La victoria de López Obrador en las elecciones del asado 1 de julio ha generado una tremenda expectativa de cara a lo que significará el próximo gobierno para el pueblo mexicano. De entrada, estamos viendo como el proceso de transición está resultando mucho más terso con los empresarios de lo que imaginábamos, dados los encontronazos con sectores de derecha y empresarios que se vieron durante la campaña electoral.
El triunfo de López Obrador, el pasado 1 de julio, ha detonado un creciente ánimo entre distintos sectores de trabajadores a nivel nacional para exigir que se haga efectiva la transformación del país. En ese tenor no son pocos los trabajadores que ven una oportunidad para pasar a la ofensiva y obtener incrementos salariales, prestaciones y en general mejorar sus condiciones de vida. Sin ser ahora visible, existe hoy en día un paulatino avance de la lucha de clases protagonizada fundamentalmente por miles de trabajadores hartos de la opresión y la explotación que están cuestionando el autoritarismo y la falta de democracia en sus sindicatos y centros de trabajo.
Lograr justicia contra los crímenes del Estado mexicano, cometidos durante décadas contra el movimiento obrero y social es una de las demandas más trascendentes de nuestras luchas. Una verdadera justicia, es decir, el esclarecimiento de los hechos, el castigo a los culpables y la rehabilitación de las víctimas es una demanda que aún debemos de enarbolar.
Tras las elecciones realizadas el pasado 1 de julio fue más que clara la victoria de la coalición “Juntos haremos historia” por el cargo presidencial y el arraso de diputaciones, senadurías, puestos municipales y estatales por parte de esta coalición frente a sus adversarios
El pasado 18 y 19 de agosto se realizó en la comunidad nahua de San Pedro Tlanixco, localidad cercana a Tenango de Valle en el Estado de México, un encuentro de todas aquellas organizaciones que mantienen una lucha por la defensa de la tierra, el agua, la vida y la libertad a lo largo y ancho del territorio mexicano.
Las elecciones pasadas han sido sin duda alguna un acontecimiento histórico que abren un nuevo periodo de la lucha de clases en la Ciudad. No se trata solo del triunfo arrollador de Morena, significativo por sí mismo, sino especialmente la bancarrota de los partidos del régimen. Particularmente destaca el descalabro del PRI en la Ciudad que solo gobernara una alcaldía, y la no menos lamentable coalición del PRD con el PAN que solo consiguió cuatro alcaldías, no sin serias dificultades y muchas artimañas fraudulentas.
Desde la implementación de la reforma educativa, que ya se ha discutido mucho que no sólo es una educativa, sino también laboral, hemos visto que ha golpeado brutalmente a los trabajadores de la educación en lo que refiere a la inestabilidad laboral, por otro lado, se ha dejado ver el impacto directamente en la calidad educativa con el famoso nuevo modelo educativo.
El descontento acumulado durante los gobiernos del PRI y del PAN encontró en la campaña electoral una vía para expresarse, colocando a López Obrador como presidente de la república. El descontento popular utilizo la joya más preciada del sistema democrático burgués, las elecciones, para rechazar las políticas neoliberales de los gobiernos de estos partidos. La utilización popular del mecanismo electoral burgués tiene un primer resultado; la desestabilización del PRI y del PAN. Fisuras y fracturas internas han aparecido en ellos y en los dos hay una dura lucha interna con el pretexto de buscar culpables de su pésimo desempeño electoral.
Las elecciones del pasado 1 de julio han marcado un punto de inflexión en la historia de la lucha de clases en México: como nunca se había visto en proceso electoral alguno en nuestro país, ese día las masas desposeídas se movilizaron con especial determinación para derrotar en las urnas a los partidos tradicionales de la burguesía, el PRI y el PAN, y expulsarlos de la presidencia de la República, cediéndole ese lugar a AMLO y Morena.
El triunfo histórico de Andrés Manuel López Obrador y MORENA en las elecciones del 1 de julio, representa un punto de inflexión en la lucha de clases de nuestro país. Después de 89 años de tiranía priísta y panista, de explotación, guerra sucia y miseria para la mayoría del pueblo, los años de resistencia y combates de los trabajadores, de la juventud, de las mujeres, del campesinado y los pueblos indígenas han cosechado sus frutos: hemos barrido a la derecha de la presidencia, del Congreso y de la mayoría de los distritos. Una victoria que ha asombrado al mundo entero, y que demuestra la enorme fuerza de los oprimidos para transformar la sociedad.
La victoria arrolladora de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones presidenciales del 1 de julio marca un punto de inflexión. Después de décadas de tiranía priista, de una violencia militar y policial salvaje, de la privatización de sectores estratégicos de la economía y contrarreformas laborales y educativas sangrantes, millones de trabajadores, jóvenes, campesinos, indígenas y mujeres hemos culminado años de lucha contra la derecha. El triunfo de AMLO y Morena es, ante todo, el fruto de la batalla incansable de todos los oprimidos por transformar la sociedad y acabar con la pesadilla del capitalismo mexicano.