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A noventa años de su asesinato, su legado más vigente que nunca

“Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, ya no estáis en este mundo, pero seguís entre nosotros; viviremos y lucharemos animados por vuestras ideas, bajo el influjo de vuestra grandeza moral y juramos que si llega nuestra hora moriremos de pie frente al enemigo, como vosotros habéis muerto…”
(León Trotsky 19 de enero de 1919)

El 15 de enero de 1919 murieron asesinados  Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. La primera  era, sin duda, la principal teórica de la socialdemocracia alemana de principios de siglo XX y el segundo era uno de los más carismáticos y consecuentes activistas de  la lucha antimilitarista durante de primera guerra mundial. Ambos eran baluartes de la lucha por el socialismo internacional.

Fueron asesinados por el inmenso terror que provocaba en  los dirigentes de socialdemócratas oficialistas la posibilidad  de que la revolución, que había estallado en noviembre de 1918 en Alemania, desembocara en otro triunfo del proletariado como lo fue la revolución rusa de 1917.

El Partido Socialdemócrata Alemán (PSD), se había construido sobre la fusión de las organizaciones marxistas y lasalleanas (reformistas) en 1875. La base de esta fusión fue la necesidad de unidad del movimiento obrero, no obstante, una serie de concesiones de los dirigentes marxistas de aquel entonces, Wilhem Liebknecht y August Bebel, permitieron que muchas de las ideas y prejuicios lasalleanos subsistieran en el seno del partido, esto pese a las advertencias de Marx y Engels. A la muerte de los dos fundadores del socialismo científico, la política de concesiones continuaba, no obstante, las leyes antisocialistas que condenaban al PSD a la ilegalidad impedían que las tendencias reformistas afloraran.

Ante la caída de Bismarck, en 1890, el partido entró en la legalidad  iniciándose una convivencia en la cual decenas de miles de funcionarios sindicales, de las cooperativas, de los medios de comunicación y en general todos aquellos que tenían que relacionarse de una u otra forma con el estado, se volvió cada vez más fuerte.

La prosperidad que, casi de forma continua, se extendió entre 1890 y 1910 generó en  la dirección de la socialdemocracia la sensación de que la revolución no sólo no era necesaria, sino que, incluso no era deseable.

Por supuesto, los obreros alemanes habían hecho crecer al PSD y a los sindicatos sobre la creencia de que estos eran instrumentos para la transformación de la sociedad,  esto lo sabía la cúpula del partido, por lo que,  mientras no hubiera necesidad, la mayoría de los dirigentes socialdemócratas no vacilaban en repetir su esperanza por el futuro socialista y por el fin del capitalismo.

No es  casual que los auténticos defensores del marxismo revolucionario en el PSD no provinieran de las altas esferas: Karl Liebknecht había nacido el 13 de agosto de 1871 en Berlín. Toda su niñez y juventud no conoció más que ilegalidad, persecuciones y pobreza. Su padre, el viejo Wilhem Liebknecht fue, hasta su muerte en 1904, un alto dirigente del partido sin que ello le significara la más mínima ventaja respecto a su carrera política. Por sus propios medios, es electo como diputado al parlamento de Prusia, luego de una campaña contra el militarismo que le valió una condena en la cárcel.

Para 1912 Liebknecht, el joven,  es electo diputado al Parlamento del Reich. En el papel de diputado se encontraba cuando estalla la guerra de 1914. Rosa Luxemburgo lo describe como un febril activista que parece no cansarse nunca. Él no era un dirigente de primera fila, tan sólo era un revolucionario convencido de que el PSD era el partido de la revolución y que sus militantes debían actuar como tal. Cuando estalló la guerra, pese a estar en contra de votar los fondos económicos para la misma, participó en la primera votación a su favor. Después, cuando comprendió que ni Kautsky ni ningún alto dirigente más se lanzaría realmente a  la lucha, se rebeló y emprendió la lucha contra la guerra imperialista. En la siguiente oportunidad (diciembre de 1914) ante la mirada de odio de sus propios compañeros votó en contra de los créditos de guerra.  El ambiente no podía ser más confuso, de pronto el PSD pasó de ser enemigo a aliado del régimen. A partir de entonces, Liebknecht se convirtió en un símbolo de la lucha contra la guerra. Pese a que fue movilizado, no cesaron sus actividades revolucionarias lo que le significó la expulsión del partido en 1916 y su encarcelamiento ese mismo año.

