Escrito por Rubén Rivera
23 de mayo del 2008
Las crisis no son necesariamente algo malo, especialmente cuando en ellas lo que está en juego no es un pleito por posiciones personales sino con conflicto de intereses de clase de frente a una lucha nacional. No creemos en la unidad a toda costa y sí en la unidad por intereses de clase, por ello en el conflicto actual del PRD consideramos que se debe apoyar, fortalecer y estimular todo aquello que ayude a las masas a romper con políticas pro burguesas o reformistas. En este marco, luchar contra el ala de derechas del partido es una necesidad urgente, al mismo tiempo que planteamos a Izquierda Unida y a toda la militancia del partido que sólo una corriente auténticamente socialista y revolucionaria puede permitir la regeneración del partido.
El PRD hoy
En conflicto interno del PRD se ha extendido ya por dos meses y medio. Todo comenzó cuando el mismo domingo de la elección interna todas las encuestas de salida dieron como ganador a Alejando Encinas con una ventaja de entre 3 y 8 puntos; inmediatamente Jesús Ortega replicó desesperadamente, lo hacía con fundamento ya que sus operadores habían orquestado un fraude de tal magnitud que pese al triunfo real de Encinas el número de boletas total podría darle la presidencia. No importó que en estados como Veracruz, Oaxaca y Chiapas no se hayan instalado casillas que al final mostraran actas de cómputo con el 100% de votos o más a favor de Ortega. De hecho Chiapas sumó más de 80 mil votos a Ortega, es decir casi el 16% del total nacional a su favor, lo que demuestra que se efectuó un escandaloso fraude. Del otro lado también Ortega habla de malos manejos por parte del bando de Encinas, no podríamos poner las manos en el fuego del equipo Izquierda Unida, recordemos que la propia Amalia García forma parte de la alianza encinista, no obstante, pese a las habladas de Nueva Izquierda no se ha documentado un sólo caso irregular por parte de los resultados que favorecen a Encinas.
El conflicto se ha prolongado, primero dado que la Comisión de Garantías del PRD inicialmente había declarado vencedor a Encinas descontando la votación de dudosa procedencia, cerca del 20%, no obstante, la Comisión Técnica Electoral (controlada por Nueva Izquierda), con el aval del tribunal electoral (es decir, con el de Calderón) dio el triunfo a Ortega. Como una manera de someter a Izquierda Unida, la corriente de Ortega ha realizado un Consejo Nacional y un Comité Ejecutivo donde han dado el visto bueno al albazo y con ello pretender forzar a Encinas a una negociación sobre hechos consumados.
Lo que está en juego
Ante esta situación Cárdenas ha tratado de mediar proponiendo una presidencia interina, cuestión que no ha sido apoyada por ninguno de los bandos en disputa. No cabe duda de que es mucho lo que está en juego.
Si al final es Ortega el que se queda con la estructura formal del PRD, podría negociar con Calderón la aprobación de una serie de reformas totalmente lesivas en contra de los intereses de los trabajadores. Si en cambio, es Encinas quien funge como dirigente formal del PRD entonces el movimiento que dirige López Obrador desde la Convención Nacional Democrática podría emplear al PRD como una palanca que impulse la resistencia contra el gobierno de una manera más efectiva.
López Obrador ha declarado que no importa en el fondo quien dirija al PRD, que lo importante en estos momentos es la lucha contra la privatización del petróleo. Eso tiene algo de verdad, es mucho más importante una lucha estratégica por los intereses de los trabajadores que una estructura política. No obstante, una lucha de masas no puede darse de manera desorganizada, de hecho una de las consecuencias de un movimiento de clase contra clase, como el que se escenifica en México contra el régimen de Felipe Calderón, sería la creación de un organismo político de los trabajadores, es decir un partido. Bajo esa dinámica, a la que ningún proceso social escapa, el desdeñar la existencia del PRD o suponer que da lo mismo quien lo dirija resulta equivocado dado que la lucha interna por el tipo de partido ha durado ya casi 20 años y hoy llega a momentos que pueden ser definitivos.
Existe el riesgo de que, o bien el gobierno emplee esta misma estructura para golpear al movimiento de masas o bien, por otro lado, con una dirección correcta, pueda convertirse auténticamente en un instrumento de los trabajadores en su lucha contra el régimen.
