El mejor homenaje es la lucha por el socialismo
Al camarada Juan Manuel
Marxista poblano de toda la vida
El proyecto industrializador y el Milagro Mexicano
Tras los acontecimientos de la revolución de 1910-17 el capitalismo mexicano entró en un periodo de reconfiguración en el que va a dejar impreso su huella la gesta revolucionaria, marcando nuevos derroteros en búsqueda del desarrollo económico del país.Se trató de un proceso en el que se enfrentaron diferentes intereses, tanto en las ciudades como en el campo. Ello se tradujo en una inestabilidad social y política que tendría importantes secuelas en los primeros gobiernos emanados de la Revolución, provocando sistemáticas confrontaciones en el seno de lo que, con el tiempo, sería calificado como la Familia Revolucionaria.
La exigencia de estabilidad política y la necesidad de darle un rumbo claro y definido a los Gobiernos de la Revolución, condiciones de especial relevancia para el desarrollo capitalista, demandaban un gobierno fuerte y capaz de “congeniar” los diferentes intereses en pugna para ponerlos a orbitar, de manera voluntaria o no, en torno a un proyecto económico y social a la postre conocido como Nacionalismo Revolucionario.
Sería el presidente Cárdenas (1934-1940) quien asumiría este papel, el cual encontraría una magnífico aliada en la II Guerra Mundial, al derivar ésta en prácticamente la destrucción de la base productiva de casi toda Europa y en la orientación de buena parte de la industria y la producción de materias primas de los Estados Unidos para solventar su participación en dicho conflicto bélico.
Así las exportaciones mexicanas van a encontrar una importante demanda, trasformándose en una palanca para el desarrollo económico y creando una base más sólida para el proyecto industrializador.
No sin reveses, este modelo sería la guía de desarrollo del capitalismo mexicano hasta finales los años 70 y principios de los 80, cuando entraría en una crisis definitiva. Pero antes de esto último, este modelo rindió significativos frutos para el capitalismo mexicano, a tal grado que durante la década de los años 40 hasta la de los 70, este periodo también sería conocido como el Milagro Mexicano, dado el significativo desarrollo que logró el Producto Interno Bruto (PIB) durante todo ese tiempo, con un promedio anual de un 6%.
En dicho éxito el papel del Estado va a ser determinante, dada la cuantiosa inversión pública, que durante ese mismo periodo creció año tras año, hasta acumular un 40%. Esta política posibilitó, entre otras cosas, el crecimiento de la industria pública, que pasó de 57 empresas en 1940, a las 1155 que se registraron en 1982.
La necesidad de exponer las líneas generales del desarrollo capitalista de aquel periodo tiene que ver con el hecho de explicar el contexto material que va a ser determinante en la lucha de clases de aquellos años y, por consecuencia, la manera en que va intervenir el Estado, así como sus políticas hacia el movimiento obrero. En tanto tal, se trata del mismo contexto general en el que se explican los antecedentes y la lucha de los ferrocarrileros durante 1958 y 1959.
El Charrazo de 1948
Los acontecimientos en el seno del sindicato ferrocarrilero de finales de los años 50 son, además, la cúspide de una lucha que inició una década antes. En ella estos trabajadores no cejaron hasta expulsar de su gremio a los dirigentes leales a los patrones y al Estado.El año 1936, con el surgimiento de la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM) - en ese entonces bajo la dirección de Lombardo Toledano-, marca un hito para el movimiento obrero y para la política corporativa de los gobiernos emanados de la revolución. Con la CTM, el régimen y su partido - el PNR (transformado en 1939 en PRM y después PRI en 1946) -, encontrarían una de las herramientas más sofisticadas de control obrero y de alianza con sus políticas.
