Del 26 de septiembre al 7 de octubre enmarcan –tristemente– un período concentrado de movilizaciones en torno a diversas demandas que, sin embargo, identifican un mismo origen: el sistema económico voraz que cotidianamente nos orilla como clase trabajadora a situaciones límite y nos muestra su cara más violenta. Así, este año recibimos con tristeza y rabia el décimo aniversario de la desaparición forzada de los 43 compañeros de Ayotzinapa; alzamos la voz en torno a conquistar nuestros derechos reproductivos y la legalización del aborto; refrendamos la búsqueda de justicia para las víctimas de Tlatelolco en el 68; y protestamos por el cumplimiento de un año de la escalada genocida del sionismo en Palestina y otros países de Oriente Medio.
Cada jornada de lucha implicó semanas previas de organización entre distintos sectores, pero el papel de la juventud y el estudiantado fue determinante. Y es que las protestas engloban las principales inquietudes ante el futuro ciertamente pesimista que nos ofrece el capitalismo. ¿Cómo garantizar empleos dignos y estabilidad económica, cuando el Estado es incapaz de dar justicia para quienes han alzado la voz? ¿Cómo no protestar, cuando los derechos sobre nuestros cuerpos se ponen en tela de juicio una y otra vez? ¿Qué perspectiva esperar, cuando vemos un genocidio retransmitido en directo por redes sociales y quienes podrían detenerlo no hacen nada?
Múltiples veces se ha increpado a la población más joven por su falta de conciencia social. Lo que se observó en los meses anteriores es clara muestra de que ese reclamo está sesgado, cuando menos. Por supuesto que las nuevas generaciones de la clase trabajadora observamos con temor el panorama nacional e internacional, porque nos apela directamente. Desde diversos espacios, se propuso la elaboración de propaganda y llamados a la acción conjunta, insistiendo en la interconectividad de las demandas. Esto responde a una preocupación genuina y generalizada tanto por reconstruir la unidad del movimiento, recuperar la memoria de luchas históricas, como la movilización estudiantil de 1968, como por integrar a más sectores a la organización continua contra la barbarie actual, como la que observamos en Gaza.
De esta forma, ante aquellas voces que enarbolan el mote de “generación de cristal” y que lamentan las tradiciones de lucha perdidas, se contrapone la realidad. Será acaso que la forma (mas no el contenido) de las consignas se ha modificado, que dentro de las distintas plataformas de lucha hay también una batalla interna que ya no da margen para los comentarios misóginos; será que vemos una generación preocupada por la salud mental y por que los espacios donde nos organizamos y queremos cambiar las cosas no sean violentos como toda nuestra realidad. Debajo de esto, seguimos sintiendo en carne propia las diversas opresiones que nos atraviesan, e identificamos claramente al sistema capitalista como el origen compartido de esas distintas formas de opresión.
La fuerza que mostramos en este periodo, especialmente en las movilizaciones del 26 de septiembre y del 2 de octubre, demuestra que existe una reorganización de la capa joven de la sociedad; no únicamente compuesta por estudiantes, sino también por quienes no tuvimos oportunidad de acceder a la educación superior, o por quienes tras egresar nos topamos de frente con una realidad laboral sumamente complicada.
Después del freno que supuso la pandemia en 2020 y hasta 2022, el movimiento de la juventud comienza ya a mostrar sus nuevas fuerzas, nutridas, en primer lugar, por la experiencia de primera mano de la violencia capitalista ejercida contra nuestros cuerpos, así como por la transmisión de la memoria histórica y los métodos de lucha.
Asimismo, para muchas personas, la brutalidad observada hacia Palestina ha sido la puerta de entrada al involucramiento político, tras la constatación de que las instituciones internacionales de legalidad al servicio económico son totalmente absurdas e ineficaces ante las acciones genocidas del imperialismo sionista. El capitalismo siempre protegerá sus intereses a costa de la vida de las capas oprimidas de la población.
Ante este panorama, hay una búsqueda palpable de salidas, de articulación y de acción. Muchos métodos estratégicos –como las marchas– siguen teniendo vigencia y ventajas, pero también ha quedado claro que no son suficientes para frenar la vorágine.
Entonces, ¿qué falta? Un frente amplio de lucha que permita construir un movimiento de masas, organizado. Este gran objetivo se concreta en pequeñas acciones: la creación de comités por escuela y vecinales que difundan y se organicen en torno a las distintas problemáticas; abrir espacios y discusiones para dar la batalla contra el patriarcado y la violencia machista en alianza con el capital; explicar una y otra vez la relación entre las grandes masacres y nuestra realidad inmediata; hacer evidente la inviabilidad de este sistema, y luego accionarse contra él.
Volveremos a salir a las calles tanto como haga falta, y seguiremos organizándonos no únicamente en los momentos de coyuntura, sino de forma permanente. Porque se nos va la vida en ello, y no vamos a renunciar a nuestro futuro.
¡Únete al Sindicato de Estudiantes!
¡Socialismo o barbarie!