten a las masas obreras y campesinas y el miedo que todos comparten a cualquier movimiento revolucionario de los oprimidos. Todo ello las inhabilita para encabezar cualquier movimiento de liberación. Esa fue la causa de que los intentos de revolucionarios como Bolívar, Morazán, Artigas o Zamora acabasen truncados.

La burguesía nicaragüense, consumida por la constante pugna entre liberales y conservadores por el poder, ni siquiera consigue edificar un Estado burgués que funcione. El imperialismo estadounidense, actuando como árbitro en esos enfrentamientos, será quien acabe decidiendo respecto a todos los asuntos importantes para el país. Durante el tercio final del siglo XIX y el primero del XX, Estados Unidos intervendrá militarmente en Nicaragua en cinco ocasiones.

César Augusto Sandino, "El general de hombres libres"

Tras derrocar al gobierno nacionalista del liberal José Zelaya y ocupar militarmente Nicaragua durante 15 años, EEUU -mediante el Pacto de Espino Negro (1928)- impone, con  apoyo de las burguesías argentina, brasileña y chilena, un reparto del poder entre conservadores y liberales. La renuncia de los jefes liberales a cualquier veleidad revolucionaria e incluso a mantener el programa nacionalista de Zelaya provoca la escisión del ala izquierda del movimiento encabezada por Augusto César Sandino.

A diferencia de otros dirigentes liberales, Sandino tenía origen humilde. Trabajó como jornalero en la Costa del Pacífico nicaragüense, fue ayudante mecánico en Costa Rica, obrero en una plantación de la United Fruit en Guatemala y petrolero en México. El contacto con los explotados de toda Centroamérica aviva en él un profundo sentimiento antiimperialista y sensibilidad social. La guerrilla organizada por Sandino, el Ejército Defensor de la Soberanía de Nicaragua (EDSN),  tras empezar con 27 hombres, llegará a sumar 6.000 combatientes armados; pero más importante que el número de guerrilleros movilizados fue el hecho de que la lucha de Sandino logró catalizar todas las energías acumuladas en el seno de las masas.

La insurrección campesina liderada por Sandino se convierte en un referente latinoamericano y mundial y obliga a EEUU a retirar sus tropas en 1934. Sin embargo, esto no significará el fin de la expoliación ni de la injerencia yanqui. Sin una perspectiva y programa marxistas, Sandino -una vez retiradas las tropas extranjeras- desmoviliza su ejército; pero ya el imperialismo y la burguesía nicaragüense habían firmado su sentencia de muerte. El 24 de febrero de 1934, el Jefe de la Guardia Nacional, Anastasio Somoza García, organizaba su asesinato y el de varios colaboradores, incluidos su padre y hermano. El error de Sandino fue pensar que era posible liberar Nicaragua del imperialismo  sin expropiar a la oligarquía.

El Bonaparte nicaragüense

El aplastamiento del movimiento de Sandino y el establecimiento de la dictadura bonapartista de Somoza fueron las condiciones necesarias para la creación de un Estado burgués estable en Nicaragua. Somoza se basará en el ejército y la Guardia Nacional, de la que es jefe directo, así como en el control de la maquinaria del partido liberal, para concentrar el poder y elevarse por encima de las clases sociales y de los distintos estratos de la clase dominante, actuando como árbitro entre ellos. Como ha ocurrido con otros líderes bonapartistas, someterá a la burguesía cuyos intereses protege a un feroz saqueo que le convertirá en el hombre más rico del país.

El escritor (y vicepresidente sandinista) Sergio Ramírez en un artículo titulado "Somoza de la A a la Z"; incluía todos los productos y negocios en que participaba la familia Somoza. No quedó una letra vacía. En la X aparecían propiedades desconocidas "y no dejaba de incluir la Sangre bajo la letra S, porque la Compañía Plasmaféresis, instalada en Managua, se la compraba a los indigentes y a los borrachines para fabricar plasma de exportación."1

Si la burguesía nicaragüense y el imperialismo estadounidense toleraron a los gánsteres somocistas  tanto tiempo fue porque su régimen despótico (reflejo del carácter degenerado del capitalismo nicaragüense) era el único que les permitía someter a las masas a las condiciones de explotación que precisaban para mantener sus beneficios.