A pesar de la estabilidad que le ofreció al régimen esta alianza durante décadas, ésta siempre fue más o menos inestable, dependiendo de la coyuntura ya que, a pesar de todo, siempre estuvo sujeta a los vaivenes de la lucha de clases. Por consiguiente, a pesar del poder de la CTM, el régimen jamás logró una cohesión absoluta en torno suyo por parte del movimiento obrero. Un ejemplo fue el gobierno de Miguel Alemán (1946-1952) el cual se declara anticomunista, le abre de par en par las puertas a la inversión extranjera - especialmente a la yanqui-, y lanza una feroz persecución contra la izquierda sindical.
Alemán representa la culminación de un proceso iniciado en 1940 con el gobierno de Ávila Camacho, en el que la izquierda cardenista, de manera gradual pero firme, es marginada del poder político, abriéndole paso al ala de derechas de la Familia Revolucionaria. Ésta tendría como objetivo frenar lo que a sus ojos se presentaban como excesos cometidos por Cárdenas y sus seguidores en el gobierno, relacionados con la política agraria, la laboral, la social, así como las nacionalizaciones.
Un ejemplo de la determinación de Alemán para poner en orden a los obreros disidentes fue, a apenas dos semanas de haberse instalado en el poder, el empleo del ejército para obligar a los petroleros a levantar un paro laboral. Con esta forma de arrancar su gobierno, Alemán mandaba un mensaje a la burguesía y al imperialismo de hasta donde estaba dispuesto a llegar con tal de proteger las inversiones.
No obstante, la contradicciones de la economía capitalista no se presentan como las más favorables para asegurar apaciguar las tensiones y reclamos obreros, pues en 1948-49 el peso se va a deslizar hasta pasar de los 4.80 a los 8.60 pesos por dólar. Esto tuvo efectos sobre la inflación al grado de que los salarios son empujados hacia su nivel más bajo desde 1939: el salario mínimo agrícola se deprecia el 46% y el de las ciudades pierde un 39%.
Ante el acoso de Alemán contra el sindicalismo combativo, la CTM se mantiene impasible avalando en los hechos esta política, pero provocando el malestar entre algunos sindicatos que, encabezados por el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM), rompen en 1947 con el sindicalismo oficial. Entre ellos también estaban los telefonistas, los trabajadores de la aviación, del cemento, tranviarios, de las aguas gaseosas, los de los productos de maíz, etcétera. Todos esos gremios formarían la Central Única de Trabajadores (CUT), a la cual poco después se unirían los mineros y petroleros.
Un año después, a mediados de 1948, la CUT ya se presenta como un peligro que de dejarlo madurar, pondría en riesgo la hegemonía de la CTM. Para esas fechas la nueva central obrera lanza una intensa campaña de movilizaciones contra la devaluación y la carestía de la vida, teniendo este llamado una importante acogida entre la clase obrera y cimbrando los cimientos del sindicalismo leal al régimen. Acto seguido, durante esas mismas fechas, la CUT convoca a su Congreso Constitutivo para octubre de ese año.
Para Miguel Alemán, esta insurgencia obrera encabezada por el sindicato ferrocarrilero, se presenta como un obstáculo para la estabilidad social necesaria para continuar atrayendo las inversiones externas. Ante esta situación, el Gobierno monta una provocación contra el sindicato apoyado desde adentro por Juan Díaz de León, mejor conocido por el Charro, del cual se dice que acostumbraba a conducir las maquinas de ferrocarril ataviado como charro. El Charro, quien además era integrante del Comité Ejecutivo, en agosto de 1948 acusa penalmente por desfalco contra el sindicato a su dirigente nacional Luis Gómez Z. y a Valentín Campa, quien además militaba en el Partido Comunista.
En respuesta, el 13 de octubre el sindicato reacciona acusando al Charro de colaborar con el gobierno para dividir al gremio y lo suspende de sus funciones. Ante esto, la reacción del Estado va a ser fulminante: un día después de la sanción contra Díaz de León, este último, auxiliado por el ejército y la policía, toma por asalto las oficinas generales del sindicato ferrocarrilero para, acto seguido, ser impuesto en la dirección nacional de este gremio. Por su parte Gómez Z. y Campa son encarcelados.
