La expansión del coronavirus a lo largo y ancho del planeta está dejando al descubierto la crueldad del capitalismo. Pero el carácter inhumano y criminal de este sistema es algo que conocen muy bien desde hace décadas los millones de refugiados que huyen, entre otras razones, de la miseria y la crisis, o de las guerras e intervenciones imperialistas provocadas por las principales potencias económicas con el objetivo de saquear las materias primas o ampliar sus zonas de influencia en el mapa geopolítico internacional.
Con la propagación de esta pandemia, las condiciones de vida para esta parte de la población se recrudece aún más, golpeando doblemente la ya confinada vida que padecen. Los gobiernos capitalistas con su habitual hipocresía se llenan la boca de frases como “proteger a la ciudadanía”, “velar por nuestra seguridad”, “ser solidarios”... a la vez que, en la práctica, dejan sin protección y seguridad a millones de trabajadores y solo adoptan medidas para garantizar los beneficios empresariales y de la banca. Mientra ocurre todo esto, y aunque traten de que nos olvidemos, los conflictos bélicos y la persecución a diferentes pueblos no cesa. Decenas y decenas de miles de personas, migrantes y solicitantes de asilo, se encuentran atrapadas por el cierre de fronteras, por la suspensión de los reasentamientos y por las decisiones algunos países de la Unión Europea (UE) de congelar las peticiones de asilo.
Vidas que no valen nada
A finales de marzo, siete estados de la UE iban a comenzar la acogida de 1.600 menores no acompañados, atrapados en los campos de refugiados helenos. La excusa del Covid-19 lo ha frenado en seco. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones anunciaban que los reasentamientos quedaban suspendidos de forma temporal por la negativa de varios países a llevarlo a cabo. Por su parte, la ONG Human Rights Watch informó el 20 de marzo de que las autoridades griegas habían negado el asilo a 625 personas en lo que iba de mes. También Hungría anunció que dejaba de aceptar solicitudes de asilo en sus zonas de tránsito. Además, a causa del coronavirus se ha reducido la cifra de voluntarios y se han cerrado muchos servicios de apoyo que son fundamentales para su supervivencia.
Las condiciones en las que viven cientos de miles de personas en los campos de refugiados son inhumanas. El frío, la humedad, el estrés, el hambre, el cansancio o el hacinamiento en tiendas de campaña precarias y las condiciones sanitarias deplorables son el caldo de cultivo perfecto para que, cuando el virus los alcance, se conviertan en verdaderos campos de exterminio.
En Francia se estima que unas 1.000 personas viven a la intemperie en Calais y otras 2.000 en Dunkerque y la zona costera. Claire Moseley, directora de Care4Calais, un grupo que presta apoyo a los migrantes del norte del país y de Bélgica desde 2015, señalaba: “Estamos sumamente preocupados, hay muchas personas cuya salud es precaria y están viviendo en la calle (…) ya están sufriendo de problemas pulmonares, por la situación a la que están expuestos, el cansancio y el frío, y obviamente no pueden autoaislarse”.
Según ACNUR, actualmente hay unos 7.000 migrantes en Bosnia y se prevé que la crisis actual en la frontera greco-turca empujará a otros miles de personas a cruzar la frontera. Muchos se encuentran en los campamentos de Tuzla, Bihac y Velika Kladusa, en la frontera croata, donde viven en condiciones de hacinamiento, en edificios abandonados o estaciones de tren en desuso. Las fuertes nevadas de diciembre y enero han hecho que las condiciones sean insostenibles, ya que todos viven sin electricidad, calefacción o agua potable.
En Grecia, unos 39.000 refugiados viven atrapados en sus islas porque solo se les permite solicitar el asilo desde estas, para tratar de frenar su avance hacia el continente. De ellos, aproximadamente 15.000 se encuentran hacinadas en el campo de Moria, en la isla de Lesbos, en unas instalaciones que fueron concebidas para unas 2.800 personas. Las condiciones de salud e higiene son absolutamente desastrosas: una ducha por cada 506 personas y un retrete por cada 210, sus habitantes pasan los días haciendo cola para intentar acceder a ellos, para recibir algo de agua y alimento o para realizar los trámites burocráticos que les permitan salir de ese infierno.
“Si no nos mata la enfermedad, nos matará el hambre”
Pero no hay que irse a otros países para ver esta realidad, en el Estado Español miles de inmigrantes que vienen para trabajar en el campo, por ejemplo en Huelva, viven en asentamientos chabolistas sin ningún tipo de suministros básicos. Solo en esta provincia, unos 2.000 viven en chabolas improvisadas con cartón, cuerdas y plásticos, durante de todo el año. Cifras que se disparan en los momentos álgidos de las campañas agrícolas, especialmente durante la recogida de los frutos rojos. Más del 70% de ellos, principalmente de origen subsahariano, cuenta con papeles y son contratados legalmente por empresas agrícolas, pero aun teniendo trabajo, los salarios precarios, los altos precios de los alquileres y el racismo de los propietarios de pisos les impide vivir en una casa con condiciones dignas.