Hacia la revolución

Entre 1950 y 1979, el crecimiento del capitalismo industrializa el país, expulsa a miles de campesinos hacia las ciudades y aumenta el peso de la clase obrera y de la población urbana. En 1959 sólo el 35% de la población vivía en ciudades, en 1982 suma un 53%. La industria pasa de aportar el 16% del PIB al 22% y la población de Managua se multiplica por cuatro entre 1950 y 1977, de 110.000 habitantes a 400.000.2

La industrialización, al concentrar la tenencia de tierra y la riqueza, amplía aún más la ya descomunal brecha entre ricos y pobres. El Producto Nacional Bruto (PNB) crece en los 50 y 60 un promedio de 6,3%, pero en 1977 el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita del 50% de la población con menos ingresos supone el 15% del PIB total, mientras que el 20% más rico acumula el 60%. La extensión de un joven proletariado y semiproletariado condenado a la temporalidad y la precariedad en el trabajo, la falta de vivienda e ingresos regulares, sometido a unas condiciones de pobreza extrema y hacinado en los barrios de las grandes ciudades, será una bomba de tiempo.

El carácter represivo, la corrupción y podredumbre del Estado somocista son cada vez más evidentes para  amplios sectores de la población y provocan un descontento creciente. A finales de 1974 nace la Unión Democrática para la Liberación (UDEL), una alianza opositora que agrupa a varios partidos burgueses junto al Partido Socialista de Nicaragua (PSN), estalinista, y la burocracia de las dos centrales sindicales más importantes: la CTN, socialcristiana, y la CGT, vinculada al  PSN. El líder de la UDEL, Pedro Joaquín Chamorro, perteneciente a una de las principales familias de la oligarquía y propietario y director del principal diario del país (La Prensa), representaba a una capa de burgueses que buscaba forzar a Somoza a pactar un cambio por arriba para evitar la revolución por abajo. La aparición de brechas en la oligarquía estimulará la movilización popular.

 Lenin y Trotsky explicaban las condiciones que definen una situación revolucionaria: divisiones abiertas en el seno de la clase dominante, voluntad firme de los explotados de luchar hasta el final, giro a la izquierda o al menos neutralidad de las capas medias y una dirección revolucionaria. En Nicaragua sólo falta el partido revolucionario que ofrezca dirección y cauce a todo el malestar acumulado. Esto hará que la lucha por conquistar el poder se prolongue durante varios años.

El FSLN

A causa de la política etapista y de colaboración de clase del PSN y sus distintas escisiones, la revolución nicaragüense adoptará una forma peculiar. Ausente un partido obrero revolucionario, las masas tendrán que buscar a tientas, con un alto coste en vidas y sacrificios, un camino revolucionario. Terminarán poniendo sus esperanzas en el FSLN. Los "muchachos" -como son conocidos popularmente los sandinistas- son los únicos que no se venden ni se doblegan ante Somoza y sus gánsteres del ejército, la policía y la Guardia Nacional.

Paradójicamente, en 1975 el FSLN sólo tiene 500 miembros y está dividido y en crisis. La causa fundamental son las limitaciones y contradicciones de sus métodos guerrilleros, su estrategia y programa. El rechazo al régimen somocista era tan masivo, que el FSLN contaba con una simpatía y apoyo enormes. Pero incluso en este caso sus métodos guerrilleros basados en acciones heroicas al margen de las masas, o con éstas como apoyo, lejos de fortalecer un movimiento autónomo de las masas e infundirles confianza en sus propias fuerzas y capacidad para organizarse tiende a debilitarlas política y organizativamente. Nada ni nadie puede sustituir el proceso complejo, contradictorio, de aprendizaje en la lucha de los trabajadores en el que estos miden fuerzas con la burguesía a través de innumerables huelgas y luchas parciales, elevan su conciencia política colectiva y sobre todo aprenden a confiar en sus propias fuerzas y generan dirigentes naturales y cuadros de dirección.

Somoza utilizará las acciones guerrilleras del FSLN como excusa para atacar al conjunto del movimiento declarando el estado de sitio y prohibiendo las huelgas. Las derrotas de las ofensivas guerrilleras de 1974 y, sobre todo, de 1977 estuvieron a punto de resultar fatales para el movimiento. La causa fundamental de esas derrotas era la falta de un plan de lucha que partiendo de la propia experiencia de las masas les transmitiese confianza en sus fuerzas y mostrase el camino para vencer.

Pese a la creciente contestación popular, el ejército -a esas alturas casi único apoyo del régimen- no presentaba divisiones. Como también vemos hoy en Honduras, el ejército tiende a ser la última barrera de seguridad del sistema. El único modo de quebrar en líneas de clase al ejército somocista era presentando a los soldados un programa claro, que les diese tierra, empleo, vivienda digna y  una vida diferente. Paralelamente había que impulsar el desarrollo de comités que empezando como instrumentos para organizar, unificar y coordinar la lucha desde abajo pudiesen transformarse en la base del poder obrero y popular. En cuanto estos comités mostrasen su poder se contagiaría a los cuarteles.

