El capitalismo es un virus para el planeta
Desde que en el mes de diciembre se conociera la aparición de la Covid-19 en la ciudad de Wuhan, más de 271.000 personas han muerto en el mundo a causa de dicho virus y según datos oficiales, que no reales, hay más de 3,8 millones de casos confirmados de personas contagiadas. Pero un microorganismo por sí solo no explica la pandemia. A lo largo de las últimas semanas han sido muchos los científicos de todo el mundo que han indicado que la aparición de este virus y muchos otros —Ébola, VIH, etc.— está ligada a la destrucción de la biodiversidad que se está produciendo a lo largo del planeta y que está contribuyendo a la aceleración del cambio climático que amenaza la vida futura en el planeta.
Esta destrucción de la biodiversidad está detrás de la desaparición de muchas especies de animales y plantas. La dimensión del problema es tal que se denomina la sexta extinción masiva, la primera que se produce desde la que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años. El cambio climático producido por el modo de producción capitalista está afectando tanto a los ecosistemas terrestres, que los expertos ya hablan de una nueva era geológica llamada Antropoceno, definida por la huella del hombre sobre el planeta.
Esta es una pandemia anunciada: en 2016 la Comisión sobre el Marco Global de Riesgos de Salud para el Futuro alertaba de que en los próximos cien años la humanidad se enfrentaría a cuatro o más pandemias; en 2018 la Organización Mundial de la Salud llamó la atención de los gobiernos, advirtiendo del advenimiento de la enfermedad X causada por un virus no identificado en ese momento y que podría provocar la siguiente pandemia; y en febrero de este año el Foro Mundial de Davos publicaba el Informe de Riesgos Globales (1), donde incluía la actual pérdida de biodiversidad y las catástrofes ambientales provocadas por el ser humano como amenazas para la humanidad.
La producción capitalista es culpable de la deforestación
En el siglo pasado la alimentación pasó a convertirse en un gran negocio, desarrollándose la producción intensiva. La tala masiva de árboles que las multinacionales alimentarias realizan a lo largo del planeta está expulsando de sus tierras a miles de campesinos y destruyendo los hábitats de muchas especies de animales, que se ven obligados a huir a otras zonas que tienen que compartir con el ser humano.
Cultivos como la palma africana para extraer el aceite de palma destruyen 20.000 hectáreas de bosques y selvas solo en Indonesia, con terribles consecuencias para el medio ambiente. Las plantaciones de soja transgénica en América Latina, básicamente en Colombia, Argentina o Brasil, donde se está produciendo una deforestación masiva, son otro ejemplo de como la acción humana bajo el capitalismo está produciendo una catástrofe ambiental.
Pero no solamente se destruyen los bosques para plantaciones. Las terribles imágenes que hemos visto el verano pasado cuando los incendios provocados quemaron miles de hectáreas en la Amazonía, ponen de manifiesto que nada —ni la conservación del pulmón del planeta ni los problemas de salud que provocaron el polvo irritante de los incendios— puede parar a los capitalistas en la obtención de sus beneficios. Bolsonaro llegó al poder con el apoyo de los mismos ganaderos que hoy queman el bosque tropical de la Amazonía para convertirla en pasto para su ganado. En un artículo publicado en el New York Times en noviembre de 2019 (2) se indicaba que en Brasil se crían alrededor de 200 millones de cabezas de ganado y, según la Yale School of Forestry, cerca de 45 millones de hectáreas de bosque se han convertido en pastizales en las últimas décadas.
Lo que cada día está más claro es que la pérdida de la diversidad nos afecta a todos y la destrucción de los ecosistemas es una amenaza para nuestra salud. Muchas de las enfermedades que padecemos están relacionadas con el deterioro del medio ambiente.
La contaminación mata
Un ejemplo lo tenemos en las grandes ciudades del planeta y la forma en que el desarrollo capitalista las ha hecho crecer. La migración del campo a la ciudad desde comienzos de la Revolución Industrial y sobre todo desde mediados del siglo XX ha convertido nuestras ciudades en urbes contaminadas y contaminantes con un grado de polución que aumenta cada día y que es responsable de la muerte por problemas pulmonares de miles de personas cada año. A pesar de las declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, asegurando que “nadie ha muerto de esto”, la realidad es bien distinta: según los datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente en 2015 murieron en Madrid 5.416 personas por la alta contaminación.