Rosa Luxemburgo era en muchos sentidos una representante de los sectores oprimidos en el imperio alemán. Era de origen polaco, nació  en Zamosc el 5 de marzo de 1871, en el seno de una familia judía y para completar el cuadro, era mujer. Muy joven inició junto con su inseparable compañero, Leo Jogiches, el trabajo de organización del movimiento obrero revolucionario polaco. En 1893 formaron el Partido Socialdemócrata del reino de Polonia y Lituania.

Como los marxistas de este tiempo, luchó contra las tendencias economicistas y reformistas, tratando de consolidar un movimiento político de los trabajadores con un claro perfil internacionalista, cuestión que muchas veces le llevó al extremo de negar la cuestión nacional entrando en fuertes polémicas con Lenin y otros revolucionarios de la época.

Con todo, Rosa era, a principios del siglo XX, una de las principales teóricas de la segunda internacional. Comprendiendo la importancia estratégica de Alemania para la revolución internacional, se trasladó a dicho país adquiriendo la nacionalidad por medio de un matrimonio falso.

En Alemania fue la más férrea defensora del pasado revolucionario del PSD, incluso incomodando al “centro marxista” de Kautsky, Bebel y Liebknecht padre, los cuales siempre optaban por la política de compromisos que tanto les reprochara Marx.

A su combate contra el reformismo dentro del PSD le siguió el estudio sobre el estallido de la revolución rusa de 1905. En ese mismo año fue detenida por participar en la reorganización del partido polaco junto con Leo Jogiches.

Luego de una temporada en la cárcel se trasladó nuevamente a Alemania donde trabajó activamente en las escuelas de formación política del PSD. De esta época proviene su estudio sobre la acumulación del capital, que la lleva a suponer la posibilidad de una gran crisis mundial capitalista, cuando el proceso de industrialización eliminará las diferencias entre los países coloniales y los capitalistas avanzados.

Conforme arreciaba su crítica contra el reformismo y la pasividad del partido ante acontecimientos como la revolución rusa, dentro del PSD su situación era cada vez más difícil, su relación con el comité ejecutivo se enfriaba al grado que pasaba serias dificultades, incluso para  ser delegada a los congresos del partido. Desde esta época, Rosa advertía que la dirección del partido sería incapaz de enfrentar los retos que representaba el estallido de la guerra. En ese aspecto, Lenin y Trotsky siempre reconocieron que ella fue la primera en reconocer el reformismo de la dirección del PSD, elemento estratégico para adoptar una táctica revolucionaria correcta. Lamentablemente, en lugar de oponer a este reformismo la construcción de una poderosa fracción organizada, Rosa confiaba que el movimiento de masas sabría superar ese problema por sí mismo.

Consideraba que a pesar de su dirección, los obreros lograrían, en función de sus propias experiencias,  corregir el camino y avanzar a la victoria, casi espontáneamente. Como en todos los problemas a los que quiso dar una repuesta teórica, Rosa tenía fundamentalmente la razón, aunque lamentablemente sus puntos débiles se encontraban en la falta de consideración de muchos elementos de los procesos a los que no les daba la importancia necesaria para el equilibrio, que llevó a Lenin y Trotsky, al triunfo de la revolución Rusa. En este caso, su mayor virtud, la confianza en las masas, no le permitió dar la importancia necesaria a la organización revolucionaria. Rosa desestimaba los elementos de contrarrevolución, que no escatimarían esfuerzos para aplastar el  movimiento.

