Compartimos a continuación esta carta a la redacción que se trata de una reflexión a fondo sobre las implicaciones de la reforma judicial de cara al proceso de elección que se abrirá en los siguientes meses.

 

Carta a la redacción

Es un hecho, ya se aprobó. El pasado mes de septiembre la voluntad del pueblo de México se hizo valer en ambas cámaras. Se aprobó la Reforma Judicial y con ella se dió paso desenfrenado al resto de reformas constitucionales. ¿Qué sigue para la clase trabajadora?

 

Un capricho popular.

“Estamos ante un capricho político” (Morales Silva, 2024).

 

Fue un capricho, mencionan, porque Obrador presionó al único de los poderes que le fue obstructor. Ese que entorpeció el rigor fiscal al conceder amparos a oligarcas como Salinas Pliego en el pago de hasta 645 millones de pesos.⁴ Aquél que ordenó detener los trabajos en el Tren Maya⁵ y que protege reiteradamente a criminales e incrimina inocentes.⁶

Anaya, Beltrones, los propios Yunes, cómplices y partidarios del Pacto por México en 2013, hoy hablan de respetar a las minorías civiles anti-reformas. ¿Qué respeto mostraron estos cuando los trabajadores de la educación se opusieron, casi en unanimidad, frente a los abusos laborales de la Reforma educativa? 

Es un capricho porque Morena, como fuerza política que es, ha priorizado la aglutinación de poder institucional ante el arribo de Claudia, en aras de desarmar oposiciones y contrapesos. 

Y en medio de semejante proceso, la oposición busca desdeñar la voluntad popular, esgrimiendo un sofisma de falso dilema. No tenemos que escoger entre la hegemonía de Morena o la perpetuidad del establishment. No, para eso votamos la Reforma: para ampliar la cantidad de decisiones a nuestro alcance.

Hablen, pues, de caprichos, sí, pero no aquél de Obrador ni de Claudia. Hablen del capricho propiamente popular, del capricho nuestro. Porque nuestra voluntad, hoy comprometida en el medio de este choque de fuerzas institucionales, está más viva que nunca.

 

La prepotencia del Derecho

Sentadas las bases del apoyo popular, la estrategia mediática de la oposición fue la de siempre: la del miedo y el desdén. Miedo de desmantelar el perfecto establishment jurídico que, según las voces del Derecho, garantiza orden y justicia. Poco relevantes serán entonces los más de 30,000 inocentes incriminados en las cárceles mexicanas.⁷ O los ya antes mencionados amparos pro-capital en el caso, por ejemplo, de la Ley minera.⁸ 

No es nuevo, es lo de siempre. El ánimo por asustar al pueblo llano, al que presumen idiota y manipulan con sus tecnicismos y modelos imaginarios. 

No acuso de prepotente al profesionista que bien conoce de su área y, en aras del bienestar común, advierte con pericia los desperfectos del colectivo. No. La prepotencia surge cuando el profesionista, carente de fundamento real, malversa la técnica y la pone al servicio del Poder, en este caso, fáctico, corrupto y capitalista.

Ese ha sido, precisamente, el discurso más pronunciado por el gremio jurista: el desprecio al colectivo. Así acusan de ignorante al pueblo llano, como siempre, indigno de incidir en los asuntos del Poder Público. Aún cuando ese mismo poder, de acuerdo al 39’ constitucional, emana entera y exclusivamente del propio pueblo. ¿De qué soberanía popular habla el Derecho, entonces? Cuando advierte en su carta magna el carácter popular de su república, pero desprecia asimismo el contacto estrecho de sus instituciones con ese mismo populum. ¿Será acaso que el Derecho ama al pueblo pero desprecia a la gente? A ese pueblo que trae de arriba a abajo en sus discursos, en sus estrados, pero nunca adentro y siempre afuera de sus salas.

Afirman, en esencia, que el devenir de las instituciones se encuentra bien resguardado por las escasas mentes sabias: garantizadas en la carrera judicial. Mismas que, por casualidad histórica, son también aquellas de los grupos blancos y criollos, burgueses, que controlan y administran a la Universidad Nacional, al Conacyt, al COLMEX, al ITAM y a todas las grandes casas de estudios de México.

¿Será acaso que las grandes mentes que aglutinan el conocimiento son también, convenientemente, aquellas que aglutinan el Poder? La Academia y el Liceo no aceptaban esclavos en Atenas. Cambridge y Oxford nunca fueron concurridas por campesinos y artesanos. A la UNAM y el Politécnico no la dirigen los estudiantes desarrapados. Al PJF no lo integra el pueblo llano, ni las mentes sabias: lo integra la burocracia burguesa.