El 14 de octubre de 1948 pasaría a la historia por ser el día en que se desarrolla una de las intervenciones más cínicas y descaradas del Estado en la vida sindical, al mismo tiempo acuñándose de esta manera una terminología que va a marcar desde entonces a la fecha al sindicalismo oficial: los charros y el charrismo sindical.
Recuperación del movimiento
Además de control político sobre uno de los sindicatos mas aguerridos, el Charrazo también va a derivar en una sistemática destrucción de derechos ganados y signados en el contrato laboral de los ferrocarrileros.La tensión acumulada por esta situación va a empezar a brotar a la superficie cuando David Vargas - sustituto de Díaz de León desde 1951- y la patronal acuerdan hacer significativas modificaciones al contrato de trabajo. Ante esto, los ferrocarrileros convocaron una asamblea general en la Ciudad de México, que se desarrolló del 6 al 10 de junio de 1954. En ella definen un pliego petitorio y reciben como respuesta la toma del local sindical por parte de la policía.
Tras ese acto represivo, de manera astuta los ferrocarrileros pasaron en septiembre de ese mismo año a la táctica del tortuguismo, basándose en el entonces aún vigente Reglamento de Transporte y Seguridad promulgado en 1925. En él se establecía una serie de normas que ya resultaban obsoletas y que su empleo inevitablemente harían más lentas las diferentes tareas de operación de los ferrocarriles. Con dicha acción, las estaciones de ferrocarriles de todo México fueron presa del caos, provocando congestionamientos que, en los hechos, representaron prácticamente la parálisis del servicio.
En este caso, nuevamente el movimiento fue reprimido, los dirigentes encarcelados y fueron despedidos 59 ferrocarrileros. Sin embargo, los ferrocarrileros logran arrebatar un aumento salarial del 7% y un contrato laboral para los auxiliares de locomotoras.
Era el turno del gobierno de Ruiz Cortines (1952-1958) que, producto de las devaluaciones (la de 1954 va a provocar que la paridad del peso brinque de 8.60 a 12.50 por dólar), se ve en la necesidad de impulsar una política basada en el control de la inflación: el Desarrollo Estabilizador. Ésta implicaba, entre otras medidas, que se tenía como principales fundamentos ofrecer precios bajos de los servicios y bienes de las empresas paraestatales - incluidos los ferrocarriles -, la reducción de los salarios reales y la contratación de deuda pública externa. De este modo, mantener y empujar la industrialización va a encontrar un nuevo estímulo en las penurias de la clase trabajadora, a la par del subsidio hacia la burguesía por parte de un Estado cada vez más endeudado.
Las reacciones a esta política no se dejaron esperar: la Inversión Extrajera Directa (IED) hacia el sector manufacturero pasó del 20% que poseía a principios de los años 50, al 60% logrado en 1960. Además de ello, las condiciones permitieron un mayor ritmo en la concentración de riquezas a tal grado que, para 1958, el 10% de las familias más ricas ya concentraban el 35.7% de los ingresos totales, al lado del 40% de los hogares más pobres, que concentraban sólo el 11%. Las cosas no mejoraban y, ni el Estado ni la burguesía, permitirían que se moviera algo entre los trabajadores, que afectara los logros.
Las conquistas arrancadas durante el movimiento del tortuguismo dieron confianza a los ferrocarrileros para lanzarse con más determinación en pos de sus demandas. Así, en este proceso de recuperación del movimiento, noviembre de 1957 va a marcar un cambio importante en la lucha ferrocarrilera: la sección 15 del sindicato, en contra de la voluntad de los dirigentes charros, realiza una asamblea en la que acuerdan luchar por más salario. Esta acción es seguida por los ferrocarrileros de la sección 27 de la ciudad de Torreón, en la que incluso se define el monto de los 350 pesos como aumento salarial mensual. Tras ello, recogiendo esta demanda, se unen los ferrocarrileros de las diferentes secciones del estado de Veracruz.
