Para el conjunto de los activistas de izquierda de habla castellana, la revolución socialista alemana y la obra de Rosa Luxemburgo no son tan conocidas como la revolución rusa y las aportaciones políticas de Lenin y Trotsky. Hay una escasez de materiales al respecto, y muchos de los libros señeros sobre esta cuestión se agotaron y permanecen descatalogados desde hace mucho tiempo. Con la obra de Rosa Luxemburgo ocurre lo mismo. La Fundación Federico Engels está enmendando esta situación con la publicación de sus trabajos más destacados porque creemos que es de interés la edición de material sobre esta gran experiencia y sobre el pensamiento y la acción militante de la gran revolucionaria germano-polaca.
Es imposible desvincular los acontecimientos revolucionarios en la Alemania de 1818-1919 de las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial, del colapso político de la socialdemocracia oficial en aquellos años y, por supuesto, de la llamada a la lucha que para las masas oprimidas de toda Europa supuso el triunfo bolchevique en octubre de 1917. La revolución que dio a luz el primer Estado obrero de la historia cautivó la imaginación de millones de soldados, trabajadores y campesinos que habían sufrido lo indecible en las trincheras, bajo la descarga de los bombardeos, y en la retaguardia, humillados por una horrible escasez, cuando no sometidos a la represión y a violentos pogromos.
A su vez, ningún acontecimiento de la lucha de clases mundial despertó más entusiasmo y cautivó con más fuerza a los obreros rusos que la revolución alemana de 1918-1919. La idea por la que habían peleado y realizado los mayores sacrificios se concretaba en el país clave del continente. Karl Rádek describió el impacto que las noticias de la insurrección de los marineros de Kiel causaron en Moscú: “Decenas de miles de obreros estallaron en vivas salvajes. Yo no había visto nada igual. Luego por la tarde, obreros y soldados rojos desfilaban aún. La revolución mundial había llegado. Nuestro aislamiento había terminado”.
Las fuerzas motrices de la revolución alemana comparten con la rusa un patrón común: la devastación de la guerra imperialista, con sus millones de muertos y decenas de miles de mutilados, y el estallido de indignación de una población que sostenía con su trabajo y su hambre la insolencia de una burguesía y una casta militar ávidas de conquistas imperiales. En el caso de Alemania, este panorama se vio agravado por la traición de la socialdemocracia, pasada abiertamente al campo del socialpatriotismo y la colaboración gubernamental. Paralizados temporalmente por la propaganda chovinista, los trabajadores alemanes aprendieron mucho en la escuela de la guerra imperialista.
El levantamiento de los marineros de Kiel fue la señal para propagar un movimiento revolucionario incendiario. Los obreros y los soldados insurrectos conquistaron ciudad tras ciudad, abrieron cárceles, liberaron a los prisioneros políticos, izaron la bandera roja en calles, fábricas y cuarteles, y formaron consejos de obreros y soldados. En sólo unos días, el imperio y su káiser fueron barridos de la escena, proclamándose la República. La fuerza de la clase trabajadora demostró ser mucho más potente para derrocar la monarquía alemana que los obuses enemigos.
En aquel mes de noviembre de 1918, en una secuencia similar a las jornadas de febrero de 1917 en Rusia, los trabajadores alemanes comenzaron a disputar a la burguesía el derecho a dirigir la sociedad. La clase obrera hizo todo lo posible, y mucho más, por cambiar el curso de la historia. Esa es la idea que también queremos subrayar en este trabajo.
Es verdad que el poder de los consejos de obreros y soldados alemanes, la República de los Consejos, no logró imponerse, a diferencia de lo ocurrido en la Rusia revolucionaria. Los factores que determinaron este desenlace son diversos, pero la traición abierta de los dirigentes del principal partido obrero, el SPD, y su coalición con el Estado Mayor y los capitalistas para sostener un sistema moribundo destaca con fuerza.
Ebert, Scheidemann, Noske, los jefes del SPD que apoyaron los créditos de guerra y la política del imperialismo alemán desde el 4 de agosto de 1914, que “detestaban la revolución como al pecado”, sellaron un pacto con los jefes militares, con los mismos que enviaron a la masacre a cientos de miles de soldados, con los criminales que más tarde se convertirían en la espina dorsal de las SA y las SS; al fin y al cabo, les movía el común objetivo de defender el orden capitalista de la amenaza revolucionaria.
La burguesía alemana había tomado buena nota de la revolución rusa y los éxitos de Lenin, Trotsky y los bolcheviques. Asimilando las lecciones de esos acontecimientos, no se dejaron intimidar y se concentraron en aplastar la revolución. Para lograrlo utilizaron dos caminos complementarios. Por un lado, pusieron todos los medios para sabotear el movimiento desde dentro, valiéndose del SPD y de la autoridad que todavía conservaba entre vastos sectores de las masas. El objetivo era claro: controlar los consejos de obreros y soldados, y someterlos en el tiempo más breve posible a la legalidad burguesa. Por otro, se pusieron manos a la obra para crear una fuerza armada de absoluta confianza que pudiese ser lanzada contra los obreros revolucionarios, sus organizaciones y sus dirigentes. La contrarrevolución no dejó de preparar sus grupos de choque desde el mismo 9 de noviembre de 1918 en que la República alemana fue proclamada.