Para ello el FSLN debía dar un giro a su estrategia, basándose en la lucha de masas y en particular en el trabajo en los sindicatos y entre la clase obrera, así como abandonar la perspectiva de lograr un cambio de régimen mediante una alianza con la burguesía antisomocista, y defender la expropiación de los latifundios (para repartir la tierra a los campesinos) y la estatización bajo control obrero y popular de la banca y las grandes empresas para planificar democráticamente la economía y resolver los problemas de la población. Sin esto, la lucha por el poder será mucho más prolongada y dolorosa.

La insurrección

La revolución, especialmente cuando falta un plan y una dirección consciente, necesita a menudo  verse espoleada por el látigo de la contrarrevolución. El asesinato del dirigente de la oposición burguesa, Chamorro, en 1978 provoca una explosión social. "La sublevación de febrero [1978] tuvo un carácter altamente espontáneo (...). El Frente Sandinista no condujo, no dirigió orgánicamente la lucha del pueblo en las acciones mismas, y en el inicio de éstas, más que una decisión de la vanguardia fue una acción vital de una comunidad que espontáneamente revalidaba su tradición de lucha." (Comandante del FSLN Humberto Ortega) 3

La explosión coincide con el ascenso revolucionario en El Salvador y divide a los imperialistas. J. Carter, presidente estadounidense desde 1977, busca un acuerdo entre los diferentes sectores burgueses para una sucesión controlada de Somoza sin conseguirlo. Como hoy Obama, una cosa son sus deseos y promesas y otra el margen de maniobra que la lucha de clases y los intereses del propio imperialismo le conceden.

Otros sectores de la burguesía y el aparato estatal estadounidense tienen vínculos estrechos y negocios con la camarilla somocista. Pero, sobre todo, estos sectores piensan -y no sin razón- que el colapso de esta camarilla significaría el del Estado burgués y todo el sistema capitalista en Nicaragua. Por otra parte, distintos gobiernos burgueses latinoamericanos apuestan por un cambio de fachada en Nicaragua que evite el derrumbamiento de todo el edificio burgués y un contagio de la revolución a sus países. Pero resulta imposible un acuerdo que contente a la clase dominante y a las masas a la vez.

Algunos testimonios recogidos por Carlos Vilas en su libro Perfiles de la revolución sandinista dan idea del ambiente entre las masas:"Si a mí me permitieran pelear así [embarazada] yo peleo, porque de todos modos si me quedaba en la casa me mata una bala". "Nos despedimos de nuestras esposas, hermanas y madres con lágrimas en los ojos pensando que ya no regresaríamos, pero pensando siempre que mejor morir peleando que morir de rodillas pidiendo clemencia". "Yo les dije a mis chavalos que mejor se metían en el frente porque si no, de todos modos la guardia me los mataba, por ser jóvenes no más, figúrese". Cuando un gobierno y un estado se enfrentan a millones de personas que han sacado estas conclusiones sus días están contados.

La huelga general convocada por el FSLN el 10 de julio es una gigantesca demostración de fuerza que anuncia la caída del régimen. Los partidos burgueses de oposición, que han intentado aislar y desprestigiar al FSLN, aceptan la Junta de Gobierno para la Reconstrucción Nacional (JGRN) propuesta por éste e incluso participan con varios ministros. El 19 de julio los comandantes del FSLN entran en Managua recibidos por una marea humana desbordante de júbilo. La revolución ha triunfado.

Lo ocurrido en Nicaragua en 1979 no fue -como algunos quieren presentar- la toma del poder por parte de un grupo guerrillero al margen de las masas sino una insurrección. La acción directa de los jóvenes, los trabajadores y los campesinos destruyó el aparato represivo creado por la burguesía. Los trabajadores y campesinos tomaron el poder, dando el gobierno a la única organización que había ganado su reconocimiento: el Frente Sandinista. Como reconoce el comandante sandinista Humberto Ortega: "siempre se pensó en las masas pero (...) no como se dio en la práctica: fue la guerrilla la que sirvió de apoyo a las masas para que éstas, a través de la insurrección desbarataran al enemigo." 4