Tras décadas en esta situación y viendo que las instituciones no hacen nada para resolverlo, en 2019 se creo el Colectivo de Trabajadores Africanos (CTA) para denunciar estas condiciones inhumanas –que ahora se agravan con la crisis del coronavirus– y exigir su derecho a una vivienda digna. Este colectivo ha denunciado la vulneración sistemática de sus derechos y ha pedido la instalación de depósitos en los asentamientos para garantizar el abastecimiento del agua, que se coloquen cubos para la gestión de residuos, que la Unidad Militar de Emergencias (desplegada en todo el país tras el decreto de estado de alarma) distribuya alimentos y material de higiene como hace entre otras poblaciones, que los ayuntamientos habiliten aseos y duchas y que se busque un alojamiento digno a la población más vulnerable que vive en las chabolas.
Son muy conscientes de que, si no se toman medidas, las consecuencias del confinamiento en estas chabolas serán letales para ellos. Así lo explica Lamine Camara de la CTA: “Muchos de los residentes en los asentamientos no tienen familia cerca, ni ningún apoyo económico, si no nos mata la enfermedad, nos matará el hambre”.
La propaganda de los gobiernos europeos, empezando por el Ejecutivo del PSOE y Unidas Podemos, de “Quédate en casa” y “lávate las manos con frecuencia” es una broma cruel e imposible de cumplir en los campos de refugiados y en los asentamientos chabolistas que su sistema ha creado sin ningún tipo de escrúpulo. No hay ni una sola medida para impedir seriamente la llegada del virus a estos lugares, y no habrá forma de detenerlo. Pero para los capitalistas, los imperialistas y sus representantes políticos –por si alguien aún tenía dudas– no todas las vidas valen igual. ¿Alguno de ellos movió un solo dedo para evitar que el Mediterráneo se haya convertido en un gran cementerio humano? ¿Por qué lo iban a hacer ahora?
En este contexto la retórica racista en torno al virus no ha tardado en aparecer. Donald Trump se ha referido a él como ese “virus extranjero” o “chino”, y en la UE, el reaccionario y xenófobo Víktor Orbán, primer ministro húngaro, ha vinculado el coronavirus con la inmigración ilegal. “Nuestra experiencia es que los extranjeros han traído esta enfermedad (…) Luchamos en un doble frente: la inmigración y el coronavirus y existe una conexión lógica entre ambos”, ha señalado en declaraciones recogidas por la Agencia France Press, mientras aprovecha para imponer el estado de alarma indefinido durante el cual podrá gobernar por decreto con poderes extraordinarios y sin límite temporal.
También en estas semanas la burguesía está resucitando la retórica bélica y apelando a la “unidad nacional” contra el virus. Sin ir más lejos, Pedro Sánchez llama a “ganar la batalla” y “hacer frente juntos a este enemigo” y Macron insiste en que “libramos una guerra”. Este escenario de miedo y de incertidumbre crea el caldo de cultivo para que la extrema derecha, que no duda en aprovechar las situación para estigmatizar y culpabilizar a los inmigrantes, siembre el odio y la división entre nativos y extranjeros, y así evitar que señalemos a los verdaderos culpables de esta crisis sanitaria, económica y social: los capitalistas y su sistema caduco y bárbaro.
La lógica mortal del capitalismo
Todos los gobiernos europeos, incluido el gobierno de coalición del PSOE y UP en el Estado Español, están poniendo en marcha planes económicos multimillonarios para rescatar a las grandes empresas y a la banca. Estos miles de millones de euros podrían dedicarse a proporcionar una vivienda digna, con acceso a luz y agua, a las familias trabajadoras de cada uno de los países y nuestros hermanos de clase, los refugiados y migrantes, para que no se vean abocados a la muerte por el coronavirus y otras enfermedades generadas por las condiciones inhumanas en las que se les obliga a vivir. Podrían dedicarse a asegurar los recursos para la sanidad pública, para que se pueda atender a todos los contagiados, sin tener que elegir a quién se salva y a quién no, y sin que la vida de los profesionales sanitarios se vea también en riesgo por la falta de equipos de protección en condiciones. Y se podría garantizar, con los ingentes beneficios que han amasado los ricos a costa de nuestro trabajo y nuestros sacrificios, el salario y el empleo para todos los trabajadores y trabajadoras y unas condiciones de vida dignas para toda la población.
Pero esto contradice la lógica del sistema capitalista. La burguesía no está dispuesta a renunciar a sus privilegios y beneficios, aunque eso signifique la muerte de millones de personas. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos organizarnos contra este sistema criminal y construir una sociedad socialista donde la vida de los trabajadores, nativos y extranjeros, importe y podamos vivirla plenamente. Hoy más que nunca, socialismo o barbarie.