Hay una relación estadística entre polución y mortalidad por Covid-19, como así lo indica un estudio llevado a cabo por la Universidad de Harvard (3) en personas fallecidas por este coronavirus en varios estados de EE UU. Sus autores descubrieron que un aumento de solo 1μg / m3 en partículas PM2.5 —las más dañinas para la salud, producidas entre otras por las emisiones de vehículos diésel—, se asocia con un aumento del 8% de la tasa de mortalidad. Esta es la realidad de las grandes ciudades, precisamente donde la Covid-19 está teniendo un mayor impacto por el numero de muertes y contagios.
En los últimos diez años, las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado en torno a un 1% cada año y 2019 ha sido el año con más emisiones de dióxido de carbono desde que se tienen registros. Se han vertido a la atmósfera 36.800 millones de toneladas de CO2, un 6% más que en 2018 lo que produce que los océanos se mueran fruto de la acidificación y que desaparezca gran parte de la fauna marina y los corales se blanqueen por el aumento de la temperatura del océano.
Esta crisis sanitaria también ha confirmado que el capitalismo mata el planeta. Cuando el sistema de producción capitalista se ralentiza, la situación medioambiental del planeta mejora. La paralización de la producción en muchos países del mundo por el confinamiento de millones de personas ha reducido las emisiones de gases de efecto invernadero. Del mismo modo, la reducción drástica del tráfico en las ciudades está haciendo lo mismo con los niveles de dióxido de nitrógeno (NO2), lo que se traduce en una mejora en la calidad del aire. En Madrid se han reducido estos niveles un 64% y en Barcelona un 83%.
El Centro de Investigación en Energía y Aire Limpio (CREA) de EE UU ha indicado que el confinamiento en China produjo una disminución de CO2 de un 25%, lo que representa una reducción a nivel global del 6%. También hemos visto durante estos días de cuarentena como los animales han aparecido en las calles de algunos pueblos y ciudades al no haber coches ni ruidos que les ahuyenten y como los grandes mamíferos marinos como ballenas y delfines se han acercado a las costas porque también se ha reducido el tráfico marítimo. Sin embargo, esto es solo un espejismo y, aunque ha quedado claro más que nunca que el impacto del modo de producción capitalista conduce a la catástrofe ecológica, volveremos a la misma situación si se continúa poniendo los intereses del capitalismo —los beneficios de unos pocos— por encima de los intereses y la salud de la mayoría.
El capitalismo nunca será ecológico
Hace apenas unos meses muchos Gobiernos aprobaban pomposas declaraciones de principios sobre la “emergencia climática”. Ahora tendrían una oportunidad de oro para abordar la situación y situar la salvación del planeta por encima de todo. Pero eso no es posible si no se derriba el modo de producción capitalista, donde toda la riqueza producida por la humanidad está en manos de una minoría que solo busca su beneficio a costa de extraer no solo los recursos del planeta, sino también la plusvalía a los trabajadores.
La sobreexplotación de la tierra nació con la Revolución Industrial. Marx entendía la naturaleza como el cuerpo inorgánico del hombre con el cual debe permanecer en continuo intercambio para no morir. El ser humano y la naturaleza tienen que estar en equilibrio constante, pero dicho equilibrio es imposible bajo este sistema. No se trata de gestionar mejor el capitalismo, sino de acabar con él. Es urgente y necesario expropiar las principales palancas de la economía y ponerlas bajo el control democrático de la población, de las y los trabajadores. Solo de esta manera se podría planificar la producción siguiendo criterios exclusivamente científicos y sociales, en beneficio de la inmensa mayoría de la población, garantizando la sostenibilidad, restaurando los recursos y riquezas del planeta. La emancipación de la Humanidad y la salvación de la Tierra van de la mano.
(1) https://bit.ly/2zxvSHA
(2) https://nyti.ms/2SYr19p
(3) https://bit.ly/3ctpIqA