Explosión del poder obrero y popular

La victoria produjo una explosión de la organización obrera y popular: sindicatos, comités de fabrica, consejos... Los Comités de Defensa Civil surgidos espontáneamente para organizar la insurrección contra Somoza se extienden por todo el país, cambian su nombre por el de Comités de  Defensa Sandinista (CDS) y empiezan a desarrollarse como embriones de poder obrero y popular: "los CDS debían entregar constancia de domicilio, encargarse del abastecimiento mínimo de ciudades enteras, ejercer funciones de seguridad. Por razones de inexcusable necesidad, la gente organizada en estas estructuras pasó a encargarse de la gestión directa de un conjunto de tareas y actividades en una versión auténtica, al margen de sus limitaciones, de la democracia popular."5

Según el comandante sandinista Bayardo Arce, los CDS en su momento álgido agrupan unas 500.000 personas (más de un 15% de la población del país).6 Si los dirigentes sandinistas hubiesen planteado la expropiación de las empresas y bancos y se hubiesen basado en los sindicatos, organizaciones campesinas y los CDS para forjar un estado de los trabajadores, habría sido posible acabar con la explotación capitalista e iniciar el camino hacia el socialismo. Lamentablemente, atados a sus concepciones teóricas, que plantean la necesidad de buscar una alianza con la burguesía antisomocista, y faltos de confianza en la capacidad de los trabajadores para dirigir la economía, desaprovecharán esta oportunidad.

La fuerza de la clase obrera nicaragüense

Algunos defensores de la política de pactar con la burguesía argumentaban que la clase obrera nicaragüense a causa de su escaso peso numérico y bajo nivel de conciencia no podía encabezar la revolución. Nada más alejado de la realidad. El proletariado industrial contaba en 1970 con 113.000 trabajadores, un 20% de la población económicamente activa (PEA) no agrícola. Unidos a los 150.000 empleados administrativos públicos y privados y trabajadores de servicios y a los 130.000 asalariados del campo su porcentaje era muy superior al del proletariado ruso en 1917. Además, el 40% restante de la PEA urbana eran artesanos, vendedores ambulantes y pequeños comerciantes proletarizados que compaginaban sus ingresos irregulares en la economía informal con el trabajo asalariado temporal en sectores como la construcción y otros.

La clase obrera y las masas semiproletarias constituían una poderosa fuerza que había mostrado su conciencia y poder tumbando al Estado somocista y empezaba a organizarse para desarrollar el control obrero y transformar la sociedad. Entre agosto de 1979 y diciembre de 1982 se registrarán en el Ministerio de Trabajo 1.200 nuevos sindicatos (lo que multiplica por diez el número de sindicatos existentes). El 90% se afilia a la Central Sandinista de Trabajadores (CST) o a la Asociación de Trabajadores del Campo (ATC), también sandinista. El plan de lucha impulsado por la CST en febrero de 1980 muestra el debate y nivel de conciencia existente: participación de los trabajadores en la gestión de las empresas a través de los Consejos de Producción, mejora del salario social, incremento del salario mínimo, reforma del Código de Trabajo y el llamado a tomar las empresas que incurran en prácticas de descapitalización, especulación o saboteo.

Las bases de la CST y la ATC harán todo lo posible por empujar la revolución hacia adelante. No obstante, frente a esta presión, la burguesía a través de la Confederación de Empresarios (COSEP), sus representantes en el gobierno, los gobiernos burgueses "amigos" y el propio imperialismo, pone en marcha también una gigantesca presión cuyo objetivo es precisamente el opuesto. La política del FSLN se debatirá entre estos dos polos irreconciliables.

Presiones de clase contrapuestas

Durante 1980 y 1981, la CST y la ATC organizan innumerables marchas masivas y toman fábricas y tierras pidiendo al gobierno medidas drásticas contra la descapitalización. Jaime Wheelock, Ministro de Agricultura, llega a amenazar públicamente con abandonar la economía mixta y avanzar hacia la estatización completa. Las declaraciones animan aún más la movilización. Decenas de asambleas de base en las que participan masivamente obreros y campesinos, en Matagalpa y Jinotega, en Granada y otras muchas ciudades y pueblos, aprueban resoluciones pidiendo la confiscación de las industrias descapitalizadas. Pero ni esta petición ni las amenazas de Wheelock serán  aplicadas.

Contrariamente, a finales de julio de 1981 el Ministerio de Trabajo emite una orden prohibiendo los paros, huelgas y tomas de tierras o empresas con motivo de denuncias de descapitalización. En los años siguientes, al mismo tiempo que son detenidos varios empresarios saboteadores, el gobierno sandinista también encarcelará a algunos sindicalistas, vinculados a organizaciones y sindicatos minoritarios, e impedirá varias huelgas y protestas en empresas privadas y públicas. Esto incrementará el descontento de las bases y erosionará paulatinamente el apoyo al sandinismo,   desarrollando tendencias ultraizquierdistas entre una capa de activistas y empezando a sembrar escepticismo entre sectores de las masas.