Cuando estalló la primera guerra se encontraron Rosa, la teórica, y Karl, el activista, unidos junto con otras personalidades de la izquierda del PSD, en el grupo internacional, que después tomó la forma de la “Liga Espartaco”, en función de los análisis sobre la situación en Alemania, que Rosa escribió bajo el seudónimo de Junius.

Como hemos señalado, desde 1916 Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht permanecieron en la cárcel. Pese a ello, Rosa no cesó su trabajo teórico por medio de la Liga Espartaco, la cual actuaba como una fracción dentro del Partido Socialdemócrata Independiente y una edición a la izquierda del PSD.

Desde la cárcel, Rosa saludó el estallido de la revolución de octubre en Rusia, aunque sosteniendo su visión crítica sobre los peligros que esta enfrentaba no dudó que, con este paso, la necesidad de un estallido revolucionario en Alemania era más urgente que nunca; y una obligación, para los revolucionarios alemanes.

La ocasión llegó el 4 de noviembre de 1918 cuando 40 mil marinos se insubordinaron al ejército en Kiel. Unos días después Rosa y Karl estaban nuevamente libres. En un principio, los sucesos parecían dar la razón a Rosa, las masas estaban actuando casi sin dirección y construyendo un régimen de consejos de obreros y soldados, semejante al ruso, aún a pesar que el gobierno del Reich era presidido por los socialdemócratas liderados por Friedrich Ebert.

Todo Alemania era un  hervidero revolucionario, el ejército se estaba desmoronando y la vieja maquinaria de gobierno estaba deshecha, tan sólo hacía falta organizar un nuevo régimen. Por el momento no había en torno a quién la reacción se reorganizara.

No obstante, la dirección del PSD estaba aterrorizada frente a la revolución social, la cual consideraba innecesaria ante la instalación de un régimen parlamentario.

Por todo ello, Ebert desde su posición de canciller del Reich, estableció alianzas con los sectores más reaccionarios de lo que quedaba del ejército y de la burocracia del estado para sofocar la revolución.

Por su parte la revolución avanzaba en función del ímpetu creador de las masas, pero se daban paradojas. Como el hecho de que mientras a principios de noviembre los obreros habían formado sus propios soviets, elegían como sus representantes a dirigentes socialdemócratas. De hecho el congreso de soviets  de Alemania eligió a Friedrich Ebert como su presidente de consejo de comisarios del pueblo. La razón es muy simple: ellos creían que el PSD era el partido revolucionario que generaciones anteriores habían construido y no existía otra alternativa, incluso los independientes no eran en el fondo muy distintos del PSD oficial, el Partido Comunista aún no existía.

No era extraño este proceso, también en Rusia los primeros consejos fueron encabezados por reformistas. La diferencia fue que en Rusia había un partido bolchevique fuertemente organizado y curtido con dos décadas de actividad, a quienes los obreros conocían, aunque en un principio dudaran de su programa. Los hechos y el trabajo paciente y enérgico de los bolcheviques les permitió lograr la mayoría en los soviets y tomar el poder.

En Alemania, ese partido bolchevique no existía y el trabajo de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht  era construir dicha organización antes de que los acontecimientos se precipitaran. Rápidamente formaron un periódico: Die Rote Fahne (La Bandera Roja). Trataron de coordinar los esfuerzos para constituir el Partido Comunista Alemán, cuestión que lograron a finales de diciembre de 1918.

No obstante la maquinaria contrarrevolucionaria se encontraba en marcha, la dirección del PSD encargó a Gustav Noske la organización de un cuerpo de voluntarios, o grupos paramilitares (Freikorps) en los cuales confiar, ya que en repetidas ocasiones los soldados se habían negado a ahogar en sangre a la revolución. Los Freikorps tenían un odio mortal contra todo lo que fuera organización obrera y por supuesto contra sus dirigentes, esto incluía al conjunto de los socialdemócratas. El tiempo se encargó de demostrar cómo al mismo tiempo que ejecutaban las órdenes de Ebert y Noske para ahogar en sangre a la revolución, adquirían confianza en sí mismos para tratar de acabar con el conjunto del movimiento obrero y tomar el poder ellos mismos. Los socialdemócratas de derecha pueden presumir de  haber ayudado a dar los primeros pasos a lo que después se constituiría como el partido Nazi.