Democracia sindical: las heroicas jornadas de agosto de 1958
El empeño de los trabajadores por lograr una mejora salarial derivó en la convocatoria del 2 de mayo de 1958, a una asamblea en la que es creada la Gran Comisión Pro-Aumento General del Salario. En dicha asamblea participan los charros con Samuel Ortega al frente, quien dirigió al sindicato de 1957 a 1958, con la intención de impedir la organización de los ferrocarrileros al margen de su control. Sin embargo, tras su fracaso, los charros desconocen a la Gran Comisión y tratan de enarbolar la lucha por la mejora salarial reclamando sólo 200 pesos, cantidad menor a la que aspiraban los trabajadores.A pesar de que la demanda salarial interpuesta por los charros es menor a la definida por los ferrocarrileros, la empresa la considera desproporcionada y demanda un plazo de 70 días para resolver.
La respuesta no se va a dejar esperar, los ferrocarrileros de todo el sureste mexicano rechazan el plazo y exigen los 350 pesos de aumento y de paso, destituyen a todos los dirigentes charros de los comités ejecutivos locales, marcando de esta manera el inicio de la lucha para rescatar a su sindicato y democratizarlo.
Tras ellos, el 26 de junio, inician una serie de paros escalonados consistentes en suspensiones diarias del servicio de ferrocarril, iniciando con dos horas para así, al día siguiente sumarle otras dos horas, y así cada día hasta paralizar dicha actividad totalmente. Para estas fechas ya se han unido al movimiento los ferrocarrileros de Monterrey, del Valle de México, de Guanajuato y de Buena Vista, en el DF. Además el movimiento ya ha ganado el apoyo del SME, del Movimiento Revolucionario del Magisterio y las secciones 34 y 35 del sindicato petrolero.
Un resultado ya logrado por el arranque de los paros laborales, es la detención de dirigentes charros en diferentes secciones sindicales: la 10 de Guanajuato, la 2 de Aguascalientes, la 21 de Puebla, la 22 de Oaxaca, la 25 de Tierra Blanca, la 27 de Torreón, la 11 de Irapuato y la 19 de Monterrey, entre otras. A estas alturas, ya estaba totalmente claro que el movimiento apuntaba en dirección hacia la democracia sindical: para el 1 de julio ya habían sido destituidos 22 de 29 dirigentes seccionales afines a la dirección charra nacional. La cabeza de Samuel Ortega estaba a punto de rodar.
Así pues, la lucha ferrocarrilera ya se presenta como peligro para la estabilidad del régimen, pues ya no sólo se trataba de un gremio dando lecciones sobre el camino a tomar en contra del sindicalismo oficial, sino que además su movimiento estaba trasformándose en un polo aglutinador de otros sindicatos y trabajadores que no aceptaban la política de Ruiz Cortines, ni la de la CTM. A ojos de la burguesía, esta lucha en acenso habría que frenarla a toda costa.
Bajo esa consigna, Ruiz Cortines interviene directamente en el conflicto, ofreciendo un aumento salarial de 215 pesos para 58 mil 578 ferrocarrileros y 100 pesos para otros 8 mil 647 restantes. Esta oferta es aceptada por los ferrocarrileros, quienes dejan los paros. Sin embargo, la maniobra para desactivar el movimiento no para ahí: el Gobierno pacta con Samuel Ortega su relevo en el sindicato para ser sustituido por otro Charro, Salvador Quesada, quien se pretendía fuera legitimado en una Convención organizada por los charros. La intención era hacer cambios para que todo siguiera igual.