La presión capitalista consigue un compromiso para limitar las expropiaciones y que la reforma agraria en lugar de acabar con el latifundio, como planteaba el Programa Histórico del FSLN (1969), modere sus objetivos.

 "Toda la tierra entregada a las cooperativas de producción y los individuales, hasta finales de 1984, había significado apenas cerca del 7% del área en fincas nacionales, y los campesinos beneficiados se estiman en una cantidad aproximada a un 25% de los productores que demandan tierra en el país (...) con lo que de hecho se provocaba un estancamiento de la reforma agraria."7

 "La revolución al violar la más sagrada de sus promesas producía el primero de sus grandes desencantos. (...) Familias enteras que habían colaborado con los sandinistas en los santuarios de la guerrilla y habían sido reprimidas brutalmente por Somoza (...) daban ahora protección y auxilio a la contra. Y el discurso de la contra, lejos de complicaciones teóricas, era insidioso pero simple: te quieren quitar tu libertad, quieren quitarte a tus hijos, quieren quitarte tu religión, vas a tener que venderles tus cosechas sólo a ellos, y la poca tierra que tenés te la van a quitar, y si no la tenés, nunca te la van a dar en propiedad."8

Intentando tranquilizar a la burguesía, el FSLN también desarma a las milicias surgidas espontáneamente en plena lucha por el poder. Estas concesiones lejos de apaciguar a la clase dominante le animará a exigir más. El llamado gubernamental a los empresarios patriotas a reconstruir el país y las ayudas concedidas son contestados con la descapitalización de las empresas,  huelga de inversiones y fuga de capitales.  Ante ello el gobierno sandinista acometerá, en  sucesivas oleadas, nuevas expropiaciones. La respuesta de la burguesía será una virulenta campaña de desestabilización y la salida de todos sus representantes del gobierno.

La intervención imperialista

A fines de 1981 y sobre todo desde 1982 el nuevo presidente estadounidense, Ronald Reagan, decide activar los planes de intervención militar contra Nicaragua discutidos, pero pospuestos, bajo el gobierno Carter. La "Contra", integrada por ex miembros de la Guardia Nacional somocista, pequeño-burgueses radicalizados y campesinos pobres desmoralizados, recibirá financiación y adiestramiento estadounidense para atacar Nicaragua desde Honduras. La guerra representará una sangría insoportable de vidas y recursos. En 1985 el gasto militar consume un 40% del PIB.

Enfrentados a la movilización revolucionaria de las masas en Nicaragua y la enorme ola de solidaridad con la revolución sandinista que se extiende por todo el mundo, los  imperialistas se dividen. Como hoy con Venezuela, Bolivia o Ecuador, esto les obliga a mantener distintas opciones abiertas. Mientras un sector financia a la Contra y mantiene levantada la espada de Damocles de una intervención militar directa, otro apostará por la estrategia negociadora del llamado Grupo de Contadora, formado a principios de 1983 por los gobiernos centroamericanos. Contadora será clave para descarrilar la revolución a finales de los 80. Momentáneamente su primer resultado es el acuerdo para celebrar elecciones en 1984, pero su presión contribuye a frenar la revolución.

Las elecciones de 1984 las gana el FSLN con el 65% de los votos, el mayor apoyo alcanzado nunca por opción alguna de izquierda en América Latina. La contrarrevolución, encabezada por un ex miembro del Grupo de los Doce (organización burguesa vinculada al FSLN) y del gobierno sandinista que se había pasado a la contrarrevolución, Arturo Cruz, decide retirarse una semana antes -al constatar que su derrota será abrumadora- e intensifica su campaña mediática contra el "autoritarismo" sandinista. En cualquier caso la participación es alta y muestra que el péndulo social todavía gira a la izquierda.

Todo indica que en un determinado momento, bajo la presión del deterioro económico, el boicot capitalista y la presión de sus bases los dirigentes sandinistas consideraron seriamente la posibilidad de expropiar a la burguesía y establecer una economía nacionalizada y planificada que permitiese afrontar los problemas más acuciantes de las masas. Pero la presión de la burocracia estalinista de la URSS, combinada con su falta de confianza en la capacidad de las masas para gestionar la sociedad y extender la revolución a otros países, fue determinante para que no lo hiciesen.