El surgimiento del PRD
El PRD nació en 1989 producto de la lucha contra el fraude electoral contra Cárdenas un año antes. En aquel entonces había una coalición de oposición muy parecida a lo que hoy es el Frente Amplio Progresista (FAP), se trataba del Frente Democrático Nacional, que integraba al Partido Popular Socialista, al Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, al Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional y Al Partido Mexicano Socialista (PMS). Cuando la lucha de masas llegó a un momento definitorio, agosto de 1988, Cárdenas señaló que no se podía avanzar sólo con el FND, que se necesitaba formar el partido que diera expresión al movimiento del 6 de julio de ese año y que sin él sería una aventura tratar de ir más allá. Así la organización que daría seguimiento a la lucha contra el fraude sería el PRD.
La mayoría de los partidos integrantes de la coalición del FDN sólo tenían la intención de capitalizar los votos del movimiento cardenista para obtener curules y negociar con el gobierno alguna que otra prebenda. Finalmente en la integración del PRD que se concretó el 5 de mayo de 1989 sólo participaron de manera más o menos completa los integrantes del PMS y los de la Corriente Democrática (que se había escindido del PRI en 1987), así como un gran espectro de organizaciones políticas de izquierda de distinta índole: sindical, estudiantil, campesina, urbano popular, etc.
El PRD no era simplemente la ecuación para los políticos tradicionales, era un movimiento de masas pero ellos pretendían sujetarlo a las normas de sus antiguas organizaciones. El Estado tampoco estaba muy feliz con la creación del PRD, durante el sexenio de Salinas fueron asesinados cerca de seiscientos perredistas; además de ello se tuvo que luchar contra una feroz campaña de difamación en los medios. Para las elecciones de 1991 el PRD tan sólo obtuvo el 8% de los votos a nivel nacional.
Básicamente en la dirección del partido se distinguían los políticos que surgieron del PRI: Cárdenas, Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, López Obrador (AMLO); los que provenían del Partido Comunista o sus disidencias como Pablo Gómez, Amalia García, Alejandro Encinas, Arnoldo Martínez Verdugo, Rincón Gallardo, Heberto Castillo y Álvarez Garín; los de procedencia de la izquierda institucional (ex PST) como Graco Ramírez y Jesús Ortega.
Por supuesto el espectro era mucho más amplio pero las prácticas y políticas de estos grupos, así como su relación con el movimiento de masas fue lo que dominó al PRD en sus primeros años.
Las nuevas corrientes
La formación de corrientes en un principio respondió a los orígenes de cada elemento, no obstante, paulatinamente las cosas se fueron decantando en función de cómo entender lo que se llamó entonces la “transición a la democracia”. Por un lado estaban aquellos que se pronunciaban por la lucha social como punta de lanza para la obtención de conquistas hasta la final derrota del régimen del PRI, en general dicha ala estaba conformada por toda la izquierda social del PRD y de una u otra manera sostenía o presionaba a Cárdenas para que mantuviera cierta intransigencia de frente al otro bando y frente al gobierno (aunque, después se supó, Cárdenas había dialogado con Salinas con lo que en los hechos no estaba siendo honesto con aquellos que lo apoyaban en aquel entonces). Por el otro lado estaban aquéllos que consideraban que el tránsito a la democracia se daría en la forma de un pacto con el régimen, eran los defensores de la “transición pactada”.
El proceso de construcción del PRD siempre tuvo dos vertientes, uno era el movimiento de masas del que había nacido y que se encontraba y muchas veces se contradecía con las estructuras originales del PMS, para darle forma a las estructuras locales. El otro proceso era el de los movimientos en las cúpulas los cuales, por medio de alianzas y rupturas, definían las candidaturas y puestos de elección.
No obstante, en esos primeros años los congresos del PRD eran lugares donde los militantes de base podían participar sin restricciones importantes. Activistas que construían al partido en lugares aislados podían llegar y compartían sus experiencias con elementos similares de otros lugares.
El sexenio de Salinas, sobre todo en el segundo tercio, significó una estela de ataques a los trabajadores. En ese marco los partidos como el PPS, el PFCRN y el PARM se desfondan, su política de acuerdos con el gobierno les significó un paulatino desdibujamiento que a la larga los hizo desaparecer.
1994
El PRD por su parte daba la impresión que bastaba la postulación de Cárdenas para que el triunfo se diera, no obstante, 1994 conmocionó a los trabajadores dada la irrupción del EZLN que el 1 de enero de ese año relanzó, aunque fuera momentáneamente y nunca lo volviera a hacer, la idea de la insurrección como mecanismo para la transformación social. Ello animó mucho a las masas.
En ese marco la burguesía se sumió en una profunda crisis, en un intento por readecuar el grupo gobernante la burguesía sacrificó al candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio. Una vez que Zedillo se adueñó de la candidatura del PRI se desató una ola de violencia entre los elementos tanto los de el candidato presidencia como los de Salinas. La situación era especial, exigía por parte del PRD una posición enérgica para entusiasmar tanto a aquellos que miraban con simpatía el levantamiento zapatista, como a aquellos sectores que estaban siendo afectados por la propaganda del miedo que propagaba que si el candidato del PRI no era electo, la anarquía se apoderaría del país.