Para enero, la tensión entre el gobierno y los obreros más concientes se agudiza: de una forma similar a las jornadas de julio rusas, los trabajadores responden a una provocación  montada en su contra con movilizaciones armadas, no obstante no había aún las condiciones para que las masas derrocaran al régimen de Ebert, de hecho la gran mayoría de los trabajadores creían que este último estaba con la revolución, de este modo, la provocación tenía como objetivo obligar a los trabajadores más radicalizados a lanzarse a la lucha para derrotarlos, y de este modo sofocar a la vanguardia que se organizaba y fortalecía.

Durante una semana, la primera de enero, la situación pareció incierta. Las masas, por cientos de miles se movilizaban pero no había ninguna estructura que les diera cohesión ni dirección, así que para el 9 de enero la vanguardia del movimiento se estaba quedando aislada: los trabajadores que participaron organizadamente no eran suficientes como para hacer frente a los destacamentos de Freikops que se habían concentrado en Berlín bajo un plan preestablecido. Karl y Rosa sabían que  estaban siendo conducidos a una trampa pero el partido, imbuido por el ambiente de agitación, no pudo establecer una política de conducción y simplemente se dejó llevar por la situación. A diferencia de la retirada organizada de los bolcheviques en julio de 1917.   El 12 de enero de 1919, una vez que quedó claro que la oleada de movilizaciones de masas había pasado, comenzó la cacería. El objetivo eran algunos miles de obreros y comunistas pero había particularmente la consigna de cazar y matar a Karl y Rosa.

El día 15 de enero fueron detenidos, torturados y asesinados, con el beneplácito de Ebert y Noske, los cuales, según las confesiones de los asesinos materiales, fueron comunicados sobre la detención y consultados sobre el destino de los detenidos.
Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo eran concientes de su posible fin. Muchos años antes, en 1906, Liebknecht había retomado una frase de Bebel que convirtió en su credo, cuyo espíritu lo impulsó a ir hasta donde estaba, claro que su seguridad personal era lo de menos:

"Hay situaciones en la vida de los partidos como en la de los pueblos en donde les es necesario alentar el combate enérgicamente, incluso a riesgo de una derrota"

Y posteriormente el mismo sentenció:

"Kaiser, generales, capitalistas y vosotros -Scheidemann que estranguláis a Bélgica, que devastáis el norte de Francia y queréis dominar el mundo entero- yo os desprecio, os odio, os declaro la guerra, una guerra que estoy dispuesto llevar hasta el final"

Rosa, con su confianza inquebrantable en el potencial revolucionario de las masas declaraba antes de morir:

"El liderazgo ha fallado. Incluso así, el liderazgo puede y debe ser regenerado desde las masas. Las masas son el elemento decisivo, ellas son el pilar sobre el que se construirá la victoria final de la revolución. Las masas estuvieron a la altura; ellas han convertido esta derrota en una de las derrotas históricas que serán el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y esto es por lo que la victoria futura surgirá de esta derrota”

 “¡El orden reina en Berlín! ¡Estúpidos secuaces! Vuestro 'orden' está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré! Socialismo o barbarie"

Ahora, que se cumplen noventa años del atroz asesinato, sería muy bueno recordar a nuestros mártires estudiando seriamente sus aportaciones teóricas, muchas de las cuales son más vigentes hoy que cuando se escribieron. Al mismo tiempo es necesario convertir esa confianza revolucionaria en acción militante. Rosa y Karl siguen vivos en la lucha por el socialismo. Ahora que la sociedad capitalista lleva nuevamente al mundo a una espiral de crisis, miseria y guerra, los socialistas podemos decir que somos los únicos que rechazamos las visiones apocalípticas, tenemos confianza en el futuro aunque la burguesía nos deje solo ruinas. Sobre las enseñanzas de gigantes como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht la victoria final llegará.

Enero de 2009.

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