La maniobra es correctamente interpretada por los ferrocarrileros, quienes convocan por su cuenta a una Convención insurgentes en la que son destituidos todos los charros, nombrando un nuevo Comité Ejecutivo Nacional con Demetrio Vallejo al frente. Tras este desafío, lo que seguiría es una intensa lucha por el reconocimiento de la nueva dirección sindical.
Agosto de 1958 va a ser un mes decisivo, tras diferentes intentos frustrados para que la nueva dirigencia fuera reconocida legalmente, los ferrocarrileros lanzan una nueva ofensiva más decidida. El día 31 de julio inician nuevamente los paros laborales escalonados, desatando una serie de acontecimiento en cadena y de manera vertiginosa: el 2 de agosto a las 18:00 horas la justicia penal dicta una orden de “cateo” contra las instalaciones del sindicato ferrocarrilero haciendo caso a la demanda por “despojo” interpuesta por el Charro Salvador Quesada. Todo ello en sincronía con la estrategia del Estado, consistente en reprimir el movimiento, encarcelar a los líderes y convocar a elecciones sindicales 40 días después. Tras la orden judicial, 20 minutos después el ejército y la policía, de manera sincronizada, toman las instalaciones de todos los locales sindicales ferrocarrileros en todo el país. Ante ello, a las 19:45 horas, los trabajadores responden convocando a un paro nacional del ferrocarril que estallaría el 3 de agosto.
Nuevamente el ejército interviene. Demetrio Vallejo es detenido, pero no se logra impedir que ese día no se mueva un sólo ferrocarril a lo largo de todo México. Esta situación se mantiene exactamente de la misma manera hasta el 5 de agosto, cuando el gobierno se ve obligado a aceptar condiciones como las de liberar a los ferrocarrileros presos, no despedir a nadie, la devolución de los locales sindicales y elecciones sindicales antes de 15 días. El paro se mantuvo hasta el 6 de agosto, hasta no ver las demandas satisfechas.
Así, con el éxito en sus manos y llenos de confianza, los ferrocarrileros fueron a las elecciones sindicales, siendo declarada vencedora, el 23 de agosto, la planilla de Demetrio Vallejo con 59 mil 759 votos a favor, contra sólo 9 (si, usted leyó bien, nueve) votos logrados por los charros encabezados por José Maria Lara.
1959: la revancha del Estado
En diciembre de 1958, se instala la presidencia de un nuevo gobierno del PRI, encabezada por López Mateos. El nuevo presidente sería el encargado de preparar una nueva ofensiva, tratando de que esta nueva oportunidad fuera definitiva.Ya como dirigente oficialmente reconocido, Vallejo va a ser presa de una histérica campaña de empresarios y políticos priístas acusándolo de ser un agente del comunismo internacional y ser un traidor a la patria porque pretendía derrocar al Gobierno. Acusaciones muy a tono con el Macarthismo que por esos años le fue muy útil al imperialismo yanqui para lanzar una intensa cacería de brujas en sus propias entrañas.
La táctica del Estado consistió en dividir al sindicato y aislarlo respecto a su apoyo externo. De este modo, basándose en el exdirigente Luis Gómez Z. y en otros como David Vargas y Manuel Moreno, se desarrolla una campaña de calumnias contra Vallejo y sus allegados acusándolos de comunistas, ladrones, asesinos, violadores, etcétera. Las provocaciones montadas al interior del sindicato empiezan a surtir efecto, rompiendo la sección 15 con el Comité Ejecutivo y separándose de éste uno de sus miembros: Guillermo Hass.
A lo externo, el gobierno lanza una abierta cacería contra la izquierda sindical, eliminado corrientes democráticas en gremios como el SME, el magisterio, telefonistas, petroleros, etcétera. El objetivo fue el de minar cualquier clase de apoyo que podrían obtener los ferrocarrileros frente al ataque que ya estaba preparando el régimen. En el caso de las filas del sindicalismo oficial encabezado por la CTM, la táctica consistió en otorgar algunas concesiones limitadas para impedir que el descontento de los trabajadores bajo el dominio de los charros pudiera ser capitalizado por los ferrocarrileros.