La actitud del PRD y de Cárdenas fue más bien conservadora, ello impidió la movilización tanto antes como después de la elección, lo que generó que el perredismo contemplara con impotencia la implementación de un nuevo fraude. En aquella elección al candidato del PRD tan sólo se le reconocieron 18% del total de la votación.
En aquellos tiempos muchos vaticinaban la desaparición del PRD, de momento la crisis postelectoral fue aprovechada por las corrientes reformistas para afianzarse en la dirección del PRD. En aquellos días a nivel nacional la derecha estaba agrupada en torno a la figura de Porfirio Muñoz Ledo, presidente nacional, así como de Amalia García y Jesús Ortega, cada uno de los cuales con un grupo distinto pero que aprovechaban el viejo aparato del PMS para imponer condiciones, al menos en el plano de las estructuras locales.
Durante el zedillismo surge la Corriente de Izquierda Democrática, cuyo representante más conocido fue René Bejarano pero que en un inicio agrupaba a un rosario de individuos y organizaciones con orígenes de izquierda, pero que buscaban acomodo dentro del PRD en el Distrito Federal.
La línea conciliadora logró en 1995 convertir en la “transición pactada” en la posición oficial del partido, el gusto no duraría mucho tiempo.
La fuente más importante de reimpulso del PRD se debió a las movilizaciones que Andrés Manuel López Obrador llevó a cabo desde Tabasco, primero contra el fraude electoral de Salvador Neme Castillo, al cual lograron derribar y luego en 1995-96 con la lucha campesina contra la contaminación de PEMEX que llevó a más de 40 mil personas a ocupar decenas de pozos petroleros.
Mientras que Muñoz Ledo reprobaba las acciones de las masas tabasqueñas, los trabajadores miraron cómo por fin había una actitud combativa por parte de un sector del PRD.
Dentro del partido parecía que los grupos en la dirección estaban enfrascados en convertir al PRD en una versión del PARM o del PPS, mientras los acontecimientos nacionales se sucedía con rapidez: la facción de Zedillo llevaba su conflicto con Salinas al plano de los asesinatos y “suicidios” de distintos funcionarios de uno y otro bando y las masas trabajadoras veían cómo una nueva crisis económica estallaba. Esta vez, para rescatar los negocios de los multimillonarios, el gobierno endilgó la deuda de los bancos al pueblos trabajador, mientras que las masas sufrían una pérdida de poder adquisitivo cercana al 50%.
1997
No hubo otra alternativa, las masas optaron por emplear al PRD para expresar su malestar. Ello se expresó en el triunfo de Cárdenas en la elección a jefe de gobierno de la Ciudad de México en 1997.
Otro efecto que demostró una nueva irrupción de las masas en el partido fue la candidatura de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia del PRD en 1997, frente a él se postularon los líderes de las corrientes de derecha: Amalia y Jesús Ortega. Estos últimos contaban con todo el aparato, pero ni aún así lograron evitar que AMLO ganara con casi el 70% del total de votos. Fue un triunfo avasallante, con lo que las posiciones en la dirección del PRD para las corrientes de derecha eran mínimas, no obstante, López Obrador decidió llegar a acuerdos y tanto las corrientes de Jesús como la de Amalia mantuvieron posiciones que ya no representaban.
Las corrientes formalmente más a la izquierda como la CID en realidad buscaban cobijarse detrás de la personalidad más carismática para mantener sus cotos de poder.
Sin duda la presidencia de López Obrador en el partido fue una gran oportunidad desperdiciada. AMLO dirigió el partido pero no construyó una corriente, se contentó en servir de árbitro entre las corrientes, lo que a la larga permitió que cuando en 1999 se realizara una nueva elección a la presidencia del PRD, ésta destacara por acciones fraudulentas de uno y otro bando, en esa medida Jesús Ortega nuevamente se vio impedido de llegar a la presidencia del PRD puesto que López Obrador declaró anulada la elección. Como sea, finalmente fue Amalia García quien, por medio de una serie de negociaciones se quedó con la presidencia, de frente al proceso electoral del 2000.
Así el impulso renovado que las masas dieron en 1996-1997 se diluyó en la medida de que AMLO optó por convivir con las corrientes en lugar de tratar de impulsar una iniciativa que partiera de la lucha de masas que lo había llevado a la presidencia.
