Camaradas:
Regreso de las fiestas del jubileo del Turkmenistán. Esa República hermana de Asia central conmemora hoy el aniversario de su fundación. Puede parecer que el tema del Turkmenistán está lejos del de la radiotécnica y de la Sociedad de Amigos de la Radio, pero en realidad hay relaciones muy estrechas entre ambos temas. Precisamente porque el Turkmenistán es un país lejano debe estar cerca de los participantes de este Congreso. Debido a la inmensidad de nuestro país federativo que incluye al Turkmenistán -territorio de seiscientas mil verstas, más grande que Alemania, más grande que Francia, más grande que cualquier Estado europeo, región cuya población vive dispersa en oasis y en el que no hay carreteras- dadas estas condiciones, se hubieran podido inventar las radiocomunicaciones expresamente para el Turkmenistán, a fin de vincularlo a nosotros. Somos un país atrasado; el conjunto de la Unión, incluso contando los sectores más avanzados, es extremadamente retrasado en el plano técnico, y, sin embargo, no tenemos ningún derecho a seguir en tal atraso porque construimos el socialismo y el socialismo presupone y exige un alto nivel técnico. Mientras trazamos carreteras a través del país, mientras las mejoramos y hacemos puentes (¡y tenemos una necesidad terrible de más puentes!), estamos obligados al mismo tiempo a medirnos con estados más avanzados en cuanto a hazañas científicas y técnicas; en cuya primera fila, entre otras, se halla la técnica de la radio. La invención del telégrafo sin hilos y de la radiofonía tiene motivo para convencer a los más escépticos y pesimistas de nosotros de las posibilidades ilimitadas de la ciencia y de la técnica, demostrando que todas las hazañas científicas, desde su principio, no son de hecho mas que una breve introducción de lo que nos espera en el futuro.
Tomemos por ejemplo los últimos veinticinco años -exactamente un cuarto de siglo- y evoquemos las conquistas que la técnica humana ha realizado ante nuestros ojos, ante los de la generación más vieja a la que yo pertenezco. Me acuerdo -y probablemente no soy el único en hacerlo entre los aquí presentes, aunque la juventud sea mayoría-, me acuerdo del tiempo en que los automóviles eran todavía rarezas. No se hablaba tampoco del avión a fines del pasado siglo. En todo el mundo creo que no había cinco mil automóviles, mientras que ahora existen aproximadamente veinte millones, dieciocho de los cuales están en Estados Unidos, quince millones de coches de turismo y tres millones de caminos. El automóvil se ha convertido ante nuestros ojos en un medio de transporte de primera importancia.
Puedo recordar todavía los sonidos confusos y rechinantes que yo oí cuando escuché por primera vez un fonógrafo. Estaba entonces en la primera clase de mis estudios secundarios. Un hombre emprendedor que recorría las poblaciones de la Rusia meridional con un fonógrafo, llegó a Odesa y mostró su funcionamiento. Y ahora el gramófono, nieto del fonógrafo, es uno de los rasgos más extendidos de la vida doméstica.
¿Y el avión? En 1902, hace veintitrés años, fue el escritor inglés Wells (muchos de vosotros conocéis sus novelas de ciencia-ficción) quien publicó un libro en el que escribía más o menos textualmente que en su opinión (y él mismo se consideraba una imaginación audaz y aventurera en materia de técnica) a mediados del actual siglo XX no sólo se habría inventado, sino que se habría perfeccionado hasta cierto punto un ingenio más pesado que el aire que podría tener utilidad militar. Este libro fue escrito en 1902. Sabemos que el avión ha jugado un papel preciso en la guerra imperialista y veinticinco años nos separan todavía de este medio siglo.
¿Y el cine? Tampoco es poca cosa. No hace mucho tiempo no existía; muchos de vosotros os acordáis de esa época. Ahora, sin embargo, sería imposible imaginar nuestra vida cultural sin el cine.
Todas estas innovaciones han entrado en nuestra existencia en el último cuarto del siglo, durante el cual los hombres han realizado además algunas bagatelas tales como guerras imperialistas en que ciudades y países enteros han sido devastados y millones de personas exterminadas. En el lapso de un cuarto de siglo, más de una revolución se ha realizado, aunque en escala menor que la nuestra, en toda una serie de países. En veinticinco años, la vida ha sido invadida por el automóvil, el avión, el gramófono, el cine, la telegrafía sin hilos y la radiofonía. Si recordáis sólo el hecho de que, según los cálculos hipotéticos de los sabios, el hombre no ha necesitado menos de doscientos cincuenta mil años para pasar del simple género de vida de cazador al de pastoreo, este pequeño fragmento de tiempo, estos veinticinco años parecen nada. ¿Qué enseñanza debemos sacar de este período? Que la técnica ha entrado en una nueva fase, que su ritmo de desarrollo crece más y más.