Los propios dirigentes cubanos -cuya solidaridad revolucionaria, política y económica fue clave para defender la revolución sandinista- cometieron un grave error. Viendo la oposición de la burocracia soviética a completar la revolución, y no confiando en la posibilidad de extender la revolución a otros países, Fidel Castro aconsejó a los sandinistas no seguir el camino que ellos habían emprendido, con éxito, veinte años antes.

La trampa de la economía mixta

La transición al socialismo sólo puede iniciarse si previamente son estatizados los medios de producción (como mínimo todos los bancos, las empresa fundamentales y la tierra) y éstos son gestionados directamente por los propios trabajadores y el resto de los explotados, destruyendo el viejo Estado forjado por la burguesía (las viejas leyes, ministerios, justicia, gobernaciones, alcaldías...) y construyendo un estado revolucionario basado en consejos obreros y campesinos formados por voceros elegibles y revocables. Sin esto es imposible hablar de transición.

Intentar mezclar socialismo y capitalismo es tan imposible como mezclar agua y aceite. O, si se prefiere, es como mezclar miel y alquitrán. Un chorro de alquitrán puede destruir litros de miel. Por las propias características del capitalismo, el mantenimiento de una parte de la economía en manos   capitalistas somete inevitablemente al conjunto de la economía (empresas públicas, cooperativas, etc.) a las leyes de la economía de mercado. Esto imposibilita solucionar ninguno de los problemas que el capitalismo ha creado.

Intentar regular el capitalismo implantando controles de cambios o precios, incrementando los impuestos o acometiendo nacionalizaciones parciales, mientras sectores importantes de la economía siguen en manos privadas, supone obstaculizar el funcionamiento normal del sistema y que los empresarios reduzcan la inversión. Por otra parte, como estas medidas de regulación no son suficientes para planificar la economía finalmente tienes los problemas del capitalismo y ninguna ventaja del socialismo.

El Estado

El movimiento revolucionario de las masas nicaragüenses fue tan impresionante que el aparato estatal burgués quedó destruido. Como explica el dirigente del FSLN Bayardo Arce: "Aquí no se derrocó a un gobierno, sino que se destruyó todo el estado. Al día siguiente del triunfo no había ejército, ni tribunales, ni poder legislativo, ni gobierno. Entonces tuvimos que organizar todo eso."

Lenin, basándose en la experiencia de la primera revolución obrera triunfante de la historia, la Comuna de París, formuló varias conclusiones acerca de cómo construir un estado revolucionario capaz de dirigir la transición al socialismo. Elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos, que todos respondiesen periódicamente de su gestión ante asambleas de quienes les habían elegido, que ninguno percibiese ingresos superiores al de un trabajador cualificado, que todas las tareas que fuese posible se realizasen de modo rotatorio y que el monopolio de las armas no lo tuviese un ejército separado del pueblo sino el pueblo en armas, organizado en milicias obreras y populares.

Pero la máquina rota del estado burgués somocista no fue sustituida por un instrumento con estas características, sometido al control obrero y popular, sino por el aparato de la guerrilla. El FSLN en el poder tenía 12.000 militantes, así que tuvo que recurrir a sectores de todo tipo. Junto a revolucionarios, elementos oportunistas o carreristas accedieron al poder. Pero ni siquiera ese era el peligro más importante. El problema fundamental era la ausencia de control obrero y popular.

Aunque muchos funcionarios fuesen revolucionarios sinceros y los cuadros sandinistas (forjados en el mayor sacrificio concebible: el de la propia vida) destacasen por su moral revolucionaria; esto, por si solo, resulta insuficiente para garantizar el carácter revolucionario del estado.

Sin el control de los trabajadores y los campesinos, sin la aplicación de las medidas arriba comentadas, todas las presiones impulsaron al desarrollo de una nueva burocracia que tendía a entrar en contradicción con los obreros y campesinos. Los trabajadores en lucha por desarrollar el control obrero chocaban con los administradores designados por el estado que frenaban o incluso reprimían su participación. Lo mismo ocurría en las granjas colectivas y cooperativas. La lucha guerrillera genera además toda una serie de dinámicas: órdenes de arriba a abajo en lugar de discusión colectiva y convencimiento político, falta de mecanismos de control y de participación tanto de las bases revolucionarias como de las propias masas en la toma de decisiones y la conducción del movimiento, que aumentan el peligro de burocratización.

Nicaragua era en ese momento posiblemente el país más democrático del mundo, los CDS tenían capacidad para intervenir y decidir en importantes aspectos de la vida local, en muchas empresas se crearon Consejos de Producción y otras formas de participación obrera, pero estos nunca se extendieron ni a los niveles máximos de decisión ni al conjunto de la economía. Esto impidió que el estado estuviese bajo control de los trabajadores y campesinos y finalmente en su seno se formó una burocracia cada vez más independiente y opuesta a los deseos de las masas. Este fue otro elemento que atizó el desánimo y la desmoralización popular.