2000
Para el 2000 el desgaste del régimen del PRI había llegado a los límites, uno de los productos de la coyuntura del 97 fue que el Congreso de la Unión resultara con una inusitada mayoría de oposición, lo que generó un ambiente de impotencia por parte de Zedillo, al grado de que la mayor parte de ese periodo el presidente tuvo que cogobernar con el PAN. En este contubernio se gestó la llegada de Vicente Fox a la presidencia.
Por supuesto que el PRD tenía otra nueva oportunidad para capitalizar la situación, no obstante la presidenta Amalia García no perdía oportunidad para mostrarse solícita ya sea con Zedillo o con los demás dirigentes de partidos. Ésta no dejaba de declarar en favor del acuerdo, la negociación, etc.
López Obrador era candidato del PRD a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México y era evidente el contraste, la consigna “por el bien de todos primero los pobres” llenó del entusiasmo que le hacía falta a la campaña por la presidencia en la cual nuevamente participaba Cuauhtémoc Cárdenas. Repetimos: no era que la campaña y las propuesta de AMLO cumplieran con las necesidades de las masas, en realidad era bien poco lo que se planteaba, pero para las masas al menos era algo en un mar de frases huecas.
Así nuevamente la ausencia de una propuesta combativa que entusiasmara a los trabajadores provocó la apatía de los sectores decisivos de los mismos y facilitó las maniobras de la mancuerna PAN-Gobierno para llevar a la presidencia a Vicente Fox.
Mientras López Obrador ganaba con relativa facilidad la jefatura de gobierno, el PRD a nivel nacional apenas alcanzaba un 20% de la votación.
No cabe duda que una parte de las masas, especialmente los sectores más atrasados consideraron que al votar por Fox estaban impulsando un auténtico cambio; en ellos hay un ánimo progresista que, por supuesto, fue defraudado por el reaccionario resultado electoral. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de aquellos que desde una supuesta posición de izquierda llamaron al voto útil a favor de Fox, entre ellos Porfirio Muñoz Ledo y Layda Sansores. Bueno, incluso el subcomandante Marcos llegó a insinuar que el PAN “era una opción de poder” con lo que no pocos sectores afines al naozapatismo quedaron al menos desconcertados.
Nuevamente en el PRD se resintió la mala conducción de la dirección encabezada por Amalia García, la cual llegó incluso a clausurar los comités de base, integrándolos en uno solo por cada sección electoral. Por supuesto, esto llevó a que se disolvieran aquéllos que no eran incondicionales y a que sólo se reconocieran aquellos afines a la corriente perredista que dominara el municipio o la sección. De esta manera, se creó un blindaje para impedir que nuevamente, como en 1997, las masas tomaran por asalto al partido para darle un giro a la izquierda.
Una mujer de “negocios”
Con la llegada de Rosario Robles se instala en la cumbre del partido otra visión, también burocrática, que si bien no estaba en la tónica de disputar los favores de la burguesía que en México interviene tradicionalmente en política, sí estaba por construir su propio espectro dentro del poder económico. Una especie de burguesía perredista.
La fuerte vinculación de Robles con la familia Cárdenas, respondía a que este último es uno de los pocos elementos dentro del PRD que podrían considerarse auténticos miembros de la burguesía y por tanto, no podría parecerle raro o extraño el trato íntimo entre los elementos que desde el empresariado aprovechaban relaciones personales tanto dentro del gobierno como desde las estructuras perredistas para hacer “negocios”.
El PRD se endeuda hasta las narices para tratar, por medio de una campaña puramente mediática, rebasar el 20% de los votos; se abandonan los mítines y se da un auténtico frenesí para publicitarse en prensa radio y televisión, tanto parta las precampañas internas como para las campañas formales.
De forma paralela a ello, se desarrollaba la gestión de AMLO en la Ciudad de México, la cual se empeñaba en utilizar los recursos disponibles en obras de infraestructura y diversos subsidios a los sectores vulnerables, como hemos dicho, no era mucho ni suficiente, pero era algo de frente a un gobierno foxista totalmente decidido a aplicar la política reaccionaria de las transnacionales.
El foxismo era la política de una burguesía desconcertada, totalmente creyente de que en sí misma representaba la voluntad de la “nación”, contemplaba como cada una de sus iniciativas, una tras otra, se topaba con la oposición de los sectores organizados de los trabajadores y cómo, muy a su pesar, incluso los parlamentarios del PRD y el PRI se veían forzados a negarse a la voluntad presidencial; “¿y yo por qué?” es la frase foxista emblemática de un sexenio que terminó de exacerbar el ánimo de las masas.
