El movimiento que se ha levantado a partir de los acontecimientos del pasado lunes 3 de septiembre, ha significado la participación activa de miles de jóvenes en la política mediante asambleas, marchas y debates. Las imágenes de cientos de asambleas multitudinarias que han aprobado los paros de labores hablan por sí mismas. Incluso el viernes pasado, la Asamblea Interuniversitaria abarroto tres auditorios de la Universidad Nacional. Esta gigantesca participación, es ante todo la fuerza viva del movimiento de la que todos somos participes y debemos procurar para combatir a los enemigos del movimiento: el porrismo y el autoritarismo dentro de nuestras escuelas y universidades.
Entre los miles de participantes, se encuentran por supuesto cientos de activistas y militantes de organizaciones políticas que han dedicado parte de sus esfuerzos a construir precisamente al movimiento. Pero también miles de jóvenes, el grueso del movimiento, que con sus propias ideas y experiencia participan en esta lucha de la juventud. Lo anterior significa que, en el movimiento, como es natural, existe una multiplicidad de fuerzas que intentan influir en la dirección que éste debe tomar. Particularmente es significativa la participación de cientos de compañeras feministas, que como en ningún otro movimiento estudiantil en nuestro país le han impreso un sello muy positivo reivindicando su derecho a participar en el movimiento y en su dirección, denunciando las violencias machistas no sólo dentro de la universidad sino también dentro del movimiento.
Pero estas no son las únicas fuerzas que intentan influir en el sentido que adquiere el movimiento, las autoridades y el Estado también intentan ser partícipe de esta situación ya sea mediante elementos que de forma encubierta participan en el movimiento o bien mediante una serie de tácticas que pretenden condicionar las acciones del movimiento. Basta señalar la vulgar calumnia lanzada desde el periódico Excélsior, contra compañeros comprometidos con la defensa de la educación pública como Nahúm Pérez Monroy o Mario Benítez, cuya intención no es otra más que la de sembrar la desconfianza en compañeros con algunos años de experiencia en el movimiento que conocen por su propia practica las tácticas de Rectoría y el Estado para golpear al movimiento. O bien fomentando ideas anti organización, al respecto basta señalar que esta misma táctica fue utilizada por las autoridades del IPN para evitar que el movimiento se extendiera en 2014, al tiempo que impulsaron al comienzo a grupos porriles para dirigir al movimiento, mientras aislaron y cooptaron la entonces Asamblea General Politécnica que es hoy un instrumento de las mismas autoridades, aunque con el membrete del movimiento de hace cuatro años.
Lo anterior, por supuesto, es resultado de las experiencias de los movimientos de la última década que en buena medida son sintetizados por las diferentes organizaciones políticas presentes en el movimiento estudiantil. Aunque no exentas de errores, los cuales explican en buena medida el rechazo a muchas de ellas, lo cierto es que son también parte del movimiento estudiantil. Es por ello que desde el Sindicato de Estudiantes defendemos el derecho democrático de todas las corrientes democráticas, comprometidas con la lucha y de izquierda a participar en las asambleas y reuniones pues pueden aportar mucho al movimiento y hacerlo avanzar. Lo cual no significa que estemos de antemano de acuerdo con todas sus ideas, métodos y propuestas, esas diferencias deben de ser tratadas a través del método de la discusión política abierta y franca, acordando puntos de coincidencias y cuando haya diferencias discutirlas y decidir por medio de votación y respetar lo que la mayoría apruebe. Consideramos que es el debate democrático abierto el método adecuado para que cualquier organización o estudiante, participe en el movimiento convenciéndolo de sus ideas y propuestas. No mediante la exclusión, ni mucho menos mediante las restricciones como en algunos momentos se ha querido hacer. La unidad democrática es el mejor camino para fortalecer y extender al movimiento estudiantil.
Rechazamos todo prejuicio sobre los compañeros de organizaciones combativas, es un derecho básico democrático que tenemos todos los jóvenes y trabajadores a pertenecer y sentirnos identificados con una organización, una ideología o con una bandera de lucha. Los compañeros organizados debemos por supuesto ser humildes y respetuosos en las asambleas y participar como lo haría cualquier estudiante y ser reconocido por nuestro trabajo cotidiano. Las organizaciones no son un estorbo o un mal del movimiento, todo lo contrario son la experiencia acumulada de nuestras batallas, errores y aciertos del pasado, así cada lucha no empieza desde cero sino ya de un punto superior permitiendo tener una respuesta inmediata, audaz y certera a la hora de un embate.
Por lo anterior proponemos que las diversas corrientes que participamos en el movimiento, como son nuestras compañeras feministas, deben apelar a la base de las asambleas locales para que sus puntos sean aceptados y de esa manera hacerlos llegar a las reuniones centrales y generales. No, por el contrario, presentarse como una corriente aparte que requiera tener voz y voto como cualquier asamblea de base o representante. Ya que esto abriría la pauta para que diversas corrientes que incluso no representan o no tengan un mandato de base exijan y quiera influir en la toma de decisiones mediante votos particulares. Creemos que el método más democrático es que nuestras ideas sean aceptadas a través de los debates.
Los que participamos ahora mismo debemos de pugnar por marchar y golpear juntos a un enemigo en común. Porque los mismo que nos reprimen y financian a los porros son los mismos que impulsan y difunden el patriarcado, quienes pretenden que sigamos desorganizados desconfiando de nuestras compañeras y compañeros organizados. La división de la lucha solo benefician a nuestros enemigos, la unidad democrática nos fortalece y hace avanzar al movimiento.