Tal sistema de unos cuantos y sabios, decidiendo por y para el pueblo iletrado —y no con él—, ya tenía su propio nombre en la Antigüedad: el de la Aristocracia. Aquel discurso justificó también el celoso privilegio de la escritura para el Alto clero. Así como el sufragio exclusivo de los hombres blancos con propiedad en las primeras repúblicas americanas. 

¿De qué habla el Derecho, pues, cuando busca darle forma a nuestro proyecto civilizatorio, pero se resiste a la evolución histórica de sus propias instituciones? No hay que olvidar que fue el Derecho, en su condición de divino durante el Medioevo, el que justificó las jerarquías feudales y la esclavitud. Ni tampoco soslayar que fue justamente el Derecho romano quien legitimó las barbaries cometidas por la Corona Española en América.

El Derecho no es prepotente porque advierta con fundamento los arrebatos con los que Morena quiere hacerse de la hegemonía institucional. Allí, el Derecho es sabio y oportuno. El Derecho es prepotente porque teoriza y luego construye la realidad en función de su propia teoría. A diferencia de la ciencia política, que observa el Poder y luego estructura: el Derecho se aferra a sus axiomas y malea el mundo en función de ellos.

Es arrogante porque se resiste a la evolución histórica de las sociedades, y porque cree patéticamente que el mundo entero se ha equivocado cuando avanzamos y le dejamos morir en el letargo de la historia. 

El derecho mexicano es, y siempre ha sido, inocente, porque insiste en hablar de contrapesos, cuando en este país nunca ha existido isonomía entre sus tres poderes. Cuando el presidencialismo consistió, precisamente, en la sumisión de todo poder fáctico  o institucional a la santa voluntad de su majestad el Presidente. Cuando gobernó por setenta años un partido de masas que manipulaba a ambos el Congreso y la SCJN. Cuando Zedillo, apenas en el ‘95, jubiló de una bocanada a los 26 ministros nacionales, y ningún medio, ni empresario bonachón, opuso un pero.

El Derecho es prepotente porque se llena la boca de justicia, igualdad y democracia, en un país con 37 millones de pobres, con una de las familias más ricas del mundo, y con una crisis de seguridad provocada por las falencias de su propio Estado, de su propia Ley. 

El Derecho es prepotente porque nos cierra sus puertas como en la Ley de Kafka, y espera puerilmente a que nos quedemos ahí sentados como el campesino, aguardando por el alivio de la muerte. No. Ya no. No pienso quedarme sentado. Nunca más. No van a escoger por nosotros. Lo han hecho toda la vida, por toda la Historia y siempre lo han hecho mal. Nosotros escogeremos de ahora en adelante. No creo en el gobierno de los sabios: creo en el gobierno de todos.

 

Democracia proletaria

Dejo a un lado los romanticismos y hablo concretamente de lo que se viene. En 2025 se realizarán elecciones extraordinarias para escoger la mitad de los cargos del Poder Judicial. En un ejercicio sin precedentes, se espera la reproducción natural de los vicios demagógicos de nuestro incompetente sistema electoral.

Rechazar la prepotencia del Derecho no implica negar la realidad. Si somos un país desigual en materialidad, también lo somos en conocimiento. Y es más que evidente que el pueblo mexicano no está listo siquiera para esta elección judicial.

En todo caso, uno no justifica la carencia de derechos en la propia carencia: es una tautología. Si el pueblo mexicano no tiene las herramientas para ejercer su democracia, será obligación del Estado y de su propia sociedad civil el proveerlas.

Y será nuestra máxima enmienda, la de nosotros, los proletarios, el exigir, aglutinar y arrebatar tales instrumentos. Esta ciudad y sus instituciones, sus centros políticos, constituyen uno de los pocos bastiones sobre los cuales estriba la organización proletaria. Y deberemos, hoy más que nunca, acelerar el paso demócrata y acercarnos a todos nuestros compañeros. Por todo el país, por los 32 estados, por los millones que no tienen letras, ni textos, ni voz.

Arrebatemos, pues, sus instituciones y abramos con rabia los minúsculos resquicios que esta transformación reformista nos está concediendo. Viva la democracia, pero no aquella indirecta, ni representativa. Viva la democracia proletaria.


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