Pero regresando al PRD, en su funcionamiento interno, prácticamente separado y blindado de los militantes de base, está la explicación de los cada vez más fuertes enfrentamientos entre facciones. Los malos resultados del 2003 significaron la ruina para Rosario Robles. Sus maniobras y negocios turbios eran tolerados por las demás facciones porque se suponía que las llevaría al triunfo, cuando llegó la derrota, nadie quiso cargar con ella y así la “renunciaron” para dar lugar a Leonel Godoy.
Dos estructuras: del desafuero a la batalla por el petróleo
Nuevamente fue contrastante el resultado del PRD en la ciudad de México donde prácticamente arrasó. En el 2004 las encuestas daban a AMLO entre 40 y 50 puntos respecto a las preferencias electorales. Ello resulta verdaderamente paradójico, mientras que en el PRD estaban despedazándose su candidato era el favorito del próximo proceso electoral. He aquí una de las lecciones que la burguesía mexicana nunca ha aprendido: los buenos resultados del PRD siempre han sido producto de un voto de desconfianza hacia el sistema y no del estado interno del partido.
Como el gobierno consideró desde entonces que la prioridad número uno era el impedir la llegada de López Obrador a la presidencia, trató de lanzarse contra el PRD para destruirlo y de este modo, anular el peligro, así se desataron los escándalos, primero con Bejarano, luego con Imaz y posteriormente con algunos funcionarios corruptos del gobierno de la Ciudad.
De tal modo que se utilizó el ánimo “empresarial” de los dirigentes del estilo “Rosario Robles” para aplastar ante la opinión pública al PRD. Se equivocaban como se equivocan ahora los que vacitinan el fin del PRD por los conflictos actuales.
Luego de los escándalos la burguesía emprendió, el siguiente paso lanzando el desafuero, el intento de impedir que López Obrador se postulase para las elecciones del 2006 aplicando una serie de triquiñuelas legales.
Desde entonces se orquestó una estructura paralela al PRD para enfrentar el desafuero, totalmente en torno a AMLO, vinculada pero no supeditada al PRD, lo cual tuvo su lado bueno y su lado malo.
El lado bueno era que la dirección del movimiento no estaba supeditada a acuerdos entre corrientes, el lado malo era y es que ese poderoso movimiento no podría incidir directamente en el partido, dejándolo a merced de los más oportunistas, ya desde mucho tiempo atrás controlado en su mayoría por la corriente de Jesús Ortega, la cual actuó con pragmatismo respecto a AMLO: le permitieron y apoyaron sus acciones siempre y cuando no se pusiera en riesgo su control del partido.
El triunfo de la lucha contra el desafuero fue el punto de partida de la actual situación dual. La lucha contra el desafuero, se convirtió en lucha contra el fraude, en la CND, con una estructura propia. No obstante, desde la época del desafuero era un error en desdeñar al PRD como tal y ello se ha demostrado en la composición parlamentaria del partido, la mayoría de los mismos son indiscutiblemente incondicionales de Jesús Ortega y por lo tanto propensos a negociar “hasta el honor de su madre” si les llegan al precio. Del mismo modo los elementos que integran los órganos de dirección del partido votarán que ganó Ortega a menos que este último les ordene otra cosa.
La candidatura de Encinas representaba la posibilidad de abrir nuevamente al partido al movimiento de la CND, lo cual es la única manera que lo puede llevar a ser un auténtico instrumento de transformación social. Ello pasaría por la salida del PRD de los elementos traidores que ya durante años han significado un obstáculo para la construcción de éste como un auténtico partido socialista.
Si Jesús Ortega se sale con la suya, ya sea quedándose con la presidencia o delegándola a uno de los suyos, la posibilidad de traición dentro del PRD al movimiento de masas será latente, aunque no hay duda de que Ortega tratará de negociar con AMLO estableciendo algunos compromisos de coordinación respecto a la defensa del petróleo.
Un acuerdo intermedio sería también una concesión a Ortega
La lucha por reconstruir al PRD pasa por la salida de Ortega y toda la especie de elementos como él, en este proceso está faltando la disposición de Encinas y AMLO de ir hasta el final, tienen a las masas de su lado y es su deber rescatar al partido. En caso contrario se puede convivir con un acuerdo, pero éste más temprano que tarde, se romperá y la batalla se reanudará.
Un PRD libre de arribistas como Ortega sería el primer paso para transformar al PRD en un partido de clase. Si por el contrario, los chuchos se apropian del PRD (cosa que es poco probable), debe darse una batalla tal que se generen las bases de un partido socialista. En cualquier caso, Militante estará presente defendiendo una política de los trabajadores y campesinos pobres.