La derrota

A causa de estas contradicciones una capa de activistas empieza a sacar conclusiones ultraizquierdistas. En lugar de vincularse a las bases obreras del sandinismo y luchar dentro del FSLN, la ATC y la CST por dar una orientación y programa marxista a las bases sadinistas se separaron de éstas. Algunos de estos grupos sectarios, como el PC de Nicaragua y el propio PSN, incluso denunciaron al FSLN como burgués y terminarían uniéndose a la oposición. El resultado  fue aislar, debilitar y fragmentar a la izquierda sandinista, favoreciendo los planes de los sectores reformistas que deseaban moderar la revolución. A su vez, entre sectores significativos de las masas empezaba a desarrollarse, de forma lenta y soterrada, un creciente escepticismo y dudas de que la revolución pudiese resolver sus problemas. Esta tendencia emergerá a la superficie de forma brusca y sorpresiva para los dirigentes sandinistas en las elecciones presidenciales de 1990.

A finales de los años 80, a causa de todos los errores comentados, la revolución sandinista se enfrentaba a un creciente aislamiento internacional y una erosión de su base social. La firma de los Acuerdos de Paz con la Contra, en agosto de 1987, lejos de dar paso a un avance de la revolución marca el inicio de un giro a la derecha que tendrá efectos catastróficos. La ayuda económica de toda una serie de países europeos, Cuba y lo poco que proporcionaba -con cuentagotas y a regañadientes- la burocracia rusa era lo que permitía sobrevivir a Nicaragua. Pero esto también significaba que los gobiernos burgueses latinoamericanos y europeos, y la propia burocracia rusa, exigían contrapartidas políticas. La más importante era mantener en stand by la revolución.

En un clima que ya anunciaba la contrarrevolución capitalista en la URSS, los burócratas estalinistas cierran el grifo al FSLN y le conminan a mirar hacia los países capitalistas europeos. La aceptación por parte del FSLN en 1989 del plan de austeridad negociado con el FMI para reducir la inflación (que llega a alcanzar la friolera del 37.000%) y el endeudamiento público recortando salarios y gastos sociales incrementará el descontento popular. Se incrementa el desempleo y la inflación -aunque menor- sigue golpeando duro a la población.

Contrarrevolución "por vías democráticas"

Como resultado de los Acuerdos de Paz de 1987 se convocan nuevas elecciones para 1990. La burguesía, mientras intensifica el sabotaje económico, forma una alianza -la Unión Nacional Opositora (UNO)- que agrupa a 15 partidos, desde la extrema derecha hasta los grupúsculos sectarios de ultraizquierda, utilizados para disimular el carácter contrarrevolucionario de la UNO. La candidata será Violeta Barrios de Chamorro, ex miembro de la primera Junta de Gobierno para la Reconstrución Nacional y viuda del histórico dirigente de UDEL asesinado por Somoza. Chamorro promete demagógicamente mantener las políticas sociales del FSLN pero sin guerra ni tensiones con EEUU, también promete ayudas del imperialismo, empleo, tierras... Paralelamente, la reacción agita el fantasma de que una victoria sandinista significaría el retorno de la guerra.

El acto de fin de campaña sandinista muestra que entre la vanguardia y amplios sectores de las masas existe una firme voluntad de defender la revolución. Medio millón de personas despiden al tándem Ortega-Ramírez al grito de "No Pasarán" y esperando una nueva victoria revolucionaria. Pero entre los sectores menos ideologizados y organizados de las masas es diferente. Cansados tras once años de espera sin que la revolución haya resuelto sus problemas, muchos campesinos y trabajadores que habían apoyado durante casi dos décadas al FSLN deciden no votar o votan a Chamorro esperando que por lo menos eso signifique paz. El 25 de febrero de 1990 con un 86% de participación la UNO logra el 54% de los sufragios por un 40% del FSLN.

Chamorro llevará a cabo una contrarrevolución por "vías democráticas". En el interior del propio gobierno estallan divisiones. El vicepresidente Godoy, vinculado a los sectores más derechistas, apoyado por la administración republicana de George Bush y en plena euforia de la campaña internacional contra el comunismo, plantea expulsar del aparato estatal a los sandinistas e incluso ilegalizar al FSLN. Pero Chamorro y su ministro de economía, Lacayo, saben que esto provocaría un estallido de las masas e imponen un acuerdo -el Protocolo de Transición- con el FSLN dejando a Humberto Ortega al frente del ejército hasta 1995 y apoyándose en él para frenar a su hermano Daniel Ortega y a las bases sandinistas.