Las fuerzas de la contrarrevolución —la dirección del SPD y los militares monárquicos—, apoyados y financiados generosamente por los grandes capitalistas, se enfrentaron a una resistencia feroz por parte de los obreros de Berlín y de sus organizaciones combatientes. De entre ellas destaca, por derecho propio, la Liga Espartaquista (la corriente marxista revolucionaria alemana), dirigida por Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches, que finalizando el mes de diciembre de 1918 se transformaría en el Partido Comunista de Alemania (KPD).
Enfrentados a un enemigo con medios muy considerables, la Liga Espartaquista trató de emular el ejemplo de los bolcheviques. Pero la heroicidad, el valor y el sacrificio en vidas humanas de los obreros comunistas de Berlín no fueron suficientes. En el transcurso de aquellos acontecimientos no lograron crear un partido marxista de masas, y la contrarrevolución aplastó la insurrección de enero de 1919 asesinando vilmente a sus dos dirigentes más carismáticos.
Una cosa está clara. Si la revolución socialista hubiese triunfado en Alemania, el destino de la humanidad podría haber sido muy diferente. La construcción del socialismo no habría tenido que vérselas sólo en un país atrasado sino también en una de las principales potencias industriales del continente y con el proletariado más fuerte y mejor organizado del mundo.
Nuestro afán en este trabajo ha sido establecer un hilo conductor entre el pensamiento de Rosa Luxemburgo y la revolución socialista. Sus aportaciones han trascendido el tiempo, y sus obras se han convertido en clásicos del marxismo. Basta señalar Reforma o revolución o Huelga de masas, partido y sindicatos, dos textos sobresalientes de la literatura socialista. Pero Rosa no sólo fue una teórica de la clase obrera que denunció con energía el reformismo y libró una batalla frontal contra la degeneración de la socialdemocracia alemana y la Segunda Internacional; fue sobre todo una revolucionaria entregada a la tarea práctica de la emancipación de los trabajadores.
En el trabajo también abordamos los reiterados intentos de manipular las ideas de Rosa Luxemburgo por parte de la socialdemocracia y los estalinistas. Los primeros, queriendo presentar la imagen de una Rosa Luxemburgo enfrentada al supuesto autoritarismo leninista, un intento patético para encubrir su postración ante la democracia burguesa con el legado de la revolucionaria polaca. Desde el campo estalinista, los esfuerzos por desacreditar a Rosa Luxemburgo también han sido permanentes, exagerando y descontextualizando las polémicas que mantuvo con Lenin y enterrando su figura bajo una montaña de acusaciones de derechismo, “espontaneísmo” y “trotskismo”.
En las siguientes páginas tratamos con estas manipulaciones aclarando que, a pesar de las controversias teóricas que mantuvieron, existe una genuina unidad de principios entre los pensamientos de Lenin y de Rosa Luxemburgo. Ambos mantuvieron una inequívoca postura contraria a la colaboración de clases y se manifestaron en todo momento como luchadores incansables contra el reformismo. Ambos, en definitiva, plantearon una estrategia a favor del derrocamiento revolucionario del capitalismo y en defensa de la transformación socialista de la sociedad.
Queremos advertir que constreñir la riqueza de las ideas de Rosa Luxemburgo en una síntesis, por extensa y amplia que esta sea, es una tarea harto difícil y no es nuestra intención. Nos conformamos con animar al estudio de su obra, sin prejuicios y sin ideas preconcebidas, siguiendo el espíritu de Rosa Luxemburgo, que jamás se avino a la rutina de aparato, al seguidismo burocrático, a la mutilación de la crítica.
El libro esta dividido en cuatro partes:
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Los orígenes de la socialdemocracia alemana. Marx y Engels y el SPD
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El pensamiento de Rosa Luxemburgo
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Las controversias entre Rosa Luxemburgo y Lenin
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Alemania en revolución. La lucha de los marxistas alemanes contra la capitulación del SPD. La formación del USPD. El impacto del triunfo bolchevique. La insurrección de los marineros de Kiel. La proclamación de la república en Berlín. El dobloe poder y los Consejos de Obreros y Soldados. Las maniobras de los social-patriotas contra la revolucion. La formación del Partido Comunista de Alemania. La insurrección de enero en Berlín. El terror blanco y el asesinato de Rosa Luxemburgo y Kart Liebknecht.
La edición cuenta además con un glosario de nombres propios y organizaciones, y un apéndice documental muy cuidado, en el que incluimos los siguientes textos:
1. La revolución permanente. Franz Mehring
2. Militarismo, guerra y clase obrera. Rosa Luxemburgo
3. El voto contra los créditos de guerra. Karl Liebknecht
4. El enemigo principal está en casa. Karl Liebknecht
5. Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional. Rosa Luxemburgo
6. ¿Qué quiere la Liga Espartaco? Rosa Luxemburgo
7. Nuestro programa y la situación política. Rosa Luxemburgo
8. El orden reina en Berlín. Rosa Luxemburgo
9. ¡A pesar de todo! Karl Liebknecht
10. ¡Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, asesinados! Partido Comunista de Alemania
11. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. León Trotsky
12. En memoria de Karl Liebknecht. Karl Rádek
13. ¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo! León Trotsky
14. Luxemburgo y la Cuarta Internacional. León Trotsky