Armado el rompecabezas, el siguiente paso consistió en rechazar cualquier clase de demanda de los ferrocarrileros. Con esa intención, la justicia laboral declaró como inexistente la huelga del 25 de febrero de 1959, optando esta vez los ferrocarrileros por no pasar a una lucha frontal contra el Estado. Sin embargo, las cosas fueron diferentes frente a la nueva declaratoria de inexistente de la huelga estallada el 25 de marzo. En esta ocasión la acción sindical se mantiene firme, viéndose esto como una oportunidad del Estado para lanzar al ejército nuevamente contra los trabajadores. Así, tres días después de haber iniciado la huelga, Demetrio Vallejo es detenido. Lo mismo ocurre con otros 10 mil ferrocarrileros, 9 mil de ellos son despedidos y los locales sindicales son tomados por la policía y el ejército.
No obstante, la huelga continúa y se mantiene con muchas complicaciones hasta el 12 de abril. Para entonces las fuerzas de los ferrocarrileros se encontraban diezmadas y aisladas. El plan del régimen había dado resultado y por fin logra imponer una nueva dirección charra, con Alfredo A. Fabela (1959-1962) al frente.
Derrotado el movimiento, la represión se extendió hasta mayo de 1960 cuando es detenido el dirigente ferrocarrilero del Partido Comunista, Valentín Campa, quien junto con Vallejo se mantendría en prisión hasta 1969. Su liberación fue una consecuencia más de la heroica lucha estudiantil de 1968. Junto con ellos, también otros 800 ferrocarrileros fueron sentenciados a varios años de prisión.
La derrota del movimiento ferrocarrilero fue considerada una cuestión de Estado. Ello lo ratificada la confesión hecha por Lauro Ortega, quien fuera presidente del PRI, el mismo 25 de febrero de 1959 al expresidente Cárdenas: de acuerdo al primero, un alto funcionario del gobierno le dijo que "si los ferrocarrileros no realizan la huelga que vienen anunciando, la provocaremos nosotros para lograr el cambio en la directiva del sindicato".
El movimiento ferrocarrilero era un peligro por su oposición a la política antiobrera del régimen y un factor también de especial relevancia porque, de haber seguido madurando y desarrollándose, en relativamente poco tiempo se habría trasformado en un punto de referencia que aglutinara a lo mejor del sindicalismo mexicano para disputar con mucha fuerza a la CTM y demás centrales oficialistas, la hegemonía sobre el movimiento obrero, transformando en cosa del pasado al charrismo sindical junto con la alianza histórica del “movimiento obrero organizado” con los gobiernos de la revolución. Un panorama de esta naturaleza habría puesto en serios aprietos al capitalismo mexicano, máxime cuando en Cuba, por esas mismas fechas, los trabajadores, campesinos y el Movimiento 26 de julio recientemente habían derrotado a una de las dictaduras más sangrientas de toda la historia de América Latina e iniciado el camino hacia su liberación y la eliminación de toda clase de injusticias.
Por mucho, la lucha de los ferrocarrileros de 1958-1959 trascendía el ámbito de un conflicto simplemente gremial. La burguesía y el Régimen comprendieron esto y actuaron de manera consecuente de acuerdo a sus intereses, aplastando el movimiento.
La lucha de los ferrocarrileros, que también costó la vida de varios trabajadores, no sólo fue heroica, sino que además fue toda una escuela de estrategia obrera y revolucionaria. Ellos demostraron con creces que cuando la clase obrera se decide es capaz de derrotar al charrismo sindical y poner de cabeza al Régimen. A 50 años de esta titánica lucha, el único reconocimiento que los trabajadores les podemos hacer a los ferrocarrileros y que se ajuste al nivel de batalla que dieron, es aniquilar el capitalismo para sustituirlo por una sociedad que revindique su sacrificio: el socialismo.