Las bases sandinistas luchan pero en el contexto de reacción ideológica de comienzos de los 90 sus dirigentes parecen aceptar el capitalismo como único sistema posible y las frenan. Aún así, en 1993 la movilización popular se generaliza y pone contra las cuerdas a Chamorro. La UNO está totalmente rota y el gobierno aislado. Incluso campesinos que habían apoyado a la contra se movilizan en apoyo a las demandas de tierra y mejores salarios, más gastos sociales y rechazo a las privatizaciones formuladas por las organizaciones obreras y campesinas sandinistas. Sin embargo, la dirección sandinista no ofrece ninguna perspectiva de lucha por el poder ni programa. Tras varias reuniones de negociación, los dirigentes llaman nuevamente a sus bases a la calma. Lacayo y Chamorro reconocerán como decisivo el papel de Humberto Ortega para estabilizar la situación.

Dentro del FSLN hay varias luchas y escisiones. El Movimiento de Renovación Sandinista (encabezado por Sergio Ramírez y algunos ex comandantes) se escinde por la derecha. Amplios sectores de las bases obreras y populares sandinistas intentan empujar hacia la izquierda a Daniel Ortega. Diferentes intentos de construir una izquierda sandinista no cuajan. Los dirigentes que encabezan estas corrientes, afectados por la campaña internacional contra las ideas del socialismo, acaban aceptando todo tipo de prejuicios antimarxistas. Algunos de esos dirigentes hoy incluso están en la oposición al FSLN y con la derecha contrarrevolucionaria.

Algunas conclusiones

La revolución sandinista contiene numerosas lecciones para revoluciones hoy en pleno desarrollo: Venezuela, Bolivia, Honduras o Ecuador. La principal: que es imposible hacer media revolución y además mantenerla aislada en un sólo país. El capitalismo utilizará todo su poder para asfixiar lentamente a la revolución y finalmente quebrar su apoyo.

Al mismo tiempo, hay diferencias reseñables. El contexto internacional es mucho más favorable hoy para la revolución. En primer lugar, a finales de los años 80 Nicaragua estaba aislada. Era, por así decirlo, el último coletazo de un proceso de luchas revolucionarias iniciado en los años 70 que había sido derrotado en los demás países. Por contra, la revolución bolivariana representa la primera oleada de una nueva marea revolucionaria que se extiende a Bolivia y Ecuador, impactó México con la lucha contra el fraude, inunda ahora Honduras y empuja hacia la izquierda prácticamente todo el continente. La revolución es cada vez menos venezolana, boliviana o ecuatoriana y más latinoamericana y mundial.

Además, mientras Nicaragua en 1989 se enfrentaba al inicio de la contrarrevolución capitalista en la URSS y un periodo de estabilización política y recuperación económica en el mundo capitalista avanzado, la revolución latinoamericana coincide con la peor crisis capitalista desde 1929. Además, el giro a la derecha en las organizaciones de masas que produjo la ofensiva contra las ideas del socialismo tras el derrumbe estalinista tiende a disiparse y el socialismo vuelve a estar sobre el tapete debido a la decadencia del capitalismo.

Estos factores condicionan el ánimo y confianza de las bases revolucionarias. En Nicaragua, el estancamiento del proceso de nacionalizaciones desde mediados de los 80, el colapso económico y la guerra o la evidencia misma del aislamiento internacional de la revolución actuaban como un jarro de agua fría sobre muchos activistas. La influencia ideológica del estalinismo primero y los efectos ideológicos de su colapso posteriormente impidieron a toda una generación conocer las auténticas ideas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky y dotarse de una alternativa para luchar contra la burocracia y el reformismo.

Con las revoluciones hoy en marcha ocurre lo contrario: la crisis capitalista global, la extensión internacional de la lucha de masas y el cuestionamiento del sistema, estimulan a los militantes revolucionarios en Venezuela, en Bolivia, en Nicaragua,... en su lucha contra el reformismo y el burocratismo. El programa de Lenin y Trotsky se ve reivindicado por la historia y cada vez más jóvenes y trabajadores buscan en las ideas socialistas una salida al abismo capitalista. En esa búsqueda, la experiencia de los errores cometidos en Chile, Nicaragua y otras revoluciones derrotadas nos ayuda a forjar el programa que necesitamos para, ahora que la lucha de clases empieza a reatar el hilo de la historia, poder -esta vez sí- encontrar el camino de la victoria.

 


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