Los sabios liberales -que ya no existen- han pintado por regla general el conjunto de la historia de la Humanidad como una serie lineal y continua de progreso. Era falso. La marcha del progreso no es rectilínea, es una curva rota y zigzagueante. La cultura tan pronto progresa como declina. Hubo cultura en el Asia antigua, hubo cultura en la antigüedad, en Grecia y en Roma, luego la cultura europea comenzó a desarrollarse y ahora la cultura americana nace en el rascacielos. ¿Qué hemos retenido de las culturas del pasado? ¿Qué se ha acumulado como producto del progreso histórico? Procedimientos técnicos, métodos de investigación. El pensamiento científico y técnico avanza no sin interrupción y caídas. Incluso si meditáis sobre esos días lejanos en que el sol cesará de brillar y en que toda vida se extinguirá en la superficie terrestre, queda todavía mucho tiempo por delante de nosotros. Pienso que en los siglos que están a punto de venir el pensamiento científico y técnico, en manos de una sociedad organizada según un modelo socialista, progresará sin zigzags, rupturas ni caídas. Ha madurado con tal amplitud, se ha vuelto suficientemente independiente y se sostiene tan sólidamente sobre sus bases que irá adelante por una vía planificada y segura, paralela al crecimiento de las fuerzas productivas con las que está vinculada de la forma más estrecha.
Un triunfo del materialismo dialéctico
La tarea de la ciencia y de la técnica es someter la materia al hombre, lo mismo que el espacio y el tiempo, que son inseparables de la materia. A decir verdad, hay algunos escritos idealistas -no religiosos, sino filosóficos- en los que podréis leer que el tiempo y el espacio son categorías salidas de nuestros espíritus, que son un resultado de las exigencias de nuestro pensamiento, pero que no corresponden a nada en la realidad. Sin embargo, es difícil participar de estas opiniones. Si algún filósofo idealista en lugar de llegar a tiempo para tomar el tren de las nueve dejara pasar dos minutos, no vería más que la cola de su tren, y se convencería con sus propios ojos que el tiempo y el espacio son inseparables de la realidad material. Nuestra tarea es precisamente estrechar ese espacio, vencerlo, economizar tiempo, prolongar la vida humana, registrar el tiempo pasado, elevar la vida a un nivel más alto y enriquecería. Es la razón de nuestra lucha con el espacio y el tiempo, en cuya base se encuentra la lucha para someter la materia al hombre; materia que constituye el fundamento no sólo de toda cosa realmente existente, sino también de nuestro pensamiento.
La lucha que llevamos por nuestros trabajos científicos es, en sí misma, un sistema muy complejo de reflejos, es decir, de fenómenos de orden psicológico que no se han desarrollado sobre una base anatómica salida del mundo inorgánico de la química y la física. Cada ciencia es una acumulación de conocimientos basados sobre una experiencia relativa a la materia y a sus propiedades, sobre una comprensión generalizada de los medios de someter esta materia a los intereses y a las necesidades del hombre.
Sin embargo, cuanto más nos enseña la ciencia sobre la materia tanto más nos descubre propiedades “inesperadas” y tanto más el pensamiento filosófico decadente de la burguesía trata de utilizar con celo esas nuevas propiedades o manifestaciones de la materia para demostrar que la materia no es la materia. Junto con el progreso de las ciencias de la naturaleza para dominar la materia se realiza de modo paralelo una lucha filosófica contra el materialismo. Ciertos filósofos e incluso ciertos sabios han tratado de utilizar el fenómeno de la radioactividad en la lucha contra el materialismo: nos habíamos hecho a los átomos, elementos básicos de la materia y del pensamiento materialista, pero ahora ese átomo cae en trozos entre nuestras manos, está roto en electrones, y en los primeros tiempos de la popularización de la teoría electrónica, una controversia ha estallado incluso en nuestro Partido en torno a la cuestión: ¿los electrones testimonian a favor o en contra del materialismo? Quien se interese por estas cuestiones leerá con gran provecho la obra de Vladimir Ilich Materialismo y empiriocriticismo. De hecho, ni el “misterioso” fenómeno de la radioactividad, ni el no menos misterioso fenómeno de la propagación sin hilos de las ondas electromagnéticas causan el menor daño al materialismo.
El fenómeno de la radioactividad, que nos ha llevado a la necesidad de concebir el átomo con un complejo sistema de partículas todavía “impensables”, no puede servir de argumento más que contra un espécimen desesperado de materialismo vulgar que no reconozca como materia más que aquello que pueda sentir con sus manos desnudas. Pero eso es sensualismo y no materialismo. Uno y otro, la molécula, última partícula química, y el átomo, última partícula física, son inaccesibles a nuestra vista y a nuestro tacto. Pero nuestros órganos sensoriales, que son nuestros primeros instrumentos de conocimiento, no son ni mucho menos los últimos recursos de nuestro conocimiento humano. El ojo humano y la oreja humana son aparatos muy primitivos, inadaptados a la percepción de los elementos de base de los fenómenos físicos y químicos. Mientras en nuestra concepción de la realidad nos dejamos guiar simplemente por los descubrimientos cotidianos de nuestros órganos sensoriales, nos resulta difícil imaginar que el átomo sea un sistema complejo, que tiene un núcleo, que en torno a ese núcleo se desplazan los electrones y que de ahí resulta el fenómeno de la radioactividad. Nuestra imaginación por regla general se habitúa a duras penas a las nuevas conquistas del conocimiento. Cuando Copérnico descubrió en el siglo XVI que no era el Sol el que gira en torno a la Tierra, sino la Tierra la que gira alrededor del Sol, pareció fantástico, y desde ese día la imaginación conservadora se resiste a acomodarse a ese hecho. Es lo que observamos en gentes analfabetas y en cada generación nueva de escolares. Sin embargo, nosotros, que tenemos cierta educación, pese a que también a nosotros nos parece que el Sol gira alrededor de la Tierra, no ponemos en duda que las cosas, en realidad, pasan de otro modo, porque está confirmado por la observación de conjunto de los fenómenos astronómicos. El cerebro humano es un producto del desarrollo de la materia y al mismo tiempo es un instrumento de conocimiento de esa materia; poco a poco se adapta a su función, trata de superar sus propias limitaciones, crea métodos científicos siempre nuevos, imagina instrumentos siempre más complejos y precisos, controla sin cesar su obra, penetra paso a paso en profundidad anteriormente desconocidas, cambia nuestra concepción de la materia sin separarse no obstante nunca de ella, base de todo cuanto existe.
La radioactividad que acabamos de mencionar no constituye en ningún caso una amenaza para el materialismo y es, al mismo tiempo, un magnífico triunfo de la dialéctica. Hasta estos últimos tiempos, los sabios suponían que había en el mundo noventa elementos que escapan a todo análisis y que no pueden transformarse uno en otro -por así decir-, un universo que sería una tapicería tejida con noventa hilos de colores y cualidades diferentes. Tal noción contradecía la dialéctica materialista que habla de la unidad de la materia y que, lo que es más importante, de la transmutabilidad de los elementos de la materia. Nuestro gran químico Mendeleyev, al fin de su vida, no quería reconciliarse con la idea de que un elemento pudiera ser transmutado en otro; creía firmemente en la estabilidad de esas “individualidades”, aunque el fenómeno de la radioactividad ya le era conocido. En nuestros días, ningún sabio cree en la inmovilidad de los elementos. Utilizando este fenómeno de la radioactividad, los químicos han conseguido realizar “la ejecución” directa de ocho o nueve elementos y, con ello, la ejecución de los últimos restos de la metafísica en el materialismo, porque ahora la transmutabilidad de un elemento químico en otro ha sido probada experimentalmente. El fenómeno de la radioactividad ha conducido de esta forma a un triunfo supremo del pensamiento dialéctico.
Los fenómenos de la técnica radiofónica están basados en la transmisión sin hilos de las ondas electromagnéticas. Sin hilos no significa transmisión no material, ni mucho menos. La luz no irradia sólo de las lámparas, sino también del Sol, del que nos viene sin ayuda de hilos. Estamos a todas luces acostumbrados a la transmisión inalámbrica de la luz en distancias respetables. Y, sin embargo, nos sorprendimos cuando comenzamos a transmitir el sonido en una distancia mucho más corta gracias a esas mismas ondas electromagnéticas que representan el substrato de la luz. Todo esto es manifestación de la materia, proceso material -ondas y torbellinos- en el espacio y en el tiempo. Los nuevos descubrimientos y sus aplicaciones técnicas no hacen más que mostrarnos que la materia es mucho más heterogénea y más rica en posibilidades de lo que hasta ahora habíamos pensado. Pero como antaño, nada se crea de nada.
Nuestros sabios más notables dicen que la ciencia, y de modo particular la física, ha llegado en estos últimos tiempos a una encrucijada. No hace tanto tiempo decían que no estábamos más que en los aledaños “fenomenológicos” de la materia -es decir, bajo el ángulo de observación de sus manifestaciones-; pero ahora comenzamos a penetrar más profundamente que nunca en el interior mismo de la materia, para captar su estructura, y pronto podremos controlarla “desde el interior”. Un buen físico sería naturalmente capaz de hablar de estas cosas mejor que yo. Los fenómenos de radioactividad nos conducen al problema de la liberación de la energía intraatómica. El átomo encierra en sí mismo una poderosa energía oculta, y la tarea más grandiosa de la física consiste en liberar esa energía haciendo saltar el tapón, de manera que la energía oculta pueda brotar como de una fuente. Entonces se habrá abierto la posibilidad de reemplazar el carbón y el petróleo por la energía atómica, que se convertirá así en la fuerza motriz de base. No es una tarea desesperada. ¡Y qué perspectivas se abren ante nosotros! Este solo hecho nos permite declarar que el pensamiento científico y técnico se acerca a una gran encrucijada, que la época revolucionaria en el desarrollo de la sociedad humana vendrá acompañada de una época revolucionaria en la esfera del conocimiento de la materia y de su dominio. Posibilidades técnicas ilimitadas se abrirán ante la Humanidad liberada.
* Discurso pronunciado por León Trotsky en el primer Congreso de Amigos de la Radio (1 